Marxismo, al Máximo
El líder de La Cámpora ha emprendido un viaje discursivo a los nostalgiosos años 70, aunque sus dichos encubren un “marxismo de amigos” para ir por todo en provecho propio
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Un día después de que Máximo Kirchner, líder de La Cámpora, jefe del bloque de diputados oficialista y presidente del PJ bonaerense, diera una clase de marxismo en el Estadio Único de La Plata, el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, se preguntaba por qué existe prejuicio empresario respecto del kirchnerismo, al que le aplica “un etiquetado frontal que no es”.
Tarea incómoda la del ministro. Esa pregunta se la formuló ante 90 directivos de grandes empresas de la Cámara de Comercio de los Estados Unidos (AmCham), en un esfuerzo por transmitir el rumbo del gobierno, intentar derribar prejuicios y fomentar la inversión privada en el país: “Muchas cosas que se dicen de nosotros no son así. Quizás antes no nos acercamos lo suficiente y nos pusieron un etiquetado frontal que no es. Pero las etiquetas, con el tiempo, se terminan cayendo”
Sin embargo, el día anterior, Máximo, el jefe máximo, había explicado, ante una audiencia admirada por sus virtudes didácticas, la diferencia entre estructura y superestructura, según el materialismo histórico. Un refuerzo mayor al etiquetado frontal que no termina de caerse, pese a la empatía ministerial.
“La estructura es este sistema de poder: el macrismo, el sistema financiero, los medios de comunicación, que quieren un país de bajos salarios, una desocupación alta para que sirva casi de no disputa en las paritarias y un país relegado a la producción de materias primas…Y está la superestructura, que valida lo que hace ese sistema”, expresó Máximo Kirchner.
Después de casi 80 años de dirigismo populista y con una economía en crisis, los empresarios hubieran preferido oír propuestas superadoras, como fueron la Perestroika de Mijail Gorbachov, el “milagro económico polaco”, el “boom” de la República de Irlanda o la transformación de los países del sudeste asiático. Todos ejemplos de crecimiento en base al ingreso de capitales, baja presión fiscal y altísima competitividad.
Pero el joven Kirchner prefirió poner reversa, con un viaje a la nostalgia de la agrupación que dirige. Salir del modelo corporativista de 1943, volviendo al socialismo nacional de 1973. Aunque en 2021 la Argentina tenga muchos “unicornios” tecnológicos para inspirar otra salida, distinta de Ezeiza.
Ahora que domina el método marxista, podría aplicarlo para descubrir los poderes fácticos detrás de un país fracasado, con la mitad de su población pobre, funcionarios prósperos, sindicalistas ricos y corruptos millonarios.
Con la ayuda del filósofo de Tréveris, podría descorrer el velo de sus prejuicios y advertir que los males que denuncia no son frutos del “neoliberalismo”, sino de un modelo copiado del corporativismo italiano (Rocco, 1926) y adaptado, durante casi 80 años, a las prácticas locales de sobreprecios y sobornos.
El uso sistemático del Estado para dar empleo redundante, enriquecer funcionarios con “retornos”, otorgar privilegios irritantes y crear rentas extraordinarias, ha sido su característica más notable, desde tiempos de Miguel Miranda hasta Amado Boudou y su secuela.
Durante años, bajo la advocación de los generales Savio y Mosconi, se amasaron fortunas desplumando a YPF, Gas del Estado, Somisa, Fabricaciones Militares, y un largo etcétera. En el siglo que corre, las colusiones público-privadas prosperaron mediante obras públicas digitadas, la expansión de casinos, las contrataciones directas, las compras ferroviarias, los barcos regasificadores, las pautas publicitarias, los expertos en mercados regulados y otros esquemas que ni Marx ni el Che hubieran imaginado.
No bastó con fundir las arcas públicas. Las prohibiciones y privilegios en provecho de sindicatos, empresas y profesiones, han obstaculizado las nuevas inversiones, el funcionamiento de las pymes y el desarrollo de emprendedores. Lo que cada uno quiere, está bloqueado por privilegios de los demás y el país que resulta, es el que nadie quiere.
El jefe de La Cámpora debería saber que los bajos salarios reflejan la falta de capitales y no un “sistema de poder” dominado por Macri, los bancos y los medios hegemónicos. Los altos salarios solo son posibles cuando el capital es barato y abundante, con empresas competitivas y una población educada. Los bajos salarios son la maldición de los países pobres, donde, en ausencia de inversión, solo existen trabajos informales con ingresos de subsistencia.
¿Un país relegado a la producción de materias primas? La Argentina es líder mundial en la aplicación de tecnología a la producción agropecuaria de alto valor agregado, gracias a la cual se financia el gasto público. En cuanto a la industria fabril, en ausencia de moneda, 180 impuestos, inflexibilidad laboral y carencia de capitales, es imposible pedirle que salga al mundo y genere divisas.
El heredero, quizás adoctrinado por el diputado Carlos Heller, aborrece al sistema financiero, pues sería lo peor del capitalismo, como lo enseñó el mentor prusiano ¿Querrá volver al trueque, a los cupones de racionamiento o al Estado distribuidor según las necesidades? ¿No le cuenta Heller que el sector financiero es minúsculo y tiene toda su capacidad prestable absorbida por el Banco Central para esterilizar la emisión monetaria?
Tarea incómoda la del ministro “Wado” de Pedro. Mientras trata de quitar el etiquetado frontal con su discurso empático y afable, el líder de La Cámpora, jefe del bloque oficialista en Diputados y presidente del PJ bonaerense, da clases de marxismo en el Estadio Único de La Plata.
Pero no hay que inquietarse. Porque ni Máximo ni sus compinches son lectores de El Capital, sino acumuladores de capital. Como ya lo ha probado la extensa trayectoria de su familia en el gobierno, lo suyo es “marxismo de amigos” para ir por todo, en nombre de Karl, pero en provecho de Cris. La verdadera realidad bajo el “etiquetado frontal” que el amable ministro no logra despegar.