Más vacunas, menos diatriba
Resulta imperioso que en esta batalla contra el virus del Covid el Gobierno no equivoque ni el enemigo ni las armas
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Casi como un ritual, el Gobierno dispone sus alfiles para que traten de cubrir con acusaciones disparatadas los profundos pozos que cava su mala gestión o que deja expuestos su falta de acción.
Las polémicas frases del jefe de Gabinete bonaerense, Carlos Bianco, quien acusó a la oposición y a los medios de prensa de las muertes por Covid al decir, entre otras salvajadas, que ambos “parecen fanáticos del coronavirus” y que “se pusieron del lado del virus” para “desestabilizar un gobierno nacional y popular” fueron la más reciente demostración de autoritarismo que caracteriza a un gobierno que no hace más que perder autoridad.
Bianco es acaso solo un alumno en la asignatura Acusaciones Seriales de la nutrida cátedra kirchnerista. Durante la pandemia, el propio presidente Alberto Fernández endilgó a los runners de la Capital ser los culpables del crecimiento de contagios: “¿Querían salir a correr? Salgan a correr. Esta es la consecuencia, eh”, dijo hace casi un año cuando el optimismo presidencial respecto del tratamiento de la pandemia en el país estaba recibiendo ya muchas y variadas críticas. La Argentina no estaba ni mejor que Suecia, ni que Chile, ni que ninguno de los países a los que el jefe del Estado señalaba en sus filminas supuestamente por gestionar tarde y mal.
“Mucho de lo que nos está pasando tiene que ver con los asados, con las cosas clandestinas, con las mateadas”, se sumaba el entonces ministro de Salud, Ginés González García, el mismo que afirmaba que el coronavirus no iba a llegar nunca a la Argentina, que aseguraba que el país tenía comprados 51 millones de vacunas y que garantizaba así la inmunización de todos los mayores de 18 años en un breve plazo. Se trata del mismo funcionario que debió dejar su cargo por el escándalo del llamado vacunatorio vip, al que hoy justifica y hasta del que se jacta nada menos que el jefe de los abogados del Estado, el procurador del Tesoro de la Nación, Carlos Zannini.
Encontrar culpables y enemigos fuera del círculo oficial ha puesto al expresidente Macri en la mira del actual Gobierno. “A la Argentina le va mejor con el coronavirus que con Macri”, llegó a decir el Presidente, a lo que el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, aportó: “Imagínense lo que hubiera sido esta pandemia con Macri gobernando: una catástrofe”. Hasta el cierre de esta edición, se registraban en el país 76.135 personas fallecidas por Covid, más de 3,6 millones de infectados y apenas el 5,5% de la población inmunizada con dos dosis de vacunas.
Daniel Gollán y Nicolás Kreplak, ministro y viceministro de Salud bonaerense, respectivamente, han usado muchas veces un tono descalificador para estar en sintonía con su jefe directo, el gobernador Axel Kicillof, quien, índice en alto, viene adjudicando todos los males derivados de la pandemia a la ciudad de Buenos Aires, aunque el virus haya ingresado por Ezeiza y las mayores aglomeraciones de gente sin protección ni el debido distanciamiento social se sigan produciendo en su distrito, donde es profunda y creciente la falta de medios económicos para la subsistencia de una enorme proporción de ciudadanos que no satisfacen sus necesidades más básicas.
Incapaz de revertir la crítica situación de tantas zonas populosas como La Matanza, en la que el peronismo gobierna desde 1983, el Presidente expresa que le “duele la opulencia de la Capital”, donde, al decir de Cristina Kirchner, “hasta los helechos tienen luz y agua”. Sería bueno que esa imagen que rescata la vicepresidenta se repitiera en muchas otras ciudades del país para que más gente disfrutara de la curiosa opulencia que ella desprecia con sus dichos.
Ya sabemos de la afición de la vicepresidenta por vertebrar sus discursos sobre conspiraciones políticas decididas a terminar con los gobiernos populares, tanto promovidas desde dentro del país como desde el exterior. “Quieren voltearme […] Si me pasa algo, no miren a Oriente, miren al norte”, dijo, furibunda, durante un discurso en la Casa Rosada en su rol de jefa del Estado.
Mientras la falta de vacunas sigue siendo dramática a pesar de todas las promesas, cuando muchos países ya han inmunizado a casi la mitad de su población, cuando más se requiere de muestras de seriedad, desde el Gobierno se espanta a inversores, se desechan donaciones de dosis por el solo hecho de que quienes las ceden son gobiernos de otro signo político y se castiga verbal y económicamente a opositores locales. Es el mismo gobierno que fustiga a quienes viajan al exterior a vacunarse pagando de su bolsillo en un mercado turístico que busca hacer su agosto, pero que no puede garantizar al que se queda que los que menos tienen y más la necesitan podrán aplicarse en tiempo y forma esa vacuna que el país se ahorra.
La búsqueda del enemigo imaginario es una nefasta pantalla retórica para intentar esconder la acuciante necesidad de millones de argentinos que, desde hace más de un año, se enferman y, en decenas de miles de casos, también mueren por la negligencia y falta de previsión, fruto de la soberbia de quienes cacarean con que la patria es el otro.
Urge que en esta batalla contra el virus la dirigencia política no equivoque ni el enemigo ni las armas. Necesitamos más testeos, más controles, más vacunas y menos diatriba.