Myanmar, en manos militares
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La historia de Myanmar del último medio siglo ha sido particularmente difícil. Porque el país budista y multiétnico del sudeste asiático ha vivido bajo una tan larga como dura tutela impuesta por sus fuerzas armadas, que han estado encaramadas en el poder desde 1962 hasta 2011.
Hace muy pocas semanas, los militares se apoderaron, otra vez y por la fuerza, del timón político y económico del país asiático de 54 millones de almas, declarando el estado de emergencia por un período de un año y deteniendo a los principales dirigentes políticos. Entre ellos, a la valiente Aung San Suu Kyi, que, luego de 15 años de duro cautiverio, había recibido el Premio Nobel de la Paz, en 1991. El pasado mes de noviembre, el partido de la señora Kyi, la Liga Nacional para la Democracia, había derrotado con amplitud al prohijado por los militares, en la que fue la primera elección libre de los últimos 25 años. Los militares se consideraron humillados y denunciaron la existencia de un presunto fraude electoral, con el que pretendieron justificar su reciente asonada. A su mando aparece el general Min Aung Hlaing, el nuevo dictador de turno.
La extraña Constitución de Myanmar confiere expresamente a los militares de su país autorización para tomar el poder ante situaciones de emergencia. Así, el gobierno quedó en manos de una junta militar y con un parlamento donde los militares tienen, por derecho propio, nada menos que la cuarta parte de las bancas.
Myanmar tiene asimismo una minoría despreciada, la de los llamados “rohingyas”, castigada con rigor por la mayoría budista.
Pero la particular situación del país está excluido de hecho de la agenda del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, dado que China lo bloquea constantemente.
El violento regreso de los militares al poder de Myanmar, que según estimaciones ha provocado unas 70 muertes en la represión de las protestas, es un evidente retroceso en lo que parecía ser un tránsito lento y complejo en dirección hacia la democracia.