La mal llamada “restitución” del patrimonio cultural
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A raíz de los hurtos ocurridos en el Museo Británico, a los cuales ya nos hemos referido desde estas columnas, renunciaron sus máximas autoridades. La falta de medidas adecuadas para proteger el patrimonio de esa institución generó nuevos reclamos a favor de la llamada “repatriación” a Grecia de los mármoles del Partenón exhibidos en ese museo londinense. Pero la cuestión no pasa por ahí.
Esas piezas, talladas en el año 450 a. C. y que decoraban el templo de Atenea en la Acrópolis, fueron trasladadas desde Atenas a Inglaterra por Thomas Bruce, duque de Elgin, entre 1799 y 1803. Este las adquirió a título personal gracias a un permiso escrito emitido por las autoridades del Imperio Otomano, por entonces ocupante del territorio griego. Elgin, embajador inglés en Estambul y admirador de la cultura griega, las llevó a Londres por temor a que pudieran desaparecer –como finalmente ocurrió con el 50% de todas las restantes decoraciones del templo–. En 1816, el gobierno inglés compró los mármoles por una suma inferior al costo de adquisición para exhibirlos en el Museo Británico.
Desde la declaración de la independencia de Grecia en 1832, los reclamos de su gobierno para logar el retorno de esos mármoles a Atenas han sido incesantes y, hasta ahora, vanos. Entre otros argumentos, el Museo Británico sostuvo durante muchos años que Atenas no aseguraba las condiciones para su adecuada conservación. Pero la inauguración de un magnífico museo en la capital griega en 2009 y los recientes hurtos ocurridos en Londres parecen descartar esos argumentos.
Existen grandes obstáculos legales para permitir a las autoridades del Museo Británico llegar a un acuerdo con el gobierno griego y así transferirle los mármoles. Bajo la ley inglesa, los títulos de propiedad del Museo son indiscutibles e irrevisables. Además, hace poco tiempo el gobierno griego declaró unilateralmente que un reciente préstamo temporario por ocho años realizado por un museo italiano al Museo de la Acrópolis pasaba a ser definitivo, lo que echa dudas respecto de cualquier posible acuerdo sobre préstamos recíprocos entre entidades griegas y británicas.
Los opositores al traslado argumentan que los mármoles no volverán a ser colocados en la Acrópolis, de donde fueron extraídos, sino exhibidos como piezas de museo en un edificio público. ¿Qué sentido tiene, entonces, llevarlos hasta Atenas? Mientras el Museo Británico recibe más de veinte millones de visitantes al año, a Atenas llegan solo seis millones de turistas en igual lapso.
Para algunos historiadores, la Grecia actual tiene poco de heredera natural de la Atenas de Pericles, así como las autoridades egipcias tienen muy poco en común con los faraones o el presidente de México con el último emperador azteca. La superposición geográfica parece un argumento débil para justificar el traslado bajo el argumento de que este, en rigor, constituye una restitución.
El actual debate sobre la necesidad de preservar el patrimonio cultural dentro de un ámbito geográfico que le sería propio está instalado y definirá el futuro y los alcances de la cooperación internacional en esta materia. La Unesco está debatiendo la modificación de los actuales convenios al respecto, lo que llevará a replantear el papel que los grandes museos internacionales y sus acervos juegan en el desarrollo de las identidades nacionales.
La cuestión no es ajena a los intereses argentinos. Nuestro territorio incluyó una porción limitada del Imperio Inca, pero sostener que todos los hallazgos arqueológicos de ese origen ocurridos en nuestro país deben ser enviados al Perú constituiría un error histórico y una pérdida cultural para la Argentina. Algo similar ocurre cuando se insiste en retirar de nuestros museos evidencias de nuestro pasado indígena para “devolverlas” adonde fueron encontradas. En el caso de las momias del Llullaillaco, respetuosamente preservadas en cámaras frigoríficas acristaladas dentro del Museo de Arqueología de Alta Montaña en la ciudad de Salta, se pretende volver a enterrarlas en el pedregal donde fueron encontradas. Ello sólo logrará que poco después sus tumbas sean profanadas y las momias puestas a la venta en un mercado tan ávido como oscuro.
Durante los años del apogeo económico argentino, numerosos coleccionistas trajeron de Europa muchas obras de arte. Por eso se ha dicho que la colección de arte español de nuestro Museo Nacional de Bellas Artes hace palidecer a algunas instituciones peninsulares. Con los mismos desafortunados criterios se podría exigir una mal llamada “devolución” para así “restituir” parte de nuestro acervo cultural a supuestos herederos de quienes ilícitamente lo habrían vendido.