Nuevas medidas para el sector agropecuario
Resulta tan beneficiosa como esperada la resolución de muchas de las inequidades y trabas contra uno de los sectores productivos claves del país
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Desde el 10 de diciembre ha cambiado perceptiblemente el humor de los hombres de campo en relación con el Gobierno. No olvidan, por cierto, que están sin resolverse algunas de las principales inequidades que han sufrido en gran parte de lo que va del siglo XXI.
Siguen vigentes demasiados abusos, como el impuesto confiscatorio de las retenciones del 33% a la soja y del 12% al maíz y el trigo, sobre cuya gravitación negativa no hay equivalentes en otras actividades. Alguna vez –no lejana, precisamente– la nueva administración deberá resolver esta seria cuestión. Tampoco la situación económica general ha quedado desprovista de los nubarrones que afectan todavía los ingresos en la vida cotidiana de los argentinos. Pero algo ha cambiado para el campo y es, en primer lugar, la sensación de que se ha ido restaurando el respeto al que es acreedor por cualquier administración nacional en función de lo que contribuye al interés social como sector con los índices de mayor productividad en la economía argentina.
Se ha pasado de la agresión constante de los gobiernos kirchneristas al reconocimiento de lo que el campo contribuye para el sostenimiento del país. Se ha pasado, por igual, de las palabras de halago a los hechos concretos, de mayor o menor importancia, pero que señalan una dirección política correcta. Todo comenzó con la simplificación de trámites burocráticos que entorpecían a diario la actividad de los productores. La puesta en escena reciente de El Cónsul, en el Colón, fue una representación lírica paradigmática del estado de locura al que los Estados totalitarios, tomados como modelos para emular por no pocos políticos en los últimos veinte años, pueden sumir al ciudadano ordinario con procedimientos que no encuentran mejor calificación que la de kafkianos.
Aquella voluntad de simplificar trámites ha avanzado en las últimas semanas con nuevas decisiones. Establecimientos ganaderos, tamberos, avícolas, porcinos podrán comercializar sin necesidad de inscribirse en el Registro Único de la Cadena Agroalimentaria (RUCA), y bastará con que se hallen debidamente registrados en el empadronamiento sanitario. Un trámite, ¿por qué dos?, sin otro objeto que el de abultar la burocracia que abruma al ciudadano común en todos los órdenes.
Se ha resuelto, ya en el terreno de las cuestiones de fondo, poner fin a las retenciones sobre la exportación de lácteos y reducir en un 25% las que pesan sobre todo tipo de exportaciones cárnicas, salvo para las vacas de las categorías A, B, C, D y E, beneficiadas con la eliminación total del impuesto. De modo que para el resto de las carnes ese gravamen, que era del 9 por ciento, bajará al 6,75% respecto de los bovinos, y del 5% al 3,75% en el caso de los porcinos y otras especies.
Es otro mundo, pues, respecto del que rigió por años a partir de 2006, cuando se cerraron las exportaciones vacunas con el pretexto de que había que atender la mesa de los argentinos –que no estuvo mejor servida entonces, como se sabe– y se dañó a extremos inconcebibles el stock ganadero nacional. Cualquier baja en las retenciones devuelve algo de competitividad a las actividades agropecuarias y disminuye la merma productiva que infieren gabelas inexplicables como aquella, salvo para tapar agujeros presupuestarios de un Estado despilfarrador del dinero indebidamente obtenido.
Al quitar retenciones sobre las vacas de exportación se ha potenciado el escalón más débil de la cadena productiva, que es el criador, según se ha comentado con buen criterio. Al 30 de julio, los precios de la vaca conserva habían aumentado un 33 por ciento sobre los de un mes atrás. Es esa una referencia elocuente sobre los logros habidos a renglón seguido de los últimos aumentos.
Desde el punto de vista general de los intereses agropecuarios, lo más importante de todo esto es que se ha avanzado en competitividad y previsibilidad para las actividades del sector. No es poco, sobre todo en tiempos en los que algunas variables, como la soja, han mostrado una caída tal en los mercados mundiales que sus precios se hallan hoy en el nivel más bajo de los últimos cuatro años.