La riesgosa deuda con Chávez
En Venezuela, la oposición suele usar una expresión que no figura en el diccionario: "la regaladera". Define con ella tanto el petróleo que el Estado vende a precios subsidiados a Cuba y los favores a Evo Morales como las compras de bonos argentinos. En todos los casos, la oposición no ve el negocio para el Estado y se pregunta sin pudor por qué Hugo Chávez continúa invirtiendo petrodólares en un país como la Argentina, que, a diferencia de otros en la región, ha dejado de ser atractivo para los capitales extranjeros. La respuesta, dicen, podrían darla los banqueros cercanos al entorno presidencial, no la Asamblea Nacional, dominada por el oficialismo.
En su reciente visita a la Argentina en coincidencia con Lula, y antes de suspender el viaje con Cristina Kirchner a Tarija por los incidentes en Bolivia, Chávez compró 1000 millones de dólares en bonos del país. Los Boden 2015, emitidos en dólares y con un cupón fijo del siete por ciento, exhibían el día de la operación un rendimiento cercano al 15 por ciento anual. Era un secreto a voces que iba a concretarse esa venta, pero el gobierno nacional prefirió no hacerlo público por el temor a cualquier embargo de los bonistas que están en juicio con el país por no haber aceptado el canje de la deuda en 2005.
Lo cierto es que Venezuela, desde el default, se ha convertido en el principal agente financiero externo de la Argentina. Esta operación ha sido la segunda del año con ese país. En sus arcas tiene un stock de bonos argentinos de 7000 millones de dólares desde 2005. Se prevé que antes de fin de año Chávez haga otra operación de este tipo.
Es curioso, sin embargo, que los Kirchner, tan afinados y escrupulosos con sus cuentas, hayan aceptado pagar por estas operaciones 10 puntos más de intereses que por los créditos del vilipendiado Fondo Monetario Internacional (FMI). Es curioso, también, que el escándalo por la valija desatado por Guido Antonini Wilson no haya influido en la actitud de ambos gobiernos. Pionero de estas gestiones en Caracas, en 2005, fue Claudio Uberti, investigado ahora por la Justicia.
Después de nueve años en el gobierno de Venezuela, de los cuales estuvo más de 450 días en giras por el exterior, Chávez ha establecido formas diferentes de relacionarse con sus pares de otros países. En su momento, cuando pretendía que su país tuviera una banca en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el continente africano supo de su generosidad para realizar operaciones comerciales. A Rusia logró convertirla en su principal proveedora de armas, con contratos que superan largamente los 4000 millones de dólares, y a dictadores como Robert Mugabe, resistido por su permanencia a prueba de fraude en el poder del país más endeudado y menos feliz del planeta, Zimbabwe, lo condecoró con una réplica de la espada de Bolívar por ser "un luchador de la libertad".
Como se ve, Chávez suele hacer buenas migas con aquellos que no son confiables para el gobierno norteamericano. Retomó esa dirección después de su frustrado intento de presentar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) como beligerantes, de modo de descafeinar el mote de terroristas que se ganaron con creces en los Estados Unidos y la Unión Europea.
En la Argentina, más allá de las diferencias culturales y de idiosincrasia con Venezuela, no se impusieron su revolución bolivariana ni su socialismo del siglo XXI ni se sustituyó a San Martín por Bolívar, pero sus frecuentes arengas contra Mr. Danger , mote que emplea para demonizar a George W. Bush, permitieron que el gobierno de los Kirchner fuera identificado en el exterior como parte de la red de amigos de la que se nutre Chávez. El uso y abuso del estadio de Ferro en ocasión de la visita del presidente norteamericano a Uruguay vino a coronar, en 2006, la anticumbre que había organizado el año anterior en Mar del Plata contra la IV Cumbre de las Américas, de la cual, obviamente, participó como mandatario.
No le hace bien al país sembrar dudas sobre su filiación ideológica ni sobre la comunión de ideas con líderes que, por más petrodólares que ostenten, son efímeros. Chávez, al igual que todos en un continente que sólo atesora la dictadura cubana como último vestigio de tiempos pretéritos, es apenas un hombre, no un estadista ni un iluminado con poderes eternos. En el último referéndum, su primera derrota mostró el costado más vulnerable de alguien que se creía invulnerable.
Es contradictorio, asimismo, que el gobierno de los Kirchner, elogiado por Israel y los Estados Unidos por su decisión de esclarecer los atentados terroristas de la década del 90, se muestre tan comprometido con el único país que tiene vuelos directos y lazos estrechos con Irán, cuestionado por la comunidad internacional en su conjunto a raíz de sus afanes por desarrollar planes nucleares con fines no amistosos. Y, más allá del rechazo en todo el mundo que provoca la guerra contra Irak, es contradictorio que haya sido el último en visitar a Saddam Hussein.
La Argentina, por momentos, parece querer estar a la altura de Brasil y por momentos se pone a la altura de Chávez. Esa dualidad confunde tanto en el país como en el exterior. ¿Es tan difícil llevarse bien con todos sin mostrar devoción por ninguno? Quienes antes criticaban las "relaciones carnales" con los Estados Unidos no parecen sonrojarse frente a vínculos de casi la misma envergadura con la Venezuela de Chávez. En ambos casos, las deudas crean dependencia. En el primero, los votos en los organismos internacionales a favor de las causas norteamericanas; en el segundo, algo más complejo que eso: oficiar de bastonero de un nuevo rico que no se ha caracterizado por ganarse afectos, sino por comprarlos.
En los últimos años, Chávez ha gastado 33.000 millones de dólares para influir en la política regional, según un informe del Congreso de los Estados Unidos. Esa cifra, no invertida en mejoras sino en más burocracia en su propio país, revela un proyecto expansionista en el cual la Argentina está incluida. Tanta vocación por declamar la guerra contra el imperio, con compras de armas exorbitantes capaces de provocar un desequilibrio en el continente, no pasa inadvertida en momentos cruciales en los cuales el precio del barril de petróleo amenaza con empeorar la economía mundial.
Con sus ventas de bonos, la Argentina no sólo contrae deudas monetarias con Chávez. Contrae, sobre todo, deudas de gratitud que, como sucede en Venezuela, escapan al control del Congreso. Si en algún momento el gobierno de los Kirchner se ve obligado a actuar en forma recíproca, quizá ya no se trate sólo de prestar un estadio o un tren para hacer ruido, sino de pagar un precio más alto. Y tal vez sea tarde para negarse a quedar en evidencia como parte de un minoritario club de países que, si bien no se parecen entre sí, comulgan en rechazar las fórmulas con las que otros, como Brasil, Chile o Uruguay, prosperan sin las ataduras que, a la larga, crea "la regaladera".