Los beneficios de la libertad
Urge poner en evidencia y reclamar el cese de las operaciones que impiden al ciudadano ejercer su derecho a decidir en aspectos claves de su vida
La pérdida de libertades individuales afecta a la sociedad en todo sentido. Es una responsabilidad principal de quienes están en mejores condiciones explicar a sus conciudadanos la importancia de esa pérdida. Se trata de promover el concepto de libertad individual, no como simple mecanismo eficiente para asegurar el progreso material, sino por su calidad de estado de bienestar al que creemos tener derecho a aspirar, independientemente de nuestra posición social.
Se deben poner en evidencia las operaciones por las cuales el ciudadano es frecuentemente privado de ejercer su derecho a decidir en aspectos claves de su vida. A veces, sin percibirlo, pierde ese derecho en favor de corporaciones creadas por la política para su beneficio exclusivo y el de sus inefables socios: el sindicalismo fascistoide y el empresariado prebendario. Así, por ejemplo, en nuestro país el bienestar y el futuro de los trabajadores y sus empleadores quedan en manos de sindicatos únicos por actividad. La consecuencia es un 35% de empleo informal. Como ahorristas no podemos proteger nuestro dinero, que puede ser malversado en el altar de las necesidades del poder político.
Debemos soportar que diputados nacionales elegidos por la ciudad de Buenos Aires traicionen abiertamente los intereses de sus representados al entender muchos de ellos que no representan al pueblo que los vota, sino a sus jefes políticos.
El Poder Ejecutivo, por su parte, se arroga facultades extraordinarias, viola a voluntad el derecho de propiedad declarando de interés público lo que le parezca y decidiendo que los dueños de la producción agroganadera no pueden disponer ni del fruto de su trabajo ni de su capital cuando les prohíben exportar, entre muchos otros atentados a la libertad.
Es hora de reclamar por la restitución de las libertades perdidas
Una auténtica narrativa de la libertad demanda poner en claro que el argentino promedio es casi un siervo de la gleba que solo puede disponer del 50% de su ingreso (aportes obligatorios antes del impuesto a las ganancias). El resto será entregado a quienes, mejor que él, sabrán cuánto y cómo debe prepararse para el retiro, cuánto y cómo debe destinarse a su salud, cuánto y cómo debe pagar por su supuesta representación laboral. Ese mismo argentino promedio deberá entregar a sus hijos al sistema educativo, en el que la inteligencia preclara y desinteresada de la burocracia estatal y sindical decidirá el contenido y la extensión de sus clases.
Si utiliza la educación pública, debe sumar a lo anterior que las mismas autoridades decidirán dónde deberá educarse, sin considerar la información de los resultados obtenidos por las diferentes escuelas, no sea cosa que, entre dañar la sensibilidad de algunos docentes ineficaces y mejorar la educación de sus hijos, el ciudadano priorice lo segundo.
Un dato macroeconómico ilustra tristemente en qué nos hemos convertido. El gasto público consolidado promedio de las décadas del 80 y 90, que se encontraba en el orden del 26% de PBI, hoy es del 45% (en ambos casos sin incluir los intereses de la deuda pública). Esos 19 puntos de aumento reflejan simplemente gastos realizados por el Estado con recursos del sector privado. A esto deben sumarse aquellos extraídos a los trabajadores y transferidos a los sindicatos para su discrecional administración, siempre en pro del enriquecimiento personal de algún dirigente, y otros gastos de naturaleza obligatoria.
Es falaz que la libertad imponga un pesado límite para muchos o un ajuste para otros
Esas magnitudes son evaluadas, de manera muy crítica, por su impacto en la eficiencia de nuestra economía, pero se soslaya lo que traducen en cuanto al manejo de poder. A la hora de decidir cómo asignar esa enorme masa de recursos, los millones de contribuyentes que aportan esos 19 puntos del PBI son sustituidos por apenas un puñado de individuos que atienden sus propios intereses, entre ellos, el de controlar el Estado. Claramente, en ese contexto, los ciudadanos no podemos afirmar de manera alguna que seamos libres.
Una narrativa auténtica de la libertad implicaría reescribir la tragedia argentina en términos de la pérdida dramática de nuestra libertad a manos de estamentos políticos privilegiados, en sesiones administrativas y sindicales que toman toda clase de decisiones por nosotros, con el agregado de ser extraordinariamente ineptas para asegurar nuestro bienestar material, y particularmente brillantes para transitar caminos de corrupción y enriquecimiento propio.
Es hora de que los liberales hablen del concepto de libertad y sus beneficios concretos enraizados en todos los órdenes de nuestra vida ciudadana. Al hacerlo podrán exponer ante la sociedad las enormes posibilidades que encierra el futuro una vez que, librados de minorías que excluyen toda posibilidad de progreso para sus víctimas, podamos poner en marcha nuestros enormes deseos de progresar.
Es hora de escribir ese discurso de libertades perdidas que claman por su restitución, difundirlo efectivamente entre todos los actores de la vida nacional y debatirlo todo lo que sea necesario. Es tiempo de dejar de plantear falazmente que la libertad impone un pesado límite para muchos o un ajuste para otros.
La libertad, en el marco de la convivencia y el respeto democráticos, es una puerta que nos conduce al desarrollo de nuestras capacidades individuales y colectivas, motor de progreso y garantía de bienestar. Quienes persiguen su impunidad harán lo que sea necesario para no perderla, incluido cualquier esfuerzo por limitar las libertades ciudadanas que puedan ponerlos en jaque.