La reconciliación nacional y la memoria
La eventual decisión del gobierno nacional de aceptar la posibilidad de que jefes militares argentinos acusados de violaciones a los derechos humanos sean juzgados fuera del territorio nacional constituiría un lamentable retroceso en la marcha hacia la deseada reconciliación de los argentinos y hacia el fortalecimiento de la paz social interior, mencionada en el Preámbulo de nuestra Constitución como uno de los altos objetivos nacionales.
El presidente Néstor Kirchner, que tantos ecos positivos ha logrado hasta ahora en su esfuerzo por desterrar la corrupción en las estructuras del Estado, no debería incurrir en el error de avanzar hacia definiciones que pudieran ser interpretadas como un intento de reabrir las profundas heridas que el proceso de violencia de la década del 70 dejó en el cuerpo social argentino. En homenaje a la necesidad de superar los trágicos desencuentros del pasado, debería mantener la vigencia del decreto que dispone el rechazo "in limine" de los pedidos de extradición referidos a los crímenes perpetrados hace más de un cuarto de siglo en el contexto de la lucha contra el terrorismo. El mismo criterio debería adoptarse, por supuesto, en el caso hipotético de que un tribunal extranjero reclamase a nuestro gobierno la extradición de un ex integrante de las organizaciones subversivas.
Los reclamos de justicia que quedan pendientes en relación con los hechos acaecidos en ese oscuro período de la vida argentina deben ser resueltos en nuestro propio territorio, de acuerdo con la legislación vigente en nuestro país, interpretada a la luz de la jurisprudencia que los tribunales actuales consideren aplicable y sin olvidar cuál fue el espíritu del legislador cuando se sancionaron las leyes de punto final y obediencia debida y cuál ha sido, por añadidura, la tradición argentina en materia de leyes de amnistías desde la Asamblea de 1813.
Por otra parte, la doctrina de la territorialidad del derecho penal y el principio de la irretroactividad de cualquier acuerdo tendiente a establecer tribunales o procedimientos supranacionales para el juzgamiento de delitos de lesa humanidad deben mantener su plena vigencia. Ninguna razón aconseja apartarse de esa doctrina y de esos principios.
El viaje que el Presidente ha emprendido para consolidar lazos de fundamental importancia estratégica desde el punto de vista de nuestros intereses globales y para reafirmar la presencia argentina en el mundo no debe distraer esfuerzos ni energías en la dilucidación en foros extraños de problemas que pertenecen inequívocamente a la órbita de nuestros conflictos internos y que son parte de una historia intransferiblemente nuestra.
El Presidente se ha referido a la necesidad de preservar la memoria, un valor sin el cual no se concibe la existencia de una nación solidaria y unida. Pero la integridad de la memoria no se defiende manteniendo abiertos frentes de conflicto que conspiren contra la paz y la unidad nacional, sino revisando y aprendiendo las lecciones del pasado, a fin de que nunca más los enfrentamientos ideológicos abstractos y los odios alimentados por el fanatismo -sea cual fuere su signo político- coloquen al país, como ocurrió en los años 70, al borde de la disolución social y desencadenen olas incontenibles de destrucción o perversas luchas fratricidas. La memoria -la memoria genuina- tampoco se cultiva de manera parcial o, si se prefiere, con desconocimiento de la militancia sangrienta de las bandas subversivas que asolaron en su momento al país o de los grupos represores ilegales que salieron a enfrentarlos.
El gobierno del presidente Néstor Kirchner no debe adoptar decisiones que lleven a promover confrontaciones de unos sectores sociales con otros o a agudizar los enfrentamientos ya existentes. Con la misma firmeza con que ha dado pasos loables hacia el saneamiento de la vida institucional pública y hacia la eliminación de los focos de corrupción enquistados en las estructuras públicas debe producir hechos que fortalezcan la pacificación de los espíritus y la unión de los argentinos.
Son demasiados y graves los problemas que la Argentina deberá superar para salir de la agobiante crisis en que se encuentra y lograr su plena reinserción en el mundo. Agregar a la agenda conflictos internos que pertenecen al pasado y que de ningún modo deben ser reavivados podría constituir un error de lamentables e impredecibles consecuencias. Cuanto se haga para despejar las sombras de la desunión, del desencuentro y de la violencia, que tanto daño pueden todavía causar a la estabilidad de nuestras instituciones y a la salud de nuestra recuperada democracia republicana, contribuirá de manera inestimable a la anhelada pacificación nacional.