La lengua que nos une
Nadie puede ignorar lo que significa para 500 millones de seres preservar la coherencia de un idioma común, que les permite entenderse sin dificultades
Si hay genio a quien los hispanohablantes deban tributar agradecimiento, es Felipe V. Al impulsar en 1713 la fundación de la Real Academia Española , con vistas a afirmar la cohesión nacional entre sus súbditos, sentó las bases de la emulación académica en los otros países en que se ha hablado la lengua madre de Cervantes, Lope de Vega, Darío, Lugones, Borges , Carpentier, Octavio Paz, García Márquez , Carlos Fuentes, Vargas Llosa .
Precisamente, tocó al premio Nobel de Literatura de 2010 pronunciar uno de los discursos más esperados del VIII Congreso Internacional de la Lengua, realizado recientemente en Córdoba . Como último gran supérstite de la generación que a mediados de los sesenta renovó las letras en español, Vargas Llosa tiene, al menos en la Argentina, dos razones de autoridad. La que deviene de una obra de ficción maravillosa y de ideales potenciados en ensayos y en la memoria colectiva de los porteños por la infortunada intervención, años atrás, de un funcionario que pretendió silenciarlo en la Feria del Libro de Buenos Aires. Era el censor de turno nada menos que director de la Biblioteca Nacional, sucesor de Mármol, de Groussac, de Borges, aunque dotado de muchísima menos visión y grandeza que aquellos tres a quienes Dios, en su "magnífica ironía", había dado "a la vez los libros y la noche".
Nadie más indicado que el autor de La ciudad y los perros