Macri: infrecuente paso al costado
La decisión del expresidente de no postularse para la Casa Rosada debería servir de puntal para el inicio de un nuevo ciclo en la vida política argentina
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La política argentina vive en un bucle de decadencia acelerado desde 2001. Este proceso de deterioro institucional se caracteriza, entre otras cuestiones, por la ruptura del vínculo entre la dirigencia y la ciudadanía. Tal vector, justificativo central del sistema democrático, perdió el espesor del largo plazo y quedó limitado a la contingencia de lo acuciante. Se trata de un ciclo de más de veinte años en los que, durante la mayor parte del tiempo, todo se redujo a una política con minúsculas.
Es con este trasfondo que corresponde detenerse por un momento en el análisis de la decisión del expresidente Mauricio Macri de no presentarse en las próximas elecciones como candidato presidencial. No con la lente de la interpretación subjetiva, tan válida, sin duda, para procurar entender las razones más mundanas de su decisión –de si las encuestas le eran o no favorables, y de si su propósito ha sido imponer o no a tal o cual candidato–, sino con la mirada puesta en la dimensión institucional, en lo que significa como mensaje que se proyecta en el largo tiempo histórico.
Hay gestos en la política que trascienden a la persona. Sobran los ejemplos de renunciamientos o reconciliaciones que significaron un punto de quiebre, la apertura de un nuevo ciclo, con independencia de lo que hizo o representó hasta entonces quien lo protagoniza. Algunos, hastiados por las luchas intestinas, decidieron irse. Otros, que entendieron que era tiempo de terminar con los disensos, optaron por el abrazo. Esa parece ser, mientras no se demuestre lo contrario, la escala de este hecho poco frecuente del que estamos hablando.
Vale la pena despojarse de las consideraciones personales y concentrarse en el acto en sí. Alguien que se limita o que se excluye por propia voluntad transmite un gesto de generosidad. La actividad política se caracteriza por la competencia entre personalidades que se creen en condiciones de liderar a la sociedad. Ontológicamente, persiguen la búsqueda del poder. Cuando alguien gravitante en ese plano decide dar un paso al costado, sale de lo ordinario ante una sociedad que, con toda razón, está cansada de que le den la espalda, fracaso tras fracaso.
En la vida política argentina, algo de lo que está faltando es, precisamente, ejemplaridad. Gestos que aglutinen por el hecho de marcar un camino con cierto grado de sacrificio, y no de dispersión que solo acentúe el sálvese quien pueda. El gesto del expresidente Macri, por encima de los datos objetivos de encuestas demostrativas de que un alto porcentaje del electorado se negaba a votarlo, es uno de los primeros en mucho tiempo que tiene rasgos definidos de comprensión de la política como servicio comunitario y no como ventaja personal.
No han sido palabras de alguien que anuncia que se va del país, tampoco de que se buscan fueros o que se fuerce la interpretación de leyes electorales para acomodarlas a ciertas necesidades personales. Ya hemos visto hasta el cansancio la inversión en fórmulas matrimoniales o en designaciones espurias de prestanombres tendientes a saltear los límites de la sana alternancia, base del sistema democrático.
Será la historia la que dé el veredicto definitivo sobre la vida política del expresidente Macri. Entretanto, su renunciamiento merece ser destacado con la esperanza de que sirva de puntal para el comienzo de un nuevo ciclo en la vida política argentina.
Confiemos en que el comportamiento del fundador de Pro en lo que resta del proceso preelectoral sea coherente con el temple manifestado estos días. Sería una pena que insista en malgastar su valioso gesto para pretender la consagración de tal o cual aspirante a gobernar; en particular, en la ciudad de Buenos Aires, donde no debiera imponerse el nepotismo, sino el libre juego de las postulaciones para el robustecimiento de la democracia.