Merecer el Conicet
No debería eliminarse el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, sino supeditarlo al mismo escrutinio que los argentinos someten a cada uno de sus gastos
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Cuando una familia argentina desea cambiar la computadora familiar o ampliar una habitación, todos sus miembros participan de la decisión, pues seguramente requerirá esfuerzos de padres e hijos para limitar gastos y mejorar ingresos. A ninguno se le ocurriría realizar un piquete y cortar la calle sosteniendo que en los países desarrollados se accede a computadoras y a mejorar las viviendas sin tanto sacrificio.
Saben que una nueva computadora o la mejora del hogar no caerán del cielo: hay que merecerlos con trabajo, ahorro y dedicación. En la dramática situación actual, cuando empleados registrados están bajo la línea de pobreza, esa metáfora parece obvia por ser cotidiana. Aunque ya no para comprar una computadora o agrandar la casa, sino para proveerse de cosas elementales, como el alimento, la educación y el vestido.
Hay que ser digno del Conicet, como fruto de buenas políticas públicas y no demoliéndolo con déficit e inflación
Sin embargo, justo antes de las PASO, el ministro de Ciencia y Tecnología, Daniel Filmus, encabezó una masiva marcha “en defensa de la ciencia argentina”. En línea con la vil campaña de Unión por la Patria buscando atemorizar por la “pérdida de derechos”, en lugar de defender al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) reclamando estabilidad económica para que no sea puesto en tela de juicio al comparárselo con planes de vacunación o comedores escolares, optó por identificarlo con la soberanía argentina, para hacerlo intocable. Filmus adhirió a la misma ideología del régimen militar que lo creó en 1958 (“para la seguridad y defensa del Estado”) y que le dio su estatuto en 1973. Olvidó que al Conicet hay que merecerlo, como fruto de buenas políticas públicas y no demolerlo con déficit público e inflación.
El Conicet no es ajeno a los sencillos principios de buena administración que aplican las familias y que deben regir sobre todas las áreas del Estado por más que sus nombres reflejen prioridades absolutas al asignar fondos públicos. En tiempos de ajuste, “nadie tiene la vaca atada” y en el ranking del gasto público deben privilegiarse las prestaciones que mejor respondan a las necesidades insatisfechas, en el corto y el largo plazo. Para evitar ajustes, lo importante es gobernar pensando en el país y no en la impunidad de la vicepresidenta de la Nación. Para tener Conicet, hay que merecerlo.
El Conicet no debe ser eliminado, sino sujetarse a la realidad del país para contribuir al bienestar del conjunto. Los presupuestos destinados a financiarlo deben ser evaluados atendiendo las demás prioridades y tomando en cuenta que la Argentina es hoy un país pobre
Las declaraciones de Javier Milei,candidato de La Libertad Avanza, en el sentido de que eliminaría el Ministerio de Ciencia y Tecnología si fuera elegido presidente provocaron revuelo entre investigadores y científicos del Conicet y su titular, Ana Franchi, salió a su cruce preguntándole: “¿Qué país desarrollado no invierte en ciencia y tecnología?” Y con esa pregunta, dio en la tecla. La Argentina no es un país desarrollado, aunque pudo haberlo sido hasta que el kirchnerismo dilapidó recursos y demolió instituciones. Y ahora no cuenta con dinero suficiente para proveer bienes públicos de calidad en áreas tan esenciales como la salud, la educación y la seguridad. No son ejemplo los países desarrollados, pues ellos tienen una base productiva sólida y competitiva que genera fondos abundantes para lo esencial y también para invertir en ciencia y tecnología. Y esa base productiva reposa sobre instituciones que dan seguridad jurídica y donde el desvío de fondos, la picardía, la corrupción y la impunidad son intolerables.
La emisión descontrolada alentada por Cristina Kirchner para cubrir un gasto público creciente, comprar conciencias y conseguir votos en procura de su impunidad, sumado al desvío de fondos de la obra pública y la utilización de las mayores cajas del Estado para financiar a La Cámpora, han sumergido al país en la miseria. Eso no ocurre en los países desarrollados que invierten en ciencia y tecnología. Ellos lo logran porque hacen el esfuerzo para merecerlo. Las marchas ruidosas no son buenos sustitutos del buen gobierno y los desmadres –al final– imponen su cruda realidad, incluso en materia de ciencia y tecnología.
