Los liceos militares y la excelencia educativa
- 5 minutos de lectura'
Los liceos militares constituyen una relevante modalidad educativa de la Argentina. Comparten pocas similitudes con instituciones más o menos afines de otras partes del mundo, pero han sobresalido, en lo esencial, por notas propias en la formación de ciudadanos habilitados por conocimientos específicos para contribuir a la defensa nacional. Lo especifica así la condición de los egresados como oficiales no activos de la reserva.
En la presidencia del general Agustín P. Justo se fundó, en 1938, el Liceo Militar General San Martín –cuya segunda promoción integró Raúl Alfonsín– y, nueve años más tarde, bajo la primera presidencia de otro general, Juan Domingo Perón, se inauguró en Río Santiago, en las antiguas instalaciones de la Escuela Naval, el Liceo Naval Militar Almirante Brown. Hoy, funcionan en total nueve liceos en diversas partes del país: seis, del Ejército; dos, de la Armada, y uno, de la Fuerza Aérea.
Las autoridades actuales del Ministerio de Defensa han dado muestras de un mayor interés que otras gestiones anteriores en vivificar estas casas de estudios. Luis Petri estuvo hace poco en el Liceo Aeronáutico, en Funes, Santa Fe, en lo que debió haber sido en mucho tiempo una rarísima visita ministerial a un instituto de esta índole. Estaríamos, pues, en el camino inverso al de un capítulo que treinta años atrás se abrió en alguna de las fuerzas, como la Armada, en dirección de desentenderse de estos esfuerzos educativos por falta, según se aducía, tanto de recursos presupuestarios suficientes como del número de oficiales de élite que deben distraerse de funciones operativas navales específicas para ponerlos al servicio de actividades docentes sumamente complejas. Lo es, en efecto, la formación de excelencia educativa y física de jóvenes en la más temprana adolescencia.
De hecho, la Armada clausuró dos de los liceos que había abierto: los de Salta y Necochea, en la última parte del siglo XX, y en los primeros años de este siglo dejó al viejo Liceo de Río Santiago, ya en Núñez, activo solo con la última promoción de cadetes, a un suspiro apenas del cierre. Se evitó ese infortunio con la ayuda persuasiva y material de voluntariosos egresados y, desde hace un tiempo, esa institución funciona, con varones y mujeres configurando ahora el cuerpo de cadetes, en un predio de la Armada en Vicente López. A este se agrega el Liceo Naval de Misiones.
Ahora se habla del interés que, por múltiples razones, entre otras asociadas al cuidado y proyección del patrimonio marítimo del país, podría haber en la fundación de un nuevo liceo naval, en Ushuaia. Las reflexiones sobre este punto hacen pie en los logros de establecimientos de los que han egresado presidentes y vicepresidentes de la Nación, gobernadores, legisladores y profesionales de destacada trayectoria en las más diversas disciplinas del conocimiento. Es el caso de Juan Martín Maldacena, graduado del Liceo Militar General San Martín: gran físico teórico, residente en Estados Unidos y mencionado, de tanto en tanto, como candidato al Premio Nobel.
En los años del desprecio kirchnerista por las Fuerzas Armadas, estos institutos consiguieron preservar a su alumnado de la ruptura de la neutralidad política que se espera de la misión para la que fueron fundados. Esta se logró mantener, incluso, en los dos primeros gobiernos del presidente Perón, señalados por su desaforada propaganda partidaria. Salvo la deplorable conducta del general César Milani, en el Ejército, y de algún caso aislado e insólito en el almirantazgo que aquel catequizó, las Fuerzas Armadas han perseverado a lo largo de cuatro décadas democráticas en el estricto respeto a los preceptos establecidos por la Constitución nacional.
En 2010, por una resolución representativa del espíritu faccioso del kirchnerismo, y con la excusa de adecuar los liceos a “los saberes de la época”, se introdujeron modificaciones en los planes de estudios, incorporándose como materia Problemática Ciudadana Contemporánea. Fue la vía para introducir visiones del país y el mundo ajenas a las mejores tradiciones republicanas. Esa materia cederá paso en adelante a otra, que propenderá a ahincar en los valores que se consagran en la Constitución de 1853/60, con sus reformas ulteriores, hasta llegar a la de 1994. Se supone que contará para esta tarea con los profesores apropiados por conocimientos y conducta cívica.
Paralelamente se recuperan las prácticas de tiro eliminadas, intensificándoselas, paso a paso, según la antigüedad creciente de los cadetes. Con ignorancia de que el ingreso en los liceos es una opción educativa libre, que cuenta con el apoyo expreso de quienes ejercen la patria potestad de los menores, esa disciplina tan natural en ámbitos de enseñanza militar había sido abandonada por una política de desconocimiento absurdo de lo que significa la preparación para la defensa del país. Fue el resultado de una interpretación parcial y errónea de protocolos concernientes a la participación de niños en conflictos armados y de normas de la Convención de los Derechos del Niño.
De retorno a las mejores expresiones de excelencia educativa y a la libertad de elección de alumnos y padres dentro de pautas de sano criterio, cabe celebrar el renovado interés del Estado por institutos a cuyos estudios se aplican en la actualidad en todo el país alrededor de 2500 alumnos. Más de 80.000 graduados han salido de estas aulas, sin duda exigentes, desde 1938.
Sobre su nivel de rigor en la búsqueda permanente de la calidad educativa, basta con la confesión hecha en su tiempo por un profesor de Historia, que lo era de modo simultáneo en el Colegio Nacional de La Plata. Al explicar a un cadete del Liceo Naval Almirante Brown –tal vez el que ha logrado suscitar entre los institutos de su especie una mayor mística– los fundamentos de una nota, se sinceró: “Si en La Plata califico con 8 un examen, aquí, en Río Santiago, me ciño a una nota de 6 puntos”.