Llamado a la oposición
Los dirigentes de la principal coalición opositora deben poner rápido fin a estériles reyertas que decepcionan a la sociedad y solo favorecen al oficialismo
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No ha sido la semana precedente la más feliz para la oposición a un gobierno que intenta avanzar hacia un régimen cada vez más alejado de los principios republicanos como la división de poderes y la independencia de la Justicia, y más preocupado por garantizar impunidad a sus secuaces antes que por asegurar los beneficios de la libertad al pueblo argentino.
Desde la sentencia tan aguda del diputado Mario Negri (UCR, Córdoba) de que “estamos a siete bancas de que el kirchnerismo se quede con la república”, los conflictos personales en la coalición de Juntos por el Cambio se estresaron, al punto de suscitar estupor en una importante franja de la opinión pública. Pocas veces antes se habían manifestado esos cruces feroces entre políticos que dicen compartir una misma responsabilidad por salvar las instituciones de riesgos gravísimos.
El punto de partida de tales desencuentros ha sido la ilusión de que haya con las elecciones presidenciales de 2023 lugar para una alternancia en el poder. A juzgar por los datos económicos y sociales cada vez más negativos, y por el aislamiento del país, sin otra compañía a esta altura en el mundo que la de movimientos y gobiernos autoritarios, por decir lo menos, la alternancia es una posibilidad abierta.
Sería, sin embargo, producto de un enceguecido optimismo suponer que el kirchnerismo prescindirá de agotar todos los recursos a su alcance para retener el poder y acrecentarlo. Las pruebas están al canto por lo que se observa en estos días y frente a nuevas tormentas que, en consecuencia, se presagian para después de noviembre.
Los últimos días ofrecieron no pocos ejemplos de las mezquindades políticas y de los narcisismos condenados por una vasta porción de la ciudadanía, que, en las elecciones de 2015, optó por cambiar el rumbo político del país. Los protagonistas de esos lamentables episodios deberían reflexionar seriamente. No muy distante se halla la experiencia de Venezuela, donde las disidencias y las avaricias de la oposición impidieron llegar a tiempo a los trascendentes acuerdos que necesitaba el país para evitar el régimen autocrático que hoy está consolidando el chavismo.
Los últimos días ofrecieron entre los dirigentes de Juntos por el Cambio un amplio repertorio de mezquindades y actitudes narcisistas condenadas por una vasta porción de la ciudadanía
No puede negarse que el gobierno porteño ha conseguido en su ámbito logros difíciles. Ha seguido cambiando la ciudad, y para bien.
De ahí, sin embargo, a que el jefe de gobierno local, Horacio Rodríguez Larreta, suponga que es este el momento para sentar las bases de su propia candidatura presidencial para 2023 hay un trecho abismal que debe hacérseles notar tanto a él como a quienes fantasean sobre su ánimo. De otro modo no se habría gestado ese incomprensible y amargo enroque de piezas, que ha llevado al hasta hace pocos días vicejefe del gobierno porteño, Diego Santilli, a encabezar una lista de precandidatos a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires y a la exgobernadora María Eugenia Vidal a olvidarse de la provincia que la honró con ese cargo y a convertirse, de un día para otro, en la cabeza de los postulantes a diputado por la Capital Federal.
Ha sido contradictorio que se procurara, por un lado, amenguar la influencia en Pro de su presidenta, Patricia Bullrich, y la del exjefe del Estado Mauricio Macri, con el pretexto de haber asumido actitudes en exceso críticas hacia el gobierno nacional, y, por otro lado, se hubiera hecho explotar en el frente interno de la coalición un conflicto de asperezas fuera de cálculo. No menos cabe decir de otros protagonistas de este sorprendente entuerto: de Facundo Manes, que deberá ejercitarse rápidamente en el dominio de la palabra justa en la política, tan ajena a los gabinetes específicos de las neurociencias; de un par de caudillos radicales del interior, no menos ansiosos a destiempo en mostrar la hilacha de querer ubicarse en carriles de privilegio para la carrera hacia 2023, y de Elisa Carrió, que podrá tener todas las razones del mundo para desmentir a Manes cuando este dijo que le había propuesto ir juntos en una misma fórmula, pero que se ridiculiza, por una desmesura más propia de los Kirchner, cuando hizo saber que judicializaría ese asunto, en lugar de haberlo disuelto mediante una elegante ironía.
Si no estuviera tan sobada la imagen de la orquesta actuando como si nada en circunstancias en que el Titanic se hundía, este hubiera sido el ejemplo de manual para recordarles a importantes dirigentes de la oposición cómo se siente la ciudadanía mientras barrunta sobre el porvenir que se cierne.
Por fortuna, se han mantenido al margen de las rispideces necias, y sin duda riesgosas, los radicales de la Capital. Han presentado su propia lista para las PASO de Juntos por el Cambio, con nombres tan definitorios de una tradición partidaria como el del exintendente Facundo Suárez Lastra, y en la que el actor Luis Brandoni ocupa, en el puesto 13, una generosa postulación testimonial, sin otra esperanza que la de “empujar desde atrás”.
Lo han hecho con el acompañamiento de no más del 20% de la estructura radical en la ciudad, pues los otros –Martín Lousteau, Daniel Angelici y Enrique Nosiglia, entre ellos– se han comprometido con la lista de Pro.
No muy distante se halla la experiencia de Venezuela, donde las avaricias de la oposición impidieron llegar a tiempo a los acuerdos que evitaran el actual régimen autocrático
En ese espacio de la constelación política porteña también se ha abstenido, como era comprensible, de entrar en reyertas el republicano Ricardo López Murphy, de quien no se espera sino que aliente a quienes lo sigan en las PASO a sumarse en noviembre al núcleo más consistente de oposición al gobierno nacional.
Las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias estimulan la confrontación de ideas y de candidaturas, y deben ser bienvenidas en ese sentido. No invitan a un juego inocente de chicos, sino a que haya entre candidatos afines un grado de circunspección y prudencia que se debe preservar por respeto a las instituciones y a la ciudadanía que irá a las urnas.
Está al frente del país –nominalmente, al menos– un presidente que ha dicho que no cree en los programas económicos. La oposición tendrá que demostrar que ella sí cuenta con un ordenamiento sistematizado de ideas, y convencer sobre cómo instrumentará su programa desde el Congreso con referencia a los asuntos económicos y financieros.
Esa oposición deberá rendir examen, por igual, acerca de qué propondrá, y cómo, respecto de las grandes cuestiones morales que afectan a la república. Qué ha de decir sobre la federalización de importantísimos gravámenes, el déficit público, la inflación, la pobreza, el desempleo, la inseguridad jurídica y física de los habitantes, las inversiones, el costo argentino que traba la producción en la legalidad y la política exterior.
Es necesario que la oposición ponga fin a reyertas inadmisibles, que no se habrían aguado entre hombres y mujeres dignos con un supuesto código de normas éticas trazadas para una campaña decisiva. Si no se tienen las normas del debido comportamiento incorporadas al alma, de nada valdría que las pusieran por escrito; como tampoco han servido a menudo en política las ideas desprovistas de líderes incapaces de encarnarlas con sus emociones para suscitar así nuevas ilusiones.