No nos tome el pelo, señor Rubinstein
El viceministro trata de imponer su propia aritmética a las variables económicas en lugar de sincerar la mala praxis de su gobierno
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El viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, intentó públicamente apaciguar las aguas luego de que el Indec diera a conocer el índice de precios al consumidor (IPC) de septiembre. El aumento de los precios fue del 12,7%, superando al 12,4% de agosto. Lectura obvia: la inflación creció. Sin embargo, a través de las redes sociales Rubinstein afirmó que la inflación estaba en descenso. Esta apreciación colisionó con la evidencia de que hay un aumento desbocado de los precios y de que se advierten los síntomas de una hiperinflación. Se ha generalizado la modalidad de ventas mayoristas con precios por fijar, el corte de las cadenas de comercialización y la falta de productos en góndolas. Durante octubre se produjo una corrida hacia el dólar y el fuerte aumento de su cotización informal. El viceministro debería haberse preguntado el porqué de la contradicción entre su aritmética y esa realidad. Así hubiera encontrado una explicación antes de redoblar sus conclusiones y pedirle al senador Luis Juez que se retracte y pida disculpas por su afirmación acerca de que el funcionario “nos tomaba el pelo”.
El argumento esgrimido por Rubinstein parte de que el índice mensual publicado por el Indec es el promedio de todo el mes. La inflación usualmente publicada es la que resulta de comparar ese promedio mensual con el del mes anterior. Por ejemplo, si luego de una estabilidad absoluta, en un mes los precios comienzan a crecer y, entre el primero y el último día de ese mes, el índice pasa de 100 a 110, el promedio resulta 105 y la inflación mensual publicada del IPC sería del 5%.
Si durante el mes siguiente los precios crecieran solo desde 110 a 115, el índice promedio sería 112,5. La inflación mensual promedio contra promedio sería 112,5/105 = 7,1%. En este ejercicio matemático, habiendo decrecido la inflación, sin embargo el índice mensual (promedio contra promedio) aumenta. Con esta matemática, Rubinstein construyó su argumentación. En vez de días, trabajó con semanas, que es el menor período medido. Hubiera tenido razón si las mediciones del Indec reflejaran la realidad, pero ocurre que no es así.
En una tarea afín a los gobiernos kirchneristas, el viceministro de Economía, Gabriel Rubinstein, fuerza sin pudores la aritmética, para volver a dibujar los números de la realidad: otro relato alejado de lo que diariamente padecen los ciudadanos
Una gran parte de los precios relevados por el Indec se obtienen online. La información incorporada al IPC no refleja aquellas ventas realizadas con precio por fijar o las que no se concretan porque el vendedor no tiene precio de reposición. También se ingresan precios de productos faltantes en las góndolas, pero que figuran en las listas. Todos estos comportamientos propios de una hiperinflación comenzaron con la devaluación oficial del 15 de agosto y luego se desataron más intensamente con la estampida del tipo de cambio informal a partir del 6 del corriente mes. Es evidente que el IPC subestima la inflación cuando esta se acelera, como ocurrió en las últimas semanas. La realidad supera la matemática.
El viceministro debería observar con suficiente angustia el desempeño de las variables económicas que están impulsando violentamente la inflación. El ritmo de la emisión monetaria está catapultando hacia arriba la cantidad de dinero y, al mismo tiempo, está aumentando exponencialmente su velocidad de circulación.
El agregado monetario M1 (billetes, monedas y depósitos a la vista) ha crecido un 55% entre julio y octubre y los días de rotación de esa variable se han reducido desde 8,1 a 5,5 en el mismo período. O sea que la velocidad de circulación del dinero ha aumentado un 47%. Encontramos valores y tendencias similares en marzo de 1989.
Del viceministro de Economía deberían escucharse reflexiones más próximas a la realidad de fondo y no al relato kirchnerista que hoy tiene como principal abanderado al ministro-candidato, Sergio Massa. Si toma la guitarra, que no sea para payar ilusiones, sino como Martín Fierro, en sus momentos difíciles, para “hacer gemir a la prima y llorar a la bordona”.