Los 154 años de LA NACION
Hoy se cumple un año más de la fundación de nuestro diario, forjado sobre un ideario de libertad, respetuoso de las instituciones y de la independencia de poderes
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Hoy, LA NACION cumple 154 años de fidelidad a las orientaciones de su fundador. Esto quiere decir que durante más de un siglo y medio LA NACION ha propendido a exaltar el valor esencial de la unión nacional que surge del pacto independentista del 9 de julio de 1816 y que es anterior, como predicaba Mitre, a cualquier otro compromiso federalista de las provincias que la componen y de la ciudad que actúa como centro de poderes comunes.
Mitre dejó múltiples enseñanzas cívicas como primer presidente de la Nación organizada constitucionalmente en los años –1862/1868– que precedieron a la fundación de este diario. Una fue rodearse de hombres excepcionales en la constitución del gabinete nacional: Guillermo Rawson, en Interior; Rufino de Elizalde, en Relaciones Exteriores; Eduardo Costa, en Justicia, Culto e Instrucción Pública; Dalmacio Vélez Sarsfield, en Hacienda, y el general Juan Andrés Gelly y Obes, en Guerra y Marina. Otro tanto hizo Mitre al dejar integrada por vez primera la Corte Suprema de Justicia de la Nación, con la presidencia de Francisco de las Carreras, y cuatro jueces ajenos a la corriente política por él encabezada.
Este diario ha ejercido influencia durante tan largo período en la formación y la cultura nacional en la que se aúnan los principios de libertad, respeto por la integridad de las personas, defensa de la independencia de los poderes de gobierno, apertura hacia el mundo y protección y promoción de la propiedad privada y de las inversiones a fin de lograr fuentes de trabajo legales para el desarrollo y bienestar de la población. Ha sido así porque, después de la muerte de Mitre, en las sucesivas conducciones periodísticas del diario se encarnaron por igual aquellos principios que habían estado en la razón del fundador para fundar una hoja que continuara por otras vías su obra de gobierno y visión del país.
A esa cultura se ha opuesto otra bien distinta: la que ha procurado ir en dirección absolutamente contraria a nuestros objetivos, por lo menos desde mediados del siglo XX. Los penosos resultados no solo están a la vista; están registrados en los padecimientos públicos e íntimos de nuestra sociedad y de su representación jurídica, que es el Estado que conformamos.
“Debemos tomar a la República Argentina tal cual la han hecho Dios y los hombres, hasta que los hombres, con la ayuda de Dios, la vayan mejorando”
Mitre alentó como el que más la inmigración espontánea de quienes aspiraran a habitar el suelo argentino por oposición a una inmigración que consideraba artificial cuando era promovida de ese modo por los gobiernos de turno. Creía más en el inmigrante que en uso estricto de sus facultades y libre albedrío tomaba la decisión de asentarse en el país que en el inmigrante contratado, y establecía diferencias entre la transposición en escorzo, por un lado, de la cultura británica a la América del Norte en virtud de los puritanos que hacia allí fueron en busca de nuevos horizontes y de libertad para el ejercicio de sus derechos, de la inmigración, por otro lado, que iba siendo modelada, paso a paso, en la Argentina por la naturaleza de la tierra y el carácter de sus habitantes. Así lo observó el presidente Agustín P. Justo en el prólogo a las obras completas de Mitre, publicadas por el Congreso Nacional.
Mitre había sido periodista, siendo casi un adolescente, en Montevideo, donde vivía en el exilio al que lo habían empujado disidencias con el régimen despótico de Rosas. Había sido periodista luego en Bolivia y, más tarde, en Chile, en el camino azaroso de quienes huyen de su propio país por incompatibilidad o persecución sufridas por dictaduras. Fundó otros diarios aquí al regresar al cabo de la batalla de Caseros.
De modo que al publicarse la edición inaugural de LA NACION, el 4 de enero de 1870, el hombre al mando de sus ediciones era un hombre completo en la visión universal del país y del mundo. Era un político exitoso que llegaría al fin de la vida habiendo ocupado las más altas responsabilidades ciudadanas: gobernador de Buenos Aires, diputado, senador, ministro, presidente y hasta embajador extraordinario.
