La presentación de Cristina Kirchner en la Feria del Libro
Resulta lamentable que en la que debería ser una fiesta de la cultura y del pluralismo se impongan la intolerancia y el hostigamiento al periodismo
La frontera entre el legado histórico de un dirigente y su utilización como herramienta electoral, cuando no defensiva, es demasiado borrosa y cada quien juzgará qué le parece el libro de Cristina Kirchner, ponderando sus méritos literarios o testimoniales, así como la oportunidad de su lanzamiento.
La libertad que trabajosamente hemos recuperado apenas en estos últimos años los argentinos hace posible que la expresidenta explicite o silencie lo que quiera en las páginas de la referida obra, que una empresa editorial decida publicarla y distribuirla y que pueda ser presentada en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, como efectivamente ocurrió anteanoche. La tradicional exposición, como lugar dedicado al pensamiento libre y al arte, conserva un bien ganado prestigio que no ha sido opacado por episodios como los que debieron soportar años atrás escritores de la talla de Mario Vargas Llosa, cuando alguna pandilla de autoritarios intentó decidir quién estaba autorizado a presentarse en ese sitio y quién no.
Este año, sin ir más lejos, el secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, fue insultado por manifestantes que portaban pancartas y que le dieron la espalda durante su discurso inaugural, además de formular reclamos que estaban claramente fuera de lugar. Y el año anterior, ni él ni el ministro de Cultura porteño, Enrique Avogadro, habían podido hablar.
Por eso, puede considerarse desafortunada la decisión de las autoridades de la Feria de facilitar sus instalaciones para que la expresidenta presente allí un libro escrito en clave de campaña electoral y en una sala colmada por dirigentes y militantes políticos. Se ha dicho que resulta habitual que sean las editoriales las que, gozando para ello de independencia, contraten los espacios y coordinen las invitaciones. Que desde la organización se haya previsto que se trataría de un acto multitudinario y que se tomaran por ello medidas como las del corte de calles circundantes, con abundante presencia policial, o la transmisión vía streaming a través de pantallas gigantes en el predio no parece cuestionable. Pero debió haberse previsto también que el perfil del visitante habitual de este espacio se vería alterado dando preeminencia a una militancia más sectaria que librepensadora, cuyo comportamiento en el acto dio mucho que hablar. Fundamentalmente, por el cobarde hostigamiento que de parte de algunos inadaptados sufrieron periodistas, como la cronista de TN María Eugenia Duffard durante sus salidas al aire, y por los disturbios que provocaron otros, tales como los ataques contra la publicidad estática de Clarín.
Es lamentable que en lo que debería ser una fiesta de la cultura y del pluralismo, se permita que triunfe la intolerancia de un grupo que intentó impedir el libre ejercicio del periodismo. Igualmente triste es que ni la senadora Kirchner ni los principales dirigentes que la acompañaron en la presentación de su libro hayan dicho una sola palabra para repudiar ese tipo de violencia.
Desde el entorno de la ex presidenta habían anticipado que la presentación no tendría el tinte de un acto político. Costaba imaginar que quien hasta aquí jamás había descollado por sus capacidades literarias pretendiera ahora captar la atención desde un papel tan alejado de la arena política en la que habitualmente se ha desempeñado. ¿Es que acaso podría haberse dirigido a un auditorio para abordar cuestiones de otro cariz que no fuera político o evitando que se las traspolara o interpretara con esa mirada? Sinceramente, no.
La Feria del Libro ha sido concebida como un espacio de acercamiento de los autores a sus lectores. El público hace allí lo que no puede hacer en las librerías: escuchar a los autores, dialogar personalmente con ellos. Es un ámbito de intercambio en el marco de la pluralidad más plena, como plurales son las formas de pensar y de crear que los libros expresan. Un espacio que propone, no siempre con éxito, elevar la mirada por sobre una coyuntura que nos desborda, apelando a la trascendencia del arte literario. No es un ámbito para realizar actos político-partidarios privados, por masivos que sean, disfrazados bajo la apariencia de la presentación de un libro. Un ámbito tan prestigioso y tan ligado a la cultura debió preservarse, en especial de grupos oprobiosos que no dudan en agredir a la prensa en aras de imponer un pensamiento único. Seguramente se han de revisar los estatutos que rigen la organización de este trascendente evento anual para evitar en futuras ediciones que por sus corredores se cuelen personajes de una novela histórica desgraciada y plagada de relatos de ficción capaces de superar cualquier buen ejercicio de imaginación. Al fin y al cabo, como afirmaba Albert Camus, "los que escriben con claridad tienen lectores; los que escriben oscuramente tienen comentaristas".