La patria no se vende ni tampoco se malversa
Tanto la invocación al patriotismo como la denuncia de una persecución política o de género son recursos deleznables para cuestionar la condena a Cristina Kirchner por corrupción
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Para quienes se educaron en los valores de Manuel Belgrano y se emocionan con las estrofas de “Aurora”, la apropiación de la palabra “patria” en forma burda y repetitiva por quienes malversan su significado, es moralmente indigerible.
El inventario de su uso faccioso es interminable. Desde “la patria no se vende” del gobernador Axel Kicillof hasta “la patria es el otro” del camporismo. Hemos tenido la casa “Patria Grande”, para militantes afines a Cuba, Nicaragua y Venezuela, hasta el Instituto Patria, supuesta “usina intelectual” donde se recicla estatismo, proteccionismo e inflación en nombre de la patria. Hemos conocido el frente “Patria Grande” (bis) de Juan Grabois, la alianza “Unión por la Patria”, que encabezó Sergio Massa (a quien aquel tildó de “antipatria” antes de apoyarlo) y ahora, “Primero, la Patria”, la lista de Cristina Kichner en el Partido Justicialista. En ocasión de su reciente condena por administración fraudulenta, el gobernador la consideró “proscripta”, comparándola con San Martín, el Padre de la Patria, en otro dislate ofensivo para la memoria del prócer. Después de tanto uso y abuso de la patria y la antipatria, no puede decirse, como en el Mayo francés de 1968, que les haya llegado “la imaginación al poder”.
La palabra “patria” incluye a todos quienes comparten una historia común, han visto los mismos paisajes y oído los mismos rumores, urbanos o rurales. No admite exclusiones oportunistas. Quienes lucharon por una patria independiente querían la soberanía política, sin distinción entre gauchos o “galeritas”, rubios o morenos, progresistas o reaccionarios: no buscaban la liberación sino la libertad. Los sentimientos que suscita la expresión son tan profundos, que no debe ser usada para marketing político u otros fines subalternos, bien distintos al “Ay, Patria mía” que Belgrano dijera en su último adiós.
La idea de que la “patria” es solo una parte de la sociedad, viene de lejos. En 1924, Manuel Baldomero Ugarte publicó su libro “La Patria Grande”, tomando la idea de San Martín y Bolívar respecto de la unidad latinoamericana, con un ingrediente divisivo: unidad sí, pero contra el imperialismo anglosajón. La variación marxista la acuñó Fidel Castro en su discurso del 5 de marzo de 1960, cuando pronunció su célebre “¡Patria o Muerte!” como consigna de lucha revolucionaria, repetida por el Che Guevara ante la Asamblea de la ONU cuatro años después. Así está hoy Cuba, completamente liberada y totalmente empobrecida. La población entona “Patria y Vida” reclamando techo, tierra y trabajo, además de comida.
En la Argentina, la subversión armada también reivindicó la defensa de la patria para justificar sus atentados criminales con el lema: “La sangre montonera es Patria y es bandera”. John William Cooke, creador del socialismo nacional, la identificó con los descamisados, los pobres y los excluidos frente a la oligarquía, la antipatria y el “cipayaje” aliado al imperialismo. Expresiones ya acuñadas por Arturo Jauretche, el radical que se hizo peronista el 17 de octubre de 1945 y fue premiado con la presidencia del Banco Provincia por su oportuno patriotismo.
Quienes invocan a la patria en provecho propio no utilizan la palabra en el sentido que le dio Belgrano en su lecho de muerte. Es el esfuerzo final de los actores de un ciclo que se ha cerrado en la Argentina. Su batalla final para recuperar cargos y cajas, empresas y directorios, sueldos y viáticos, pasajes y estadías, empleados y choferes, asesores y secretarios, parientes y amigos, en todos los resquicios del Estado
En 1989, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, el movimiento guerrillero Todos por la Patria, dirigido por Enrique Gorriarán Merlo, del PRT/ERP, asaltó el Regimiento de La Tablada. Nuevamente, la patria tuvo poco que ver en ese intento de imponer el marxismo en la Argentina. Pero allí va la palabra viene y va sin que nadie detenga su uso malversado.
El 25 de mayo de 2018, bajo la consigna “La Patria en peligro”, se repudió al Fondo Monetario Internacional en un acto convocado por Pablo Echarri y Nancy Dupláa, secundado por Roberto Baradel, Estela de Carlotto y Grabois. La “defensa de la patria” es un estribillo repetido desde Eva Perón, para quien “la grandeza de la Patria que Perón nos ha dado, la debemos defender como la más justa, la más libre y más soberana de la tierra”. Luego de cuatro gobiernos kirchneristas, empalagados de fraseología patriótica, la patria se convirtió en la menos justa, menos libre y menos soberana de todas las tierras más cercanas.
