La navaja de la verdad
Los alineamientos con China, Irán, Rusia, Cuba o Venezuela no pueden explicarse desde las relaciones internacionales, sino desde el autoritarismo y el anhelo de impunidad
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¿Cuál es la ventaja para el bien común de los argentinos de alinear formalmente a nuestro país con las dictaduras de China, Irán y Rusia? ¿Cómo influyen para mejorar nuestro nivel de vida las simpatías oficiales por Cuba, Nicaragua y Venezuela?
Resultan alianzas poco claras para el común de la gente en una nación de base aluvional, integrada por inmigrantes que vinieron a nuestras tierras a buscar trabajo y a formar familias, atraídos por un sistema institucional que les ofrecía iguales derechos que a los nacionales basados en la perdurabilidad de los principios republicanos de nuestra Constitución, como los derechos individuales y la división de poderes, entre otros. Sobre ellos construyeron el edificio nacional y cimentaron los valores de la clase media: el trabajo y el esfuerzo, el ahorro y la inversión, el mérito y el progreso, el premio y el castigo. La igualdad de oportunidades, sobre la base de la gesta educativa, se hizo realidad. Entre 1890 y 1910, la Argentina fue el país que más creció, hasta alcanzar el sexto PBI per cápita del planeta, detrás de Inglaterra y por delante de Suiza, Bélgica, Holanda y Dinamarca.
En un giro de 180 grados respecto de tradicionales aliados, nuestro país teje ahora lazos con naciones donde se violan los derechos humanos, se persigue a la oposición política y se cancela la división de poderes gobernando de manera autoritaria
Esta misma nación, en un giro de 180 grados, teje ahora lazos con países donde no rigen esos principios, se violan los derechos humanos y se persigue a la oposición política. En el caso de China, como hemos reiteradamente señalado desde esta esta columna editorial, aquella potencia mundial basada en un régimen tan autoritario como opaco, no se limita al plano de las relaciones comerciales, sino que expande su esfera de influencia política mediante enclaves en lugares estratégicos como la Argentina.
El caso de Irán es grotesco. Una teocracia fundamentalista que niega derechos a la mujer y donde los “castigos ejemplares” por violar la ley islámica pueden alcanzar la flagelación o lapidación públicas, las amputaciones y la ceguera forzada. La celebración del pacto, en 2013, por el que se creó una “Comisión de la Verdad” para investigar un atentado como el de la AMIA, aún sin resolver a pesar de ser el que más vidas se cobró en toda nuestra historia; la denuncia y posterior asesinato del fiscal Alberto Nisman, y la reciente presencia de Mohsen Rezai –buscado por Interpol, acusado de haber sido autor intelectual del ataque terrorista contra la mutual judía–, junto con el embajador argentino, en el acto de asunción del dictador nicaragüense, Daniel Ortega, configuran una burla institucional sin precedentes, que ahora tardíamente se busca reparar exigiendo su detención.
La presencia de nuestro embajador en la asunción del dictador nicaragüense Daniel Ortega ante uno de los acusados de haber sido el autor intelectual de la voladura de la AMIA ha sido un acto de vileza inusitada de nuestro Gobierno, una burla institucional sin precedentes y una ofensa a todos los argentinos
Rusia, donde Vladimir Putin gobierna en forma autoritaria desde 2000 con pretensiones de perpetuarse más allá de 2024, es poco lo que puede aportar a nuestro país, a pesar de la “alianza estratégica” y casi personal establecida por Cristina Kirchner en 2010, obviando el carácter homofóbico de su régimen, la desaparición de dirigentes opositores y el control que ejerce sobre el Parlamento y la Justicia. Hace recordar al tratado de 1977 entre la dictadura militar argentina y la URSS que permitió bloquear la investigación que impulsaba el gobierno demócrata de James Carter en las Naciones Unidas sobre los derechos humanos en nuestro país.
En cuanto a Cuba, a partir del encuentro político internacional conocido como la Tricontinental (1966), solo nos proveyó subversión armada durante los 70 y nunca pagó el crédito otorgado por nuestro país, en 1974, para exportar vehículos a la isla. Al igual que la URSS, también fue cómplice de la dictadura militar argentina por motivos de conveniencia recíproca. Sin embargo, las simpatías de Diego Armando Maradona y Cristina Kirchner por el régimen castrista no se traducen en ninguna ventaja para el resto de los argentinos, salvo para quienes gustan vacacionar en Varadero, tomar mojitos en La Bodeguita del Medio o curarse en la clínica Cimeq, como Hugo Chávez, Evo Morales o Florencia Kirchner.
Está claro que las “ventajas” que hallan los gobiernos kirchneristas al aliarse con las peores dictaduras mundiales responden al pragmatismo que privilegia asociaciones “estratégicas” que prescinden de todo tipo de valoración moral
Respecto de Venezuela, en tiempos de Chávez, prestó fondos a la Argentina a una tasa muy superior a la del Fondo Monetario Internacional (FMI), mientras enviaba dineros “negros” en valijas para la campaña presidencial de Cristina Fernández. Ya conocemos el sistema de retornos armado por la “embajada paralela” de Julio de Vido y el grupo Levy para el lavado de activos mediante exportaciones sobrefacturadas. Actualmente, nada puede aportar a la Argentina, salvo los venezolanos que emigran a nuestro país. Es una nación fallida, que ha expulsado a siete millones de personas, cerca del 22% de su población.
¿Cuáles son las ventajas de esa alineación con las peores dictaduras mundiales? Existen varias explicaciones en el tintero de nuestra Cancillería: el pragmatismo, que privilegia ventajas estratégicas prescindiendo de ideologías o valores en juego, la no intromisión en asuntos internos para justificar silencios ante violaciones de derechos humanos, la conveniencia circunstancial, para lograr apoyos en foros internacionales o cualquier otra razón oportunista que el papel membretado pueda resistir.
Pero, en este caso, resulta más útil recurrir a Guillermo de Ockham (1280-1349) un filósofo escolástico que inmortalizó el “principio de economía”, también llamado “Navaja de Ockham”, para guiar la investigación filosófica y científica, según el cual, “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable”.
“Ir por todo”, “justicia legítima, “reforma judicial; la teoría del “lawfare” son nada más que recursos canallescos tendientes a destruir la división de poderes saltando las vallas del republicanismo de modo de asegurarse impunidad frente a la comisión de delitos aberrantes contra la administración pública
Los países preferidos por el kirchnerismo no tienen en común el sistema económico, pues los hay capitalistas, como China, Rusia e Irán; socialistas, como Venezuela, Nicaragua y Bolivia, y comunistas, como Cuba (definido como “Estado Socialista de los Trabajadores”). En cambio, comparten la ausencia de Estado de Derecho, la falta de libertades individuales, la violación de derechos humanos, la carencia de justicia independiente y la perpetuación de sus dictadores.
En definitiva, la preferencia por esas autocracias, conforme la “Navaja de Ockham”, no parece resultado de una política exterior que privilegie los intereses nacionales de largo plazo, sino de una razón bien sencilla: el interés personal de Cristina Kirchner por reproducir, a nivel interno, la misma arquitectura institucional que rige en esas naciones, para asegurar su impunidad y no otra cosa.
Aliarse con lo peor solo puede llevar a la Argentina a profundizar su decadencia, transformándola en una nación fallida
La vicepresidenta fue explícita cuando sostuvo que la división de poderes era una rémora monárquica creada por la Revolución Francesa para conservar privilegios de la aristocracia. Además de equivocarse, pues ese principio republicano fue introducido, por primera vez, en la Constitución de los Estados Unidos, de 1787, y no en Francia, olvidó que constituye la piedra basal del capitalismo liberal, como se conoce en Occidente. Sin división de poderes y sin independencia judicial, la Argentina se parecería a China, Rusia, Irán, Cuba, Venezuela o Nicaragua.
Si alguna duda queda, sus propuestas de “ir por todo”, “justicia legítima”, “reforma judicial” o la teoría del lawfare, sumadas a los embates contra la Corte Suprema de Justicia de la Nación, solo confirman esa interpretación sencilla, que no exige muchas disquisiciones académicas, ni relecturas de Cooke, Puiggrós o Santucho.
El entramado de retornos y corrupción no figuraba como objetivo del “socialismo nacional”. Cuando habla el dinero, los teóricos callan y sus doctrinas implosionan. Cuando las pruebas se acumulan, la Navaja de Ockham rasura el relato y explicita la verdad de forma implacable.