Estas últimas funciones las cumplió Mitre a pedido de Sarmiento, su sucesor en la presidencia, a fin de encarrilar las relaciones con Brasil, el país hermano con el que teníamos desavenencias que procedían de la alianza militar que habíamos integrado con Uruguay en la guerra contra Paraguay, o, mejor dicho, contra el despotismo del generalísimo Solano López, quien se había atrevido a violentar, en el paso no autorizado de su ejército por Corrientes, la soberanía argentina. Mitre había sido circunstancialmente comandante en jefe de esa alianza, de la que no solo había quedado afuera la escuadra brasileña, sino que en aquella condición había debido sujetarse a lo que decidiera un consejo de guerra no solo integrado por argentinos.
Mitre había pregonado en favor de las bondades de la unidad de mando tanto en los conflictos bélicos como en el desenvolvimiento corriente de los gobiernos. Se fundaba en experiencias militares desastrosas en aquel otro sentido a lo largo de los siglos. Desde la época de Maximiliano I, en 1500, precisaba el entonces presidente en el prólogo a las obras de Mitre. En sus columnas políticas, durante el último gobierno militar, LA NACION advirtió con insistencia, pero sin eco efectivo alguno, sobre cuánto sinsentido anidaba en una administración en la que cada fuerza armada disponía del 33 por ciento del poder político, como si hubiera sido posible y sensato parcelar un gobierno de esa manera. Así nos fue.
Una política de esa naturaleza obligaría durante la crisis del Beagle al mediador del Vaticano, cardenal Samoré, a negociar con cada representante de una de las tres fuerzas por separado, y a renegociar acuerdos parciales que ya creía cerrados con la Argentina. Se desembocó de tal forma en la guerra con el Reino Unido, país miembro de la OTAN, con todas las implicancias que ello suponía, y en el delirio de que la Argentina carecía de un mando militar verdaderamente unificado en la azarosa prueba de final trágico que atrajo en 1982 la atención mundial.
Mitre decía que hay que dejar al pasado enterrar a sus muertos, pero, como hombre de pensamiento y de acción, sabía extraer enseñanzas de las experiencias de la vida y, sobre todo, de una existencia tan rica como la propia. Era la existencia impar de un político, y también la de un gobernante, periodista y tipógrafo; era la de un historiador –el primero en abrir entre nosotros el curso de la historiografía documentada–, del traductor de la Divina Comedia, y de otras obras de influencia universal.
En momentos en que el país busca un nuevo destino después de décadas aciagas de empobrecimiento social y moral, y de involución dramática e incontestable respecto del rumbo trazado por las generaciones siguientes a Caseros y de sus conquistas, LA NACION se reafirma a 154 años de su primera edición en los principios inculcados por el fundador.
Se compromete así a continuar sin desfallecimientos la prédica por los valores de la libertad, la honestidad, la justicia, la educación de excelencia para todos, la vocación por la paz y la exaltación del esfuerzo individual y colectivo a fin de superar la gravísima encrucijada en que dejó sumido al país una clase política de corruptos e irresponsables. En ese punto, nada ha hecho más daño al país en el orden general que la facción derrotada con amplitud el 19 de noviembre pasado. Nadie ha cometido errores más imperdonables y dañinos a lo largo de cuatro períodos de gobierno en el siglo XXI que la facción a que pertenece el gobernador bonaerense. A su temeraria incapacidad debe la Argentina el riesgo cierto de quedar obligada a pagar más de 16.000 millones de dólares por disposición de la Justicia de Nueva York en una demanda sobre YPF. Con más vergüenza, otro político hubiera pasado inmediatamente a retiro voluntario de la gestión pública, en lugar de encaramarse con renovadas ínfulas, como la de pretender aumentos del 300 por ciento en el impuesto inmobiliario de la provincia a su cargo.
Sin la primacía de los valores básicos que sustentamos desde hace 154 años, será estéril cualquier proposición, por buenas que fueren las intenciones, que nos permita dejar atrás el prologado período de frustración nacional, enjuiciado por la sociedad en las urnas en las últimas elecciones nacionales.