La primera santa argentina
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El 11 de febrero último, la santiagueña María Antonia de Paz y Figueroa –más conocida como Mama Antula, nombre que en quechua significa Antonia– se convirtió en la primera santa argentina. Hablamos de una incansable y apasionada mujer nacida en 1730 y fallecida en 1799, cuyos restos descansan, a su pedido, en la Basílica de La Piedad de nuestra ciudad, donde rezó por primera vez al llegar a Buenos Aires.
Laica consagrada, beata en los términos de aquella época, afrontó con tanto tesón como afán evangelizador el desafío de propagar las bondades de los ejercicios espirituales ignacianos luego de la expulsión de los jesuitas del territorio en 1767. Desde los 15 años había trabajado junto a ellos. En un país colonial, de concepción patriarcal, desafió a su acomodada familia al anunciar que no se casaría y tampoco sería monja, rebelándose ante los mandatos imperantes. Imaginemos además las reacciones cuando, sola y sin un hombre detrás, seguramente en un afán por protegerse, llegó incluso a vestirse ocasionalmente de varón.
Varias de las cartas que escribiera, y que al día de hoy se conservan como reliquias, revelan también su perfil literario, al punto de que fue reconocida como la primera escritora de la que luego sería nuestra nación. No era común para entonces que las mujeres supieran leer y escribir.
Empuñó la pluma pero también el cayado –este con forma de cruz– para recorrer a pie y descalza unos 5000 kilómetros por el virreinato, sorteando peligros de todo tipo. “La Providencia del Señor hará llanos los caminos”, escribía. Jujuy, Tucumán, Catamarca, Córdoba, La Rioja la recibieron con numerosos participantes de distintas clases sociales en cada retiro que ella lideraba. Protegía también a mujeres sin hogar, albergaba y cuidaba de niños abandonados, se ocupaba de los enfermos y los pobres.
Desde Santiago del Estero, se encaminó rumbo a Buenos Aires, también a pie, para buscar el permiso de las autoridades en su deseo por inaugurar en esta ciudad otra Casa de Ejercicios. Una de las construcciones porteñas más antiguas, en Independencia y Lima, hoy monumento histórico, se inauguró en 1795. Sus 95 acéticas celdas de dos camas cada una, acogieron a un buen número de próceres de la revolución y la independencia, junto a personalidades destacadas de la época. Mama Antula aportaba no solo sus conocimientos jesuíticos sino también de política, en ese detrás de la escena en el que se gestaba el comienzo de una nueva nación.
Junto al cura Gabriel Brochero y al hermano Héctor Valdivieso Sáez, integra la tríada de santos locales que los católicos veneran. Adelantada a su tiempo, el fervor y la audacia apostólica de Mama Antula desentonaban con el estereotipo de la época, muy alejado del concepto de empoderamiento femenino que hoy manejamos. Quien por siglos fue abandonada por la historia, hoy se vuelve un valioso referente no solo para quienes comparten su fe.