Es redundante repetir los daños causados a la patria por el empecinamiento de Cristina Kirchner en lograr su impunidad, a cualquier precio. Incluso, al haber conformado el terceto liderado por el procesado Alberto Fernández, creyendo que, con sus contactos judiciales, iba a lograr el archivo de sus causas penales. No usó la lapicera como ella lo deseaba y luego inventó la candidatura de Sergio Massa, a quien aborrecía – en “unión” por la patria.
La Cámara de Casación Penal ha confirmado la condena contra Cristina Kirchner a seis años de prisión e inhabilitación para ejercer cargos públicos, dictada por del Tribunal Oral N° 2 en la causa Vialidad. Mediante adjudicaciones amañadas de obras viales, el matrimonio Kirchner enriqueció a Lázaro Báez con recursos públicos que luego retornaron a su patrimonio familiar. Utilizaron mecanismos tan comunes para lavar dinero que descubriría un novato y serán expuestos en la causa Hotesur y Los Sauces, ahora reabiertas. Como prueba flagrante, basta ver el mausoleo “egipcio” que construyó el citado Báez en el modesto cementerio de Rio Gallegos en gratitud a su mecenas. La patria fue vendida y ofendida en un camposanto, aunque la expresidenta intente persuadir a la opinión pública de que ella es víctima de una persecución política, mediática, judicial y hasta de género.
En cuanto al gobernador Kicillof, para quien “la patria no se vende”, se puede hipotecar. Su torpeza en la expropiación de YPF costará al Estado Nacional más de 16.000 millones de dólares por haber declarado en el Senado de la Nación (2012): “Tarados son los que piensan que el Estado tiene que ser estúpido y comprar todo según la ley de la propia YPF”. Tales palabras fueron prueba definitoria en el juicio del fondo Burford contra el Estado nacional, fruto del turbio acuerdo entre Néstor Kirchner y el grupo Eskenazi. Esa cifra serviría para hacer patria en el conurbano donde gobierna el discípulo de Cristina Kirchner con viviendas, escuelas, cloacas y asfalto, en lugar de haber hipotecado el futuro de la patria con su desplante infantil.
Esperemos que los argentinos retomen los valores de quienes pronunciaban “patria” con sincera honradez. Y que su malversación sea sancionada mediante la condena moral de una sociedad cansada de ser expoliada en su nombre
El Financial Times, en su edición del 4 este mes, advirtió acerca del “tsunami” de sentencias y laudos arbitrales que azotará las reservas argentinas luego de tantos desatinos acumulados desde el fin de la convertibilidad y que podrían ascender a 31.000 millones de dólares. Los más importantes se refieren al default de 2001, la estatización de las AFJP y el incumplimiento de contratos de las privatizaciones. Todos por violación de compromisos invocando emergencias autoinfligidas en nombre de la patria. La Argentina ha sido el país más demandado ante el Ciadi, con más de 50 casos entre concluidos y pendientes, seguido por Venezuela. Se estima que, desde 2001, se pagaron 16.538 millones de dólares por fallos o arbitrajes adversos por expropiaciones, pesificaciones y defaults.
La sentencia por YPF que debemos a la picardía patriótica de Kicillof, encabeza el ranking. Hay otra, por 1500 millones de dólares, de un tribunal británico por una “viveza” similar a aquella, cuando Guillermo Moreno intervino el Indec en 2007 y alteró la forma en que el país calcula el PBI, para reducir los pagos de bonos vinculados al crecimiento. Si bien Kicillof no era aún ministro, es célebre su apoyo a no publicar índices correctos para “no estigmatizar la pobreza”.
Quienes invocan a la patria en provecho propio, no utilizan la palabra en el sentido que le dio Belgrano en su lecho de muerte. Es el esfuerzo final de los actores de un ciclo que se ha cerrado en la Argentina. Su batalla final para recuperar cargos y cajas, empresas y directorios, sueldos y viáticos, pasajes y estadías, empleados y choferes, asesores y secretarios, parientes y amigos en todos los resquicios del Estado.
Esa es la única patria que conciben y cuyo nombre advocan, por falta de otras razones, para proteger a su lideresa frente al rigor judicial.
Esperemos que los argentinos retomen los valores de quienes pronunciaban “patria” con sincera honradez. Y que su malversación, al margen de lo dispuesto por la Justicia, sea sancionada mediante la condena moral de una sociedad cansada de ser expoliada en su nombre.