Más respeto al ciudadano
La escondida es el juego preferido de muchos funcionarios que se nos ríen en la cara creyendo que somos niños ingenuos
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Al margen de los más complejos enfoques económicos, la calle se rige por la lógica del bolsillo, hermana de la del almacenero. Alcanza o no alcanza. Porque la realidad no es la que suelen contarnos los políticos. Siempre hubo y habrá universos paralelos. Aunque quieran hacernos creer que “todes” somos iguales. Nivelar para abajo permite que muchos se ubiquen convenientemente arriba. Ejercen así una benevolencia que sería displicente si no fuera porque debe servir para sostener expectativas propias y ajenas. Besos, abrazos, sonrisas, promesas y discursos mediante.
Muchos de quienes acceden a lugares de poder se adjudican también la posibilidad de meter la mano en los bolsillos de otros, con más o menos disimulo, sacando partido de una inmoralidad largamente instalada que puede incluso omitir cualquier condena por hechos que hubieran avergonzado a nuestros padres o abuelos. El progreso personal de muchas personas ya no será fruto del esfuerzo y del trabajo, sino de la viveza para tomar de lo ajeno convenientemente, en una cadena de favores con múltiples involucrados. Poco importa que la corrupción se mida también, como hemos comprobado, en vidas.
En 2005, Alberto Fernández defendía a Romina Picolotti, hoy condenada por la Justicia tardíamente por una increíble suma de tan insólitos como obscenos gastos personales, según comprobantes prolija y torpemente guardados en más de 60 cajas –analgésicos, apósitos, pilas, galletitas, sopas instantáneas, alfajores, whisky, flores, comidas, hoteles, vuelos, entre otros fines–, cargados al erario público, que deberá ahora reintegrar. Una excepción cuando la Justicia muchas veces subordinada a los designios políticos ampara complicidades que cubren debidamente infinidad de tramoyas.
Mientras tanto, un gran número de castigados ciudadanos que todavía resisten para no sumarse a ese escandaloso 40,6% de pobres seguirán tributando cuantiosos impuestos como en muy pocos lugares del mundo. Lejos de verlos volver en obras y servicios, los encontrarán abultando los bolsillos de muchos individuos que, además, se aseguran una jubilación de privilegio a su paso por la función pública sin saber lo que es realmente trabajar.
Sin embargo, esa AFIP que no perdona al contribuyente común que se ha caído del sistema y la Oficina Anticorrupción, que obliga a las presentaciones de funcionarios por la ley de ética pública, tomarán por válidas un montón de burdamente falsas declaraciones juradas que no reflejan ni tan siquiera los aumentos patrimoniales ajustados por inflación de numerosos funcionarios, sindicalistas y seudoempresarios. La escondida es el juego preferido de quienes se nos ríen en la cara creyendo que los ciudadanos somos niños ingenuos. El propio Presidente declaró una suma patrimonial por debajo de la inflación respecto del año anterior.
Nuestra vicepresidenta, que no escatima en joyas ni carteras costosas, declara un patrimonio inferior a los 90.000 dólares, sin propiedades ni vehículos a su nombre, con aquella parte de su acervo declarado hábilmente traspasado a sus hijos en el marco de las causas por corrupción que se le siguen para protegerlo de posibles embargos. Cabe señalar también que la Justicia desistió de reabrir la causa contra ella por enriquecimiento ilícito, cerrada en 2008, con lo cual la falta de documentación sobre bienes, insolvencias e inconsistencias permanecerá en el limbo.
La fortuna familiar de la otrora exitosa abogada obraría hoy, solo en una minúscula parte, en poder de Máximo Kirchner; un patrimonio de unos 400 millones de pesos que se incrementó apenas en 100 millones respecto de la declaración anterior, con un 35% de aumento en un año y que solo en dólares declarados supera los 2.800.000. Es sabido que los valores fiscales lejos están de reflejar los valores reales. Cómo comprender si no que los 26 inmuebles –terrenos, casas, departamentos, locales– que comparte con su hermana solo ronden unos modestos 106 millones de pesos, y que los fondos bajo administración judicial tras el embargo en la causa en la que se encuentra procesado por lavado de dinero fueran insuficientes para abonar el impuesto a la riqueza que él mismo promovió, debiendo ingresar a un plan de pagos para saldarlo.
Llevan años de solo dejarnos ver una minúscula punta del enorme iceberg patrimonial de la dinastía que, desde Néstor Kirchner para acá, todos los miembros de la familia se encargan de ocultar, preservar y multiplicar comprando silencios, castigando a “traidores” y subordinando a títeres y cómplices delante de nuestras narices.
Curiosamente, en medio del cepo y las restricciones cambiarias que el propio Gobierno impuso, de las presentaciones difundidas por los medios surge que muchos camporistas del gabinete eligen el dólar como moneda de ahorro; otra instantánea de lo que nos dicen que no hay que hacer pero hacen.
Poco les importa reírse de los ciudadanos para quienes la controvertida foto del Olivosgate es apenas una de muchas imágenes en una larga secuencia de desvergüenzas: una película obscena.