Los unicornios y sus antípodas
Junto a emprendedores que revolucionaron el comercio electrónico, la Argentina ofrece personajes sórdidos que prosperan con las cajas del Estado
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Hace 40 años, el único unicornio destacado era el azul que perdió el cantautor cubano Silvio Rodríguez y por el cual ofrecía “cien mil un millón” para obtener información. Si ahora lo hubiese buscado por una red social cubana (no censurada), lo habría encontrado con facilidad.
El siglo XXI es tiempo de otros unicornios. Son empresas jóvenes, basadas en la innovación tecnológica y que revolucionan actividades tradicionales. Cuando tienen éxito y llegan a valorizarse por encima de los 1000 millones de dólares, el mercado inversor las denomina “unicornios”, evocando el carácter fantástico del animal de un solo cuerno, espiralado, que imaginó la mitología griega.
Lo sorprendente es que la Argentina, un país en decadencia, agobiado por la inflación y la pobreza, con una clase media en vías de extinción, haya dado lugar a una docena de esos unicornios como Mercado Libre, Despegar, Globant, OLX, AuthO, Ualá, Vercel, Aleph, Tiendanube, Mural, Bitfarms y Satellogic. Además de otros en gestación, que aún no han llegado a ese terreno de valorización.
Habiendo pasado por sus aulas, públicas y privadas, la mayor parte de sus fundadores vive en el exterior, aunque reconocen la existencia de un “ecosistema emprendedor” en nuestro país, donde contratan a muchos de sus colaboradores. Todos ellos, sin duda, han sido el último aliento de la Argentina educada, amante del progreso, el esfuerzo y el mérito, valores “burgueses” que prevalecían hasta el descalabro populista de este siglo.
Marcos Galperín (Mercado Libre), Martín Migoya (Globant), Alec Oxenford (OLX), Eugenio Pace y Matías Wolowski (AuthO), Pierpaolo Barbieri (Ualá), Guillermo Rauch (Vercel), Gastón Taratuta (Aleph), Ignacio Franchini y Eugenio Munaretto (Tiendanube); Patricio Jutard, Mariano Suárez Batán y Agustín Soler (Mural); Emiliano Grodzky y Nicolás Bonta (Bitfarms) y Emilio Kagierman (Satellogic), además de los ya veteranos Martín Varsavsky y Wenceslao Casares, han revolucionado el comercio electrónico, el desarrollo de software, la seguridad informática, la inclusión financiera, las plataformas digitales, la publicidad en internet, las tiendas virtuales, las pizarras online, el “minado” de bitcoins y hasta minisatélites de baja órbita para servir al agro, la minería y los hidrocarburos.
Esas visiones contrastan con otros personajes sórdidos, que dedican su creatividad a construir negocios alrededor de las cajas del Estado o a obtener inmensas plusvalías mediante regulaciones que disponen aportes compulsivos o regalan mercados cautivos. A diferencia de los luminosos unicornios, se especializan en expoliar a los argentinos, condicionando políticas públicas en su provecho, usando el empleo como toma de rehenes, anudando connivencias sindicales y repartiendo comisiones en tiempo y forma. Eso explica la oposición de factores de poder a cualquier auditoría externa, como el FMI, que pudiese correr el velo de ese maridaje siniestro que bloquea el crecimiento del país.
Ningún unicornio se formó sobre la base de contactos oficiales, ni con adjudicaciones directas, ni con regulaciones de favor. Han generado riqueza con propuestas disruptivas reconocidas como creadoras de valor en cualquier idioma, en cualquier latitud. En pocas palabras, son competitivos a nivel global. Si la Argentina no hubiese adoptado un corporativismo corrupto que remató al Estado al mejor postor, arruinando sus instituciones, los unicornios serían muchísimos más y ofrecerían oportunidades de trabajo a millones de jóvenes que hoy no encuentran futuro.
