LA NACION: 155 años de periodismo
Nuestro compromiso ha sido siempre con la defensa de los valores republicanos y con generaciones de lectores a quienes agradecemos profundamente su confianza
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Desde el 4 de enero de 1870, día en que se fundó LA NACION, hasta hoy, hemos llevado nuestro mensaje hasta los últimos confines del territorio argentino, salvo circunstancias ocasionales de fuerza mayor o previstas por el calendario oficial.
Incluimos en ellas las cinco clausuras que sufrió el diario: cuatro en el siglo XIX y, la restante, en las agitadas jornadas en que se discutía la unificación de la deuda pública, a comienzos del siglo siguiente, durante la segunda presidencia del general Julio Argentino Roca. Debemos hacer notar también nuestra ausencia en los feriados que afectaron la circulación de todas las publicaciones, con mayor o menor profusión anual, según cambiantes decisiones oficiales, y días en los que a raíz de medidas de índole laboral estuvimos ausentes de las calles a pesar de los esfuerzos por lograrlo.
Hemos recordado en más de una ocasión que somos actores y testigos de la vida nacional. Y que hemos procurado honrar el legado de Bartolomé Mitre, fundador de LA NACION, al interpretar que la libertad de prensa no es una concesión graciosa de los gobernantes, sino parte de un modelo de país trazado minuciosamente por la ley esencial de la República, la Constitución nacional.
Reintegrada la provincia de Buenos Aires a la Confederación Argentina después de la batalla de Cepeda y del Pacto de San José de Flores, que aunó a las partes del conflicto dirimido, Mitre gravitó junto con Dalmacio Vélez Sarsfield, Domingo Faustino Sarmiento y otras personalidades de la época para que la reforma constitucional de 1860 reforzara el espíritu consagrado por los constituyentes de 1853 de respeto amplio para el ejercicio libre del periodismo. Quedó así estipulada la prohibición para el Congreso de la Nación de dictar leyes de imprenta. En su interpretación amplia esa limitación alcanza a cualquier intento de limitar la libertad en el funcionamiento de todos los medios de comunicación cualquiera que fuere el soporte en el que editen sus contenidos.
Ciertamente que en el tiempo transitado desde entonces hemos conocido momentos de respeto ejemplar a la libertad de prensa, como así también otros de censura abierta o solapada, y atropellos de toda índole. Hasta se tramó contra el periodismo independiente, en la primera parte de los años cincuenta, la mezquindad de sofocar sus voces con un régimen de provisión de papel –en época de papel para diario esencialmente importado– según cuotificaciones que se establecían de acuerdo con el grado de adhesión que hubiera al gobierno de Juan Perón.
En el largo tiempo de 155 años gravitó con mayor fuerza en el andamiento de este diario la confianza de los lectores en las bondades de su información e ideario ético, que los ataques habidos contra él y sus periodistas para discontinuar la marcha o desviarla de los objetivos trazados. No ha sido una casualidad que ello ocurriera de tal modo. Ha sido la derivación natural del compromiso sostenido por este diario con las premisas básicas de la democracia republicana.
Siguiendo las reglas de esa escuela clásica del periodismo LA NACION ha considerado siempre que los hechos son sagrados y que su opinión debe responder a la defensa ahincada del Estado de Derecho. Eso ha implicado un batallar denodado por la preservación de la división de poderes, la independencia de una Justicia integrada por magistrados de conducta y antecedentes intachables y, por cierto, la de la libertad de expresión como un bien que ha de beneficiar por igual a quienes piensan de manera distinta.
Consideramos que los hechos son sagrados y que la opinión de LA NACION debe responder a la defensa ahincada del Estado de Derecho. Eso ha implicado un batallar denodado por la preservación de la división de poderes, la independencia de una Justicia intachable y por la libertad de expresión como un bien que beneficia por igual a quienes piensan distinto
Un espíritu de tolerancia de esa naturaleza se somete día a día a la verificación de la prueba. Como parte del bagaje de notas y comentarios por el que se expresa la identidad de LA NACION, hay también voces de colaboradores con una visión diversa de la de este diario y, a veces, hasta en franca oposición con los lineamientos liberales inconfundibles de la doctrina que nos ha caracterizado desde el 4 de enero de 1870.
Somos depositarios de una hemeroteca histórica y de un archivo inigualable como tesoros provenientes del trabajo de las sucesivas generaciones de periodistas que en un siglo y medio han integrado nuestra Redacción. Ningún activo, sin embargo, podría alcanzar mayor valor para un medio de comunicación como este que el encarnado en la masa de lectores y anunciantes, renovados en el tiempo y desde hace décadas distribuida en múltiples plataformas. Sin ellos sería imposible nuestra continuidad.
Consciente de que aferrarse exclusivamente a la nostalgia no es el mejor consejo, LA NACION ha propendido desde sus orígenes a ser contemporánea de sí misma, a preservarse como un medio capaz de mirar el pasado, pero para reafirmarse en los principios en que se fundamenta. Soñamos permanentemente en atender los reclamos de un futuro dinámico en la actualización de nuestros servicios, y en estar preparados para enfrentar los retos que plantea la incesante innovación tecnológica a la hora de pensar en lo que vendrá.
Promovemos que la ciudadanía pueda gozar del irrenunciable derecho a la información, tantas veces cercenado, pero intrínsecamente unido a la condición humana. Tanto internet como la inteligencia artificial, las tan arrolladoras como revolucionarias tecnologías digitales, ofrecen infinitas posibilidades para ampliar las libertades de expresión e información mediante un acceso inmediato y global a la vastedad del conocimiento. Estos saberes extendidos realzan las aspiraciones de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que aboga por una libertad de expresión irrestricta, sin fronteras ni violencias.
En estos nuevos ecosistemas digitales se instalan con peligrosa facilidad amenazas mediante normas estatales arbitrarias, censura, bloqueos de acceso a contenidos, cibervigilancia, acoso, campañas de descrédito o, simplemente, violencia digital. Todo esto sin olvidar la opacidad propia de los algoritmos que inducen a la polarización, confirman prejuicios o propagan desinformación y discursos de odio. Sobre esto ha hecho una advertencia rectora la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el caso “Denegris, Natalia c/ Google”, cuando al rechazar una demanda en cuestiones concernientes al derecho a la intimidad de las personas, abogó, en implícita referencia al Congreso de la Nación, porque ha llegado la hora de hacer más transparente la magia de los algoritmos.
Tanto como eso resulta igualmente lesiva del interés público la concentración del mercado en plataformas digitales que menoscaban también los derechos de autor y de propiedad intelectual. Todavía carecemos, sin embargo, del cauce efectivo para la protección del trabajo periodístico y la compensación por sus costos, cuya medida está en relación directa con la calidad de lo que se produce.
Hay incontables desafíos por delante, pero en todo caso se hallan asociados a la nobleza de las metas de un periodismo exigente consigo mismo y al respeto por valores éticos con los que este necesariamente debe consustanciarse. El año nuevo de LA NACION se abre de una forma compartida por todas las áreas internas que hacen fructificar la tarea de nuestros periodistas. En ese elenco indispensable, al que nos dirigimos con sentimiento agradecido, están desde luego los lectores, pero también los anunciantes que han sabido acompañarnos, ajustando también ellos los pasos a los requerimientos de una revolución tecnológica que nos sorprende día tras día.
Gracias, a todos.