La oposición y el miedo a la libertad
La descarada resistencia de muchos opositores al Gobierno solo persigue mantener la defensa de sus viejos privilegios y amenaza con violentar la voluntad de la mayoría
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Pareciera que muchos de los presagios que distintos representantes del kirchnerismo venían formulando desde hace meses frente a la posibilidad de que su fuerza política debiera dejar el poder, como efectivamente ocurrió tras el claro veredicto de las urnas, podrían cumplirse. Basta recordar que dirigentes como Juan Grabois fantaseaban, tan pronto como se conoció el resultado de las PASO, con la idea de que el presidente Javier Milei se tuviera que “ir en helicóptero en un año y medio” si ganaba las elecciones, y que muchos otros, como Aníbal Fernández, vaticinaban que las calles iban a estar “regadas de sangre y de muertes” si triunfaba la oposición, o anticipaban que la alternativa al kirchnerismo era la “disolución nacional”, como Andrés Larroque. Muchos otros hablaban –y aún hablan– del período de Milei como “una presidencia breve”.
La desfachatez de la principal fuerza opositora quedó de manifiesto incluso poco antes de producirse el traspaso presidencial, cuando Alberto Fernández negó que la pobreza superara el 40% en la Argentina que dejó su funesta gestión. Una declaración propia de un sinvergüenza, que fue desmentida no solo por las estadísticas más confiables, sino también por dirigentes de su propio partido.
Apenas diez días después de la asunción presidencial de Milei, distintos grupos de piqueteros, encabezados por el líder del Polo Obrero, Eduardo Belliboni, y otros “gerenciadores” de la pobreza y el clientelismo, se lanzaron a la calle con el propósito de hacerle una advertencia al nuevo gobierno. También la CGT dejó atrás su larga siesta de cuatro años, en la que consintió la dramática caída del poder adquisitivo de los trabajadores derivada de la mayor inflación de las últimas tres décadas, para movilizarse frente al Palacio de Tribunales y convocar a un paro general para el 24 de este mes. Solo habían transcurrido 18 días desde la llegada de Milei a la Casa Rosada; fue la convocatoria más rápida a una huelga contra un gobierno en 40 años de democracia.
El líder del gremio camionero, Pablo Moyano, fue particularmente enfático: “El macrismo y el menemismo que creíamos desterrados vuelven a gobernar. Que no empiecen a joder con quitarnos los derechos”, cuando debió aclarar que se refería a sus privilegios. Su remanida advertencia se remonta a Eva Perón, quien había afirmado que “donde hay una necesidad, nace un derecho”. Se trata de un síntoma de fe populista que pretende desconocer que no puede haber un derecho detrás de cada necesidad por cuanto nunca habría recursos suficientes para satisfacer todas las necesidades. Tal como afirmó el juez de la Corte Suprema de Justicia Carlos Rosenkrantz, “en las proclamas populistas hay un olvido sistemático de que detrás de cada derecho siempre hay un costo”.
Los Moyano, los Grabois o los Belliboni esconden en sus discursos otra preocupación en realidad ligada a la pérdida de los que consideran sus personalísimos derechos y que poco tienen que ver con los de sus representados. Hablan así de cuánto peligran “conquistas históricas” y derechos adquiridos luego de décadas de prebendas y privilegios alimentados por gobiernos kirchneristas para quienes se erigieron en intermediarios de la pobreza. Están desesperados por desactivar sin demoras la que consideran la bomba del discurso libertario, antes de que los trabajadores despierten y entiendan que no serán ellos los perjudicados por los nuevos vientos. Por el contrario. Los cambios tenderán a reactivar el mercado del trabajo formal, permitirán a los trabajadores evitar aportes forzosos a gremios, sindicatos y obras sociales y ya no habrá terceros que obliguen a concurrir a marchas ni que les retengan indebidos porcentajes. ¿Quiénes serán los verdaderos damnificados por un cambio?
No llama pues la atención que en los últimos años ninguno de los dirigentes sindicales que hoy convocan a un paro reparasen en la pérdida de derechos que suponía el más regresivo de los impuestos: la inflación, derivada de la tan espuria como irresponsable emisión de moneda. Resulta despreciable que avalaran una gestión gubernamental que se dedicó a gastar como si no hubiera un mañana, coronada por un auténtico despilfarro de fin de fiesta meramente electoralista. Mientras las propias quintas estuvieran productivas y a salvo, poco importó el bienestar de los trabajadores.
Basta con listar los nombres de todos aquellos que llevan poco menos de un mes de protestas, reclamos y cuestionamientos para unir nuevamente a la mayoría ciudadana en contra de sus atropellos. Ellos representan ese país que no queremos legarle a nuestros jóvenes.
Indigna que, bajo la consigna del “Estado presente”, se consintieran pases a planta permanente de miles de militantes rentados en el sector público, compras realizadas por organismos y empresas estatales tan innecesarias como poco transparentes y prórrogas de concesiones y contrataciones para beneficiar a funcionarios y amigos del poder. Mientras tanto, seguridad, salud y educación fueron gravemente desatendidas y el escándalo del hambre castiga a millones de compatriotas robándoles el futuro.
Ese mismo “Estado presente” que promueven el kirchnerismo, muchas corporaciones y buena parte de la dirigencia sindical solo aspira a que sus ciudadanos nunca dejen de ser adolescentes; como aquella niñera que teme quedarse sin trabajo cuando el niño a su cuidado crezca. Procuran, entonces, instalar convenientemente una contracultura ideológica ávida por crear nuevos “derechos” que no solo colisionarán entre sí, sino que esclavizarán a sus supuestos beneficiarios, sometiéndolos en su libertad y dignidad para continuar alimentando ineficientes estructuras y corrompiendo bolsillos con el fin de que nada cambie.
El miedo a la libertad que anida en muchísimos sectores se explica por la cerrada defensa de viejos privilegios a la sombra de los cuales quedó tristemente sepultado el sistema de valores que supo hacer grande a nuestro país. Aferrados a un status quo que por décadas condujo a la Argentina al estancamiento y que hoy la sume en un trance terminal, no hay para ellos otra opción frente al cambio que una feroz resistencia, a cualquier precio y a como dé lugar. Lejos de paralizarlos, el miedo los potencia, y en su desesperación por defenderse, amenazan con violentar la voluntad de las mayorías. Su accionar los pone en evidencia y hoy vuelven a quedar en la picota. La libertad les queda grande.