Los orígenes de Calfucurá
La historia demuestra cabalmente que la defensa de la soberanía es un mandato constitucional que los gobernantes están obligados a cumplir
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Todavía sigue el gobierno argentino sin explicar qué hizo el embajador en Chile, Rafael Bielsa, en una gestión incomprensible en circunstancias en que comparecía ante un tribunal de aquel país el aventurero secesionista Facundo Jones Huala, condenado por incendio de una propiedad y tenencia ilegal de armas de fuego.
Jones Huala no reconoce la identidad argentina. Tampoco la identidad chilena, como si hubiera derecho a una fantasiosa tercera reivindicación nacional que justificara los graves delitos que se han cometido en el sur argentino en nombre de supuestos derechos ancestrales mapuches.
Tenía más claros sus orígenes el gran cacique Juan Calfucurá, seguramente el guerrero tribal de mayor dimensión que haya habido por estos lares en el siglo XIX. Llegó a dominar vastas zonas de la provincia de Buenos Aires, La Pampa, Río Negro, Neuquén, sur de Mendoza y San Luis.
En una carta que cita Álvaro Barros en su obra histórica, Calfucurá se dirigió en abril de 1861 al capitán “de indios amigos” Juan Cornell, advirtiéndole que no se hallaba en nuestra tierra por su espontánea voluntad, sino porque había venido “llamado por don Juan Manuel”. El derrocado “restaurador de las leyes” lo había convocado casi treinta años atrás para ayudarlo a sofocar levantamientos de otras tribus de origen mapuche, entre las cuales, escribió Calfucurá: “Los ranqueles siempre me hacían quedar mal”.
Lo más importante de la carta, a la luz de los hechos vandálicos que se han sucedido en los últimos años en diferentes partes de la Patagonia, es que Calfucurá reconoció ser chileno y que estaba en Chile cuando lo llamó Rosas para poner orden entre los araucanos radicados en territorio argentino, como él mismo terminaría por estar.
Nacido en Chile, Calfucurá fue convocado por Rosas para poner orden entre las tribus que comprometían la paz
Más imprecisos son otros datos sobre la vida de Calfucurá, padre de varios hijos; entre ellos, de Manuel, a quien en 1854 envió a Paraná, cerca del general Urquiza, con quien quiso congraciarse. Manuel se convirtió al catolicismo y fue padre de Ceferino, beatificado por la Iglesia. Juan Calfucurá nació en Llaima, Ngulu Mapur, aunque algunos creen que eso ocurrió en un lugar entre Pitrufquén y el lago Colico, siempre en Chile, según reconoció.
Se ha escrito que Calfucurá nació entre 1760 y 1780, e incluso que esto pudo haber sido unos cuantos años más adelante. Sobre lo que no se discute es que murió el 3 de junio de 1873, después de haber declarado la guerra al gobierno de Domingo Faustino Sarmiento y saqueado 25 de Mayo, Alvear y 9 de Julio, tres localidades de la provincia de Buenos Aires. Fue derrotado en 1872, en San Carlos de Bolívar, por el general Ignacio Rivas, entre cuyos aliados figuraban los lanceros del cacique Ceferino Catriel.
Desde 1841, las relaciones de Calfucurá con Rosas se elevaron al punto de que este lo designó coronel del Ejército de la provincia de Buenos Aires. Hombres a su mando se dirigieron a Caseros cuando el dictador perdía la batalla decisiva el 3 de febrero de 1852, pero más se recuerda que al día siguiente de la huida de Rosas al Reino Unido un malón de indios que le respondía asoló Bahía Blanca, alzándose con 60.000 cabezas de ganado.
La expedición de Rosas al sur en 1833 había asestado un golpe importante a las tribus que comprometían la paz en una parte inmensa del territorio nacional en alianzas inestables entre ellas. Se recuperaron centenares de cautivos. Pero la pacificación y seguridad sobre tantas tierras seguirían dependiendo de la fragilidad de un número acotado de fortines, muchas veces asistidos por limitadas fuerzas y armamento: Patagones, Colorado, Argentino, Independencia, Azul, Tapalqué, 25 de Mayo, Mercedes, Rojas, Melincué (Santa Fe), Tunas, La Carlota, Santa Catalina y Río Cuarto (Córdoba), San José del Moro y San José del Bebedero (San Luis) y San Carlos y San Rafael (Mendoza).
La zanja famosa de Alsina aportó no más que una pobre defensa hasta que Julio Argentino Roca, en 1879, logró la conquista definitiva del desierto y la afirmación de la soberanía nacional hasta Tierra del Fuego. Defender esa soberanía es un mandato constitucional que mal pueden olvidar los gobernantes.
La memoria agradecida de los argentinos a quienes la hicieron posible no olvidará nunca a quien presidió los destinos del país bajo el lema de “Paz y administración” entre 1880 y 1886 y 1898 y 1904.