La política del “otroculpismo”
En lugar de trasladar culpas imaginando complots y golpes inexistentes, el Gobierno debería realizar una profunda autocrítica, aceptar su responsabilidad y reorientar el rumbo
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El presidente de la Nación pronunció una frase que describe perfectamente cuáles son las prioridades de su gobierno. “Dejemos de lado cualquier diferencia. No es un año electoral: podemos dedicarnos de pleno a resolver este tema”.
El asunto por atender este año –según dijo públicamente Fernández– es la calidad de la educación, el regreso a las aulas y la recuperación de días de clases presenciales.
Aquella aseveración del Presidente no fue producto de un lapsus. Como en muchos otros temas, el jefe del Estado no se hace cargo de lo sucedido, sino que traslada responsabilidades. Si en 2020 la educación en el país fue desastrosa, la culpa la tuvo la pandemia. Si en 2021 siguió en caída libre, fue por culpa del año electoral. Ni la más mínima autocrítica por el tiempo perdido, ni por el masivo cierre de aulas más allá de lo razonable, ni por la creciente deserción escolar por falta de estímulos y de recursos de todo tipo. Ni siquiera –como él mismo reconoce– por haber priorizado la política electoral a sacar a la educación del pozo.
Por deficiencia, obscenidad o cinismo, la culpa siempre es del otro. Es la política del “otroculpismo”.
Un día, de manera intempestiva, el Presidente anunció la intervención y expropiación del grupo cerealero Vicentin. Cuando las críticas a su decisión se tornaron casi unánimes e insostenibles, tuvo una reacción tan inusitada como irrisoria: “Pensé que todos iban a salir a festejar porque estábamos recuperando una empresa importantísima. Pero no pasó, todos se pusieron a acusarme de cosas horribles”.
A juicio del Presidente, Mauricio Macri es responsable de todo lo malo ocurrido en el país y de haberle pedido dinero al FMI, y el FMI es culpable de habérselo concedido al país y de desembolsar más de lo prudente. Es en el período 2015-2019 donde Alberto Fernández circunscribe la culpa de todo. Hoy no admite ningún tipo de responsabilidades previas al gobierno de Cambiemos. Sin embargo, cuando jugaba de opositor a Cristina Kirchner, la acusaba de mal manejo económico; de encubrimiento en el caso AMIA; de haber “hartado a la ciudadanía con su actitud dominante, constantemente imperativa”; de haber cometido “abusos como la democratización de la Justicia, el tratamiento de las medidas cautelares y el modo en que obtuvo la ley de medios” en un Congreso al que calificaba de “escribanía” de la expresidenta –una equivocada e innecesaria ofensa a los escribanos–, a la que recomendaba “revisar todas las cosas que dijo para rectificarse”. Curiosamente, varias de esas cuestiones son las que hoy defiende fervorosamente Alberto Fernández, un hombre al que no parece caberle el menor sentimiento de culpa.
Ya sea por boca del Presidente o de funcionarios claves del Gobierno a los que el jefe del Estado no desmiente, “los ricos” fueron los responsables de que haya llegado el virus del Covid al país hace casi dos años; los runners de la Capital tuvieron la culpa de la disparada de casos; las familias que se reunieron para las Fiestas resultaron promotoras de los rebrotes y también lo fueron las escuelas porteñas, que empezaron a funcionar de manera presencial antes que el resto del país, aunque nunca se haya podido comprobar que las aulas abiertas provocaran subas de contagios. Del mismo modo, el que viajó al exterior para vacunarse fue considerado poco menos que traidor a la patria.
Más tarde, se cerraron las fronteras para que no entraran nuevas variantes del virus, pero entraron y, entonces, la culpa fue de los jóvenes que hacían fiestas clandestinas.
Acaso el summun de los despropósitos acusatorios haya ocurrido cuando el Presidente culpó a los médicos: “El sistema sanitario se ha relajado. En un tiempo en que los contagios estaban disminuyendo, se abrieron las puertas [de los quirófanos] para atender otro tipo de necesidades quirúrgicas que podían haber sido tratadas más adelante”. E hizo especial un inexplicable hincapié en el mayor número de camas que el sector privado estaba ocupando para atender otro tipo de patologías, algunas gravísimas.
Mientras tanto, el velatorio multitudinario de Maradona, los piquetes, las fiestas en la quinta de Olivos y las reuniones partidarias en espacios cerrados se podían hacer porque la culpa de los contagios siempre la tenían y la tienen otros.
Tampoco admitió el Gobierno ser responsable de la pésima gestión en la compra y administración de las vacunas contra el Covid. A cambio, culpó a los laboratorios por fallas en las entregas y a supuestas exigencias insalvables nunca aclaradas.
Es este el Gobierno que más se ufana de cuidar a los pobres y resulta que, después de 27 meses de gestión, hay cada vez más pobres, pero la responsabilidad es de la administración anterior.
La inflación es otro capítulo aparte. Se hizo crecer el gasto público de manera escandalosa, pero se pretende culpar exclusivamente a los empresarios de la suba de los precios. Entonces, se echó mano de los controles de precios, que vuelven a fracasar, como históricamente ocurrió, pero no por culpa de la propia ineptitud sino de vaya a saber qué factores perversamente complotados.
“La gente no vota a un presidente para que le eche la culpa a otro, sino para que resuelva los problemas”, decía Cristina Kirchner en septiembre de 2019, en plena campaña electoral. Una deducción muy acertada, pero que, en los hechos, no pasa del enunciado.