Cuando un país se va a pique por el desgobierno, la única forma de luchar para defender la ciencia argentina es recrear las instituciones, recuperar la moneda, atraer la inversión y ejercer una soberanía verdadera, sin ideologismos baratos ni extremistas y sin ir mendigando por el mundo
El Conicet no debe eliminarse, sino sujetarse al mismo escrutinio que los argentinos someten a cada uno de sus gastos y al esfuerzo de cada miembro de la familia para contribuir al bienestar del conjunto. Los presupuestos destinados a la financiación de ese organismo y de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (Anpcyt) deben ser evaluados atendiendo a las demás prioridades del Estado tomando en cuenta que la Argentina es, hoy por hoy, un país pobre.
El kirchnerismo tuvo la picardía de buscar el apoyo político de investigadores, científicos, intelectuales y artistas mediante designaciones, contratos y subsidios que fueron retribuidos con simpatías inestimables. En el caso del Conicet, en 2015 se designaron más de 1000 investigadores que actualmente carecen de fondos para desarrollar sus proyectos. Sus remuneraciones han sido erosionadas con la inflación y aquellos que requieren trabajos de laboratorio no cuentan con insumos ni equipos importados por falta de divisas. Como el resto de las empresas argentinas.
El kirchnerismo ha hecho rehén al Conicet de una situación perversa: al hacer estallar el gasto público, lo ha colocado en la mira de cualquier plan de ajuste y, a sus becarios, investigadores y personal de apoyo, en situación de emergencia
Según la página oficial del organismo, tiene más de 11.800 investigadores, igual cantidad de becarios de doctorado y posdoctorado, 2900 técnicos y profesionales de apoyo a la investigación y 1500 empleados administrativos, quienes cumplen funciones en 16 centros científicos tecnológicos (CCT), ocho centros de investigaciones y transferencia (CIT), un centro de investigación multidisciplinario y más de 300 otros institutos y centros. Su presupuesto para 2023 asciende a 500.000 millones de pesos.
La mayoría de los científicos e investigadores argentinos tienen talento y deseo genuino de dedicarse a su vocación; habitualmente alejados de la militancia política, prefieren dedicar sus horas a formular hipótesis y verificarlas en laboratorios o trabajos de campo, más que salir a la calle con pancartas y firmando solicitadas.
Pero el kirchnerismo los ha hecho rehenes de una situación perversa: al hacer estallar el gasto público con “planes platita”, jubilaciones sin aportes, subsidios e incorporación de empleados públicos, ha colocado al Conicet en la mira de cualquier plan de ajuste y a sus becarios, investigadores y personal de apoyo en situación de emergencia ante ese panorama dramático. Les hicieron creer que el Conicet funcionaría como en un país desarrollado, ocultando que aquellas becas y designaciones carecían de un plan racional y sustentable. Solo fueron una trampa de corto plazo para lograr aplausos y votos, abandonándolos luego a su buena suerte.
El instituto de investigación más importante del mundo, la Academia China de Ciencias, no toleraría ni un minuto una manifestación callejera como la encabezada por el mismísimo ministro Filmus. Y mucho menos, que los proyectos aprobados no fuesen directamente aplicables al desarrollo económico de la república comunista. Nada de humanidades, nada de cuestionamientos al régimen.
En la Argentina, continuando con la ideología militar de posguerra, se ha hecho del Conicet un instrumento para la autarquía científica (“la liberación”) con un sesgo estatista y anticapitalista que carece de correlatos en el mundo de las ciencias, donde la investigación no tiene fronteras y los recursos provienen, en gran parte, del sector privado. Ha llegado el momento de que los argentinos merezcan su Conicet y que sus becarios, investigadores y personal de apoyo adviertan que, cuando un país se va a pique por el desgobierno, la única forma de luchar por defender la ciencia argentina es recrear las instituciones, recuperar la moneda, atraer la inversión y ejercer una soberanía verdadera, con una Argentina que no mendigue por el mundo para sobrevivir.