Las extorsiones y amenazas de Parrilli
El senador y habitual vocero de Cristina Kirchner ha lanzado una inadmisible advertencia contra la democracia y el funcionamiento de las instituciones
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Se podría aducir que la seriedad política del senador nacional por Neuquén Oscar Parrilli se halla en relación directa con el entusiasmo con que defendió en el Congreso de la Nación la privatización de YPF en los años 90 y, con igual devoción, en 2012, el retorno abrupto del Estado al control de esa gran empresa que tantos dolores de cabeza ha costado a la Nación.
Desde perspectiva tan cambiante, tan desprovista de convicciones estables, frente a los puntos de vista que manifiesta Parrilli solo cabría el silencio como respuesta razonable. Mañana, con idéntica energía, podría decir, según sus antecedentes, lo contrario de hoy. Con el silencio como eco se economizaría tiempo y se situaría al personaje en el lugar intrascendente que le corresponde.
No está solo en ese casillero de la política argentina. Los juicios que quepan sobre el senador patagónico a raíz de un temperamento sinuoso alcanzan en más de un sentido a la jefa política por cuyas vicisitudes con la Justicia aquel se desvela: la alicaída vicepresidenta de la Nación. Con su marido, el expresidente Néstor Kirchner, fallecido en 2010, fueron ambos entusiastas defensores de la libertad de mercado impulsada por Carlos Menem. Néstor Kirchner lo llegó a calificar, con inigualable desacierto en las proporciones, como el más grande jefe de Estado que hubiera tenido la Argentina. Cuando Menem se aprestaba a abandonar todo intento por volver al poder, Kirchner denostó con ferocidad sus políticas y se convirtió, con su mujer, en apologista de los mercados cerrados, internamente regulados, y cómplices de las dictaduras de Cuba y Venezuela. Atrás habían quedado los años de afinidad con los militares en Santa Cruz. Pasarían más tarde a apropiarse de los derechos humanos y reescribirían el prólogo de Sabato al Nunca más como si, en su oportunismo desenfrenado, la historia les debiera algo a ellos.
Con audacia llamativa y sobrada irresponsabilidad sobre la urgente necesidad de fortalecer la institucionalidad del país, el senador Parrilli acaba de decir que “nadie va a poder gobernar habiendo ganado las elecciones con una proscripción” y de sugerir que Cristina Kirchner debía ser absuelta por la Justicia antes del cierre de la presentación de listas electorales, pese a que se halla habilitada para ser candidata.
Rechazamos las amenazas y extorsiones lanzadas como un anatema contra cualquier resultado electoral en competencias de las que se abstenga su mandante. La vil advertencia de Parrilli es en estas circunstancias un dardo, incluso, contra quien pudiera asumir eventualmente la presidencia agitando banderas peronistas.
La vil advertencia de Parrilli es en estas circunstancias un dardo, incluso contra quien pudiera asumir eventualmente la presidencia agitando banderas peronistas
Cristina Kirchner anunció meses atrás que se excluía del proceso electoral que conducirá a un nuevo período presidencial el 10 de diciembre. El país no perdió el pulso por el anuncio. La vicepresidenta comunicó a sus adeptos la novedad de su retirada bajo la inaceptable tesis de que la condena a seis años de prisión e inhabilitación perpetua que le ha aplicado la Justicia Federal constituye un acto de proscripción. Ha confundido esa condena con las manipulaciones judiciales que los Kirchner harto conocen por haberlas practicado con frecuencia.
Si la vicepresidenta no presenta su candidatura como ha hecho saber, será su decisión. Como abogada, si es que realmente lo es, con un mínimo conocimiento al menos del derecho constitucional y de las leyes penales en vigor, sabe que hasta tanto no haya sentencia firme podrá presentarse a los comicios. Y, ha de ser de su conocimiento, además, que la revisión que oportunamente se haga por casación o por recurso extraordinario ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación llevará años antes de que se produzca una decisión definitiva y los juicios a que está sometida queden concluidos.
El senador Parrilli ha comparado la situación de la vicepresidenta con la del peronismo proscripto en su tiempo por influencia militar que compartieron, es cierto, múltiples corrientes políticas en las elecciones que llevaron a Arturo Frondizi al poder, en 1958, y a Arturo Illia, en 1963. Ambos cayeron antes de concluir sus mandatos.
En el caso particular del doctor Illia, el senador neuquino se olvidó de que en la decisión de derrocarlo participaron Juan Perón y algunos de los principales dirigentes sindicales de militancia peronista. Fueron los que estaban presentes, como Augusto Timoteo Vandor, en el acto de asunción en la Casa Rosada del general Juan Carlos Onganía.
También olvidó mencionar Parrilli el hostigamiento del que fue objeto el primer presidente de la democracia recuperada en 1983, Raúl Alfonsín, contra cuya política la CGT encabezada por Saúl Ubaldini, otro sindicalista peronista, llevó adelante 13 paros generales. Fue una sistemática campaña de desestabilización del presidente que al asumir había ofrecido la titularidad de la Corte Suprema de Justicia de la Nación al adversario derrotado, Ítalo Luder.
Si la vicepresidenta no presenta su candidatura, como lo ha hecho saber, será su decisión
Nada tiene que ver, por lo demás, con aquel capítulo de la historia vernácula la autoexclusión, en principio, de Cristina Kirchner por voluntad propia de las próximas elecciones. Decimos en principio porque nunca se sabe con seguridad de políticos de su ralea cuál será la posición verdadera, la que adoptará en última instancia.
Estos tiempos acumulan enormes problemas de orden general. Muchos de ellos se hallan influidos por las nuevas olas políticas surgidas del fin de la Guerra Fría en 1989/91, que dejaron atrás el mundo que emergió al cabo de la Segunda Guerra Mundial con sus propias consignas, entre las que prosperó el concepto político de proscripción.
El nazismo fue proscripto en 1945 por leyes de las potencias vencedoras; el fascismo quedó al margen de la ley en Italia con la Constitución de 1948 y sus efectos a duras penas se disfrazan entre banderas neofascistas. A la caída de Perón en 1955, tan próxima al fin de la conflagración mundial, estaba fresca en amplias franjas ciudadanas la conciencia de que una fuerza política que había ejercido dictatorialmente el poder podía ser proscripta.
La proscripción del peronismo significó un costo para este y para la regularización institucional del país. Nadie quiere un retorno a aquellos años de exclusión de una fracción política de tanta gravitación, de modo que no debería manipular el senador Parrilli vanamente la historia ni jugar con ella y con los sentimientos ciudadanos más afirmados.
La reconstrucción del país destruido por desaciertos de décadas que han potenciado las demasías del kirchnerismo, y su desprejuicio al máximo en cuestiones tan sensibles como la corrupción, necesita de los mejores elementos de todas las fuerzas políticas del concierto nacional. Algunos de ellos están tratando de emerger de las segundas líneas desde el movimiento que ha condenado a la Argentina al fracaso harto evidente en las primeras dos décadas del siglo XX, liberándose así de la influencia nefasta de quienes lo lideraron en estos veinte años.
No todos los datos de la realidad inmediata se corresponden con la mirada amenazante, pesimista y sombría del senador Parrilli.