Si Silvio Rodríguez perdió en Cuba su unicornio azul hace 40 años y nunca más lo pudo encontrar, esperemos que la Argentina logre desembarazarse de los oscuros intereses para no perder más unicornios, ni tampoco las 650 mil empresas de la economía real que sobreviven a un gobierno aliado a quienes debería repudiar
En el podio de sus antípodas, está, sin duda, Hugo Moyano y su familia, cuyas empresas saben “minar bitcoins” extrayendo valor del Sindicato de Camioneros y de Oschoca, su obra social, desviando fondos de los trabajadores a su bolsillo, además de retornos en las compras y refacciones a precios inflados. El presidente Alberto Fernández no recibe en Olivos a los unicornios, sino a este sindicalista prepotente, enemigo acérrimo de aquellos. Prefiere mercados cautivos al mercado abierto.
Víctor Santa María, titular de un holding nutrido con expensas abonadas por consorcistas agobiados, está en el escalón siguiente. Por ello, muchos edificios han convertido las porterías en maxikioskos, tercerizando los servicios de limpieza. Como su fuerte son las alturas, se traslada en un helicóptero de casi tres millones de dólares, lujo desconocido entre los unicornios, formados en la cultura del trabajo austero. Es ineludible referirse también a Mauricio Filiberti, proveedor de cloro a AYSA, cuya fortuna incluye un yate de 74 metros en el Mediterráneo. Su contratista Transclor ha desinfectado por décadas las aguas que bebemos, pero a un costo que mejor ignorar, para no envenenarnos. Ahora es dueño de Edenor, en sociedad con José Luis Manzano, a quien Horacio Verbitsky atribuyó la famosa frase “robo para la Corona”.
Amado Boudou, siendo aún vicepresidente, quiso imitar a este último, pero sin igual talento. Intentó comprar Ciccone Calcográfica para imprimir billetes con inflación creciente, pero no le salió. Revalidó su título de “auténtico decadente” para asesorar a Hebe de Bonafini, quien, luego de compartir sueños con Sergio Schoklender, quería mejorar la imagen de su fundación. Con su vara moral, debe pensar que la mejoró.
Cristóbal López, Lázaro Báez y Gerardo Ferreyra son antípodas recientes. Tanto se ha escrito sobre ellos, que poco puede agregarse acá. Su principal talento fue cobrar sobreprecios en contrataciones públicas: un juego de niños cuando se controlan las dos puntas. Mientras otros argentinos diseñaban satélites de baja órbita, López y su socio Fabián de Souza, en órbita estelar con Ricardo Echegaray (AFIP), retuvieron el impuesto a los combustibles para adquirir Petrobras. Un ejemplo de creatividad que merece un premio de Florencia Saintout (Universidad de La Plata).
Tampoco puede omitirse al grupo Eskenazi, “experto en mercados regulados”, que compró parte de YPF sin pagarla, en un negocio concebido por Néstor Kirchner, sin segundas intenciones. Al igual que Boudou, el enjuague fracasó y después de quebrar dos subsidiarias españolas, le dejaron al Estado la demanda de Burford Capital, gracias a otra torpeza de Axel Kicillof. Dos casos para que enseñe Laura Radetich, la efusiva maestra de La Matanza, si quiere sacar a sus alumnos de la pobreza.
Para coronar ejemplos, cuesta entender cómo Juan Grabois, tan próximo al papa Francisco, pueda llamar “hombre bueno, de corazón puro” a Máximo Kirchner, capitalista hotelero, heredero de una fortuna de origen ilícito, que jamás se ha arrodillado para lavar los pies a un pobre. Quizás haya visto la misma ecografía cardíaca que comparten algunos científicos, artistas e intelectuales, cuando aplauden a este hombre tan bueno y puro como su madre, según ese estudio.
La Argentina está inmovilizada por la gravitación de intereses oscuros sobre la política en todos sus niveles; una red de privilegios y prohibiciones que inhiben cualquier iniciativa creativa. Si Silvio Rodríguez perdió en Cuba su unicornio azul hace 40 años y nunca más lo pudo encontrar, esperemos que nuestro país logre desembarazarse de aquellos intereses para no perder más unicornios, ni tampoco las 650.000 empresas de la economía real que aún sobreviven a un gobierno aliado de quienes debería repudiar.