Nicaragua: una dictadura sin límite
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El régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo sigue dando muestras de su más absoluta intransigencia ante cualquier forma de disenso. Hace pocos días y continuando con su persecución a las organizaciones no gubernamentales, Ortega ordenó el cierre de 13 ONGs a raíz del supuesto incumplimiento de las leyes que establecen que deben reportar sus estados financieros, obstaculizando el control y vigilancia del organismo a cargo. Desde las protestas populares de 2018, el régimen dictatorial nicaragüense disolvió más de 3600 organizaciones sin fines de lucro.
La dictadura sandinista también expulsó de Nicaragua a la familia de la Miss Universo nicaragüense Sheynnis Palacios, exiliada indefinidamente de su país, bajo la acusación de conspiración y traición a la patria y desterró a la exdirectora del certamen de belleza, Karen Celebertti.
No conforme con semejante arbitrariedad, el régimen decidió tres días después que la nicaragüense se coronara como Miss Universo apresar a Kevin Laguna y Oscar Parrilla por comenzar a pintar un mural en su honor. Los artistas habrían sido condenados a cinco años de prisión por el supuesto delito de “odio y rebeldía contra la patria” sin que esa figura legal exista en el Código Penal nicaragüense.
Por otro lado, el régimen de Nicaragua ha cerrado la sede de su embajada en Corea del Sur mientras prioriza la sede diplomática en Pyongyang, Corea del Norte, decisión que podría traerle consecuencias si fuese incluida en la lista de países que patrocinan el terrorismo debido a la apertura de una embajada permanente allí que se suma al fortalecimiento de la relación con Irán y Siria.
Otra de las extravagancias decididas por el matrimonio presidencial fue la transformación del museo de San Juan Pablo II, espacio dedicado a rendir homenaje permanente al Santo de la Iglesia Católica según rezaba la propaganda oficial, en un centro para las aficiones artísticas de sus hijos. Cabe mencionar que el museo nunca abrió sus puertas al público y permaneció cerrado durante siete años como un elefante blanco a la orilla del lago de Managua.
Para completar la paleta de arbitrariedades, el dictador Ortega arrestó a su propio hermano, Humberto Ortega, alegando motivos de salud. Lo encerró en su casa bajo atención médica permanente, lo que medios opositores en el exilio consideraron un arresto domiciliario. La medida fue anunciada por la policía nicaragüense en un comunicado días después de que su hermano manifestara en una entrevista de prensa que el presidente Ortega carecía de sucesores y que, en caso de su muerte, su entorno no lograría sostenerse en el poder en Nicaragua.
El régimen de Ortega y Rosario Murillo no es una dictadura tradicional, sino un sistema de castas vinculado al entramado de corrupción y nepotismo organizado desde el poder. La autocracia ha secuestrado por completo el país, reprimiendo cualquier atisbo de disidencia, amordazando a la prensa libre y lanzando una salvaje persecución contra la Iglesia.
Podrá echar del país a sacerdotes, intelectuales, periodistas, políticos y religiosos, y encarcelar a muchos otros, pero la Iglesia, el periodismo libre y el pensamiento crítico resistirán y durarán más tiempo que un régimen dirigido por un dictador ensimismado en sus caprichos de poder.
El extremo represivo en que ha derivado la pareja gobernante no es señal de fortaleza, sino de debilidad y, precisamente por eso, es posible que la arremetida continúe y se agrave. Solo con una firme respuesta internacional que endurezca las sanciones a su régimen y el apoyo decidido a quienes luchan por la libertad en el país será posible un real avance hacia la democracia en Nicaragua.