La mentira como estrategia política
La resolución de la AFI que dispone cambiar el nombre de su sede está basada en otra burda falsedad, una historia ficcionada, un nuevo exponente del relato
El 30 del mes último el Boletín Oficial publicó una resolución de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), firmada por su titular, Cristina Caamaño, mediante la cual se dispuso cambiar el nombre de la sede de dicho organismo, situada en la calle 25 de Mayo 11, en la ciudad de Buenos Aires. Erigida en 1929, la construcción de estilo academicista francés clásico, conocida como Edificio Martínez de Hoz, es una de las obras emblemáticas del prestigioso arquitecto Alejandro Bustillo que integra el catálogo de inmuebles protegidos por el gobierno de la ciudad. La titular de la AFI ordenó cambiar su nombre por el de José Hernández. En ese mismo predio se levantaba anteriormente el Hotel Argentino, en el que dicho autor escribió, en 1872, el poema épico gauchesco Martín Fierro.
En los fundamentos de la resolución de la AFI se sostiene que, "como es sabido, el origen de la riqueza familiar de los Martínez de Hoz se remonta a los albores de la lucha por la independencia nacional, cuando José Martínez de Hoz amasó un capital a partir de negocios relacionados con el tráfico de personas destinadas a la esclavitud, cuyas ganancias permitieron la adquisición de las primeras hectáreas ubicadas en el sur de la provincia de Buenos Aires, que luego se vieron multiplicadas gracias a los beneficios generados por la llamada Conquista del Desierto, y que un siglo después rondaban aproximadamente los 2,5 millones de hectáreas". Incluye también consideraciones disvaliosas respecto de miembros de las sucesivas generaciones de la familia.
Tan grotesco apartamiento de los hechos revela o bien que la AFI es notoriamente incapaz de revisar los archivos nacionales o que miente a sabiendas. Quienes sí recorrieron la documentación disponible y arribaron a notables conclusiones fueron los investigadores José D'Angelo y Pedro José Güiraldes.
El primer Martínez de Hoz vivió en Buenos Aires a fines del siglo XVIII, antes de la Revolución de Mayo. Su nombre era Josef. Era español y dueño de un típico almacén de ramos generales de la época. Ni de la documentación existente sobre su actividad ni de las crónicas de la época surge que pudiera haber estado involucrado en el tráfico de esclavos o que hubiese amasado una gran fortuna dedicada a la compra de tierras en el sur de la provincia de Buenos Aires. Los registros de la época sí lo muestran ayudando en el acopio de armas para la defensa contra la primera invasión inglesa.
Los archivos de la Academia Nacional de Historia y del Atlas del plano catastral de la República Argentina, del ingeniero Carlos Chapeaurouge, confirman que la familia Martínez de Hoz jamás fue dueña de tierras al sur del río Colorado, área que fuera objeto de la Conquista del Desierto. De hecho, José Toribio Martínez de Hoz (nieto de Josef) compró tierras en la zona de Mar del Plata, muy al norte del río Colorado, y más de 20 años antes de la referida campaña militar, por una superficie que representaba apenas un 1% de aquella citada por la AFI.
La Biblioteca Raúl Prebisch, del Banco Central de la República Argentina, cuenta con la lista de los suscriptores de los bonos públicos emitidos bajo la denominada ley Avellaneda, en 1878, para financiar la Campaña del Desierto. Ningún José Martínez de Hoz figura en ese listado. José Toribio Martínez de Hoz murió siete años antes de aquella ley y la cuenta particionaria de su sucesión, que obra en el Archivo General de la Nación, no registra tierras al sur del río Colorado. El siguiente José Martínez de Hoz nació en 1895, de modo que no podría haber participado de la suscripción de aquel bono ni en reparto de tierras alguno en relación con aquel. Por otra parte, la de por sí disparatada cantidad de 2,5 millones de hectáreas que menciona la AFI expone crudamente la magnitud del dislate.
Cuando los relatos ficcionados se confrontan con la historia y los documentos y registros que la avalan, caen por su propio peso. Lamentablemente, muchos jamás se adentran en el conocimiento de los hechos que efectivamente ocurrieron. No habría razones para cuestionar un cambio de nombre si las motivaciones fueran cuando menos válidas. En este como en tantos otros casos, más allá del inocultable sesgo ideológico, lo disparatado de las afirmaciones denota el total desprecio no solo por los hechos históricos, sino, mucho más grave aún, por la inteligencia y la sagacidad de los ciudadanos. La utilización permanente de la mentira sigue el ejemplo del célebre ministro de Propaganda de Hitler, Joseph Goebbels: "Miente, miente, que algo queda".
En el contexto de los graves problemas que afectan a nuestro país resulta por lo demás absolutamente inaceptable que una dependencia del Estado derroche tiempo, recursos y dinero en revisiones históricas cuyo único fin sea construir otro de los muchos relatos a los que el kirchnerismo pretende acostumbrarnos.