LA NACION cumple 151 años
En este nuevo aniversario, nuestro diario reafirma su defensa de las instituciones, de las libertades y garantías y del bienestar de la sociedad de la que forma parte
El contraste entre el momento elegido por Mitre para la fundación de este diario y hoy, en que cumple 151 años, es de dimensión histórica, política y moral mayor de la que supone el tiempo transcurrido de evolución nacional.
Para decirlo en palabras de Alberto Gerchunoff, el escritor y periodista que embelleció las páginas de LA NACION durante casi cuatro décadas, en 1870 la Argentina era "un país de advenimiento", de venturosas esperanzas en criollos y en la extraordinaria inmigración que soñó y realizó el sueño de encontrar aquí la tierra prometida. La alcanzaron con esfuerzo, es cierto. Tuvieron dignidad suficiente para superar adversidades y entregar a los descendientes las herramientas indispensables para el crecimiento personal, infundiéndoles los valores del mérito.
Al cabo de 151 años, la Argentina recorre el camino inverso de los países de advenimiento. Expulsa a hijos y a empresas, en un éxodo desmoralizador para quienes persisten, contra corrientes enquistadas en el poder político y sindical, en alentar la productividad, la educación pública y la concentración en el estudio y el trabajo; en suma, en redoblar el compromiso con lo que fue el país de la movilidad social y el progreso vertiginoso.
Economistas, sociólogos, antropólogos, politólogos e historiadores, figuras de renombre en la intelectualidad por la amplitud y profundidad de una visión universal, coinciden en examinar el fenómeno argentino como único en la comparación histórica con otras naciones. ¿Cuándo harán los argentinos un acto introspectivo sobre lo que fueron y podrían haber sido hoy de no haber mediado políticas chapuceras y mitos que, en lugar de encarnarse en liderazgos responsables y eficientes, se confiaron a la magia de chamanes?
Apesadumbra habernos constituido en sociedad que a pesar de fracasos estrepitosos, y crecientemente graves, que frenaron por tantos años la marcha ascendente, se obstina aún en aceptar la aplicación de modelos por los que ha retrocedido de posiciones de vanguardia para rezagarse en alarmante estancamiento. Las estadísticas lo denuncian: el PBI per cápita es el mismo que en 1974.
Con el 44 por ciento de la población en la línea de pobreza. Con un grado de inseguridad física galopante en zonas urbanas y suburbanas y las fuerzas del orden desautorizadas a menudo por la política, mientras pandillas del narcotráfico remedan el Chicago de los años veinte. Con la liviandad oficialista de congraciarse con movimientos sociales concebidos para socavar instituciones de la ley y tradiciones culturales que acuñaron el perfil de la nacionalidad. Con el Senado de la Nación empeñado, como norte de su gestión, en lograr el desmantelamiento de las garantías de todo orden que posibilitan una justicia independiente y consagrar así la impunidad para quienes cometieron delitos resonantes de corrupción pública. Aislada la Argentina de los mercados crediticios que pudieran asistirla en la angustiante situación financiera porque atraviesa y disociada su política internacional de las potencias centrales de Occidente, crucifica los que hubieran sido proyectos de inversión extranjera cruciales para su recuperación. Podríamos seguir, pero sería inhumano propender a la lectura de un cuadro taxativo de razones del desconcierto mundial por esta temeridad política que se eterniza aquí.
Ratificamos nuestra identidad y la voluntad de continuar la lucha por el ideario que caracteriza a nuestro diario. Profesamos una esperanza irreductible en la restauración de la Argentina
Los males del país, de por sí graves, se hallan exacerbados por una ideología populista radicalizada en el núcleo de poder enquistado en el Congreso de la Nación, en particular en el Senado, y en organismos públicos que manejan las cajas de dinero del Estado. El dominio de esos espacios alfombrados se alumbra con luces surrealistas, como que tanta gravitación institucional y engañosa se encuentra disociada del grado de rechazo de las figuras dominantes, según informan consistentemente las encuestas de opinión pública. A esto se suma la deposición, por parte del Presidente, de una asunción más rotunda, dentro de la coalición gobernante, de las facultades del cargo y del respeto por la investidura.
Urge un cambio drástico de dirección en las principales políticas públicas. Así las cosas, este nuevo aniversario del acto por el que Mitre dispuso continuar por la prensa los ideales que como presidente lo habían llevado a dejar concluida la organización constitucional del país, invita a una reafirmación de propósitos.
LA NACION está, como desde el primer número, consustanciada con las instituciones de la Nación, con sus libertades y garantías y el bienestar de la sociedad de que es parte. Es consciente de que la prensa independiente, profesional y actualizada por la aplicación de las más modernas y desafiantes tecnologías constituye una palanca esencial para el funcionamiento regular de la democracia.
LA NACION agradece a su plantel estable y a los colaboradores externos por participar de la misión que se ha impuesto desde hace más de un siglo y medio y, sobre todo, por haber contribuido a su desenvolvimiento en un año tan aciago para la humanidad como 2020. La vida de 500 periodistas ha sido abatida en el mundo en lo que va de la pandemia.
LA NACION agradece por igual a los avisadores y a la legión de seguidores del viejo diario de papel y de las diversas versiones periodísticas en plataformas digitales y en su señal televisiva. Aquellas cuentan con un número tal de suscriptores que ahora puede decirse que hay, al cabo de dos largas décadas de experiencias fundadas por la revolución en las comunicaciones, un mapa estratégico al servicio de la sustentabilidad de la información, los comentarios y la defensa de principios con los que se ha hallado comprometida LA NACION desde hace 151 años.
Ratificamos en este aniversario nuestra identidad y la voluntad de continuar la lucha por el ideario que la caracteriza. Profesamos, pues, una esperanza irreductible en la restauración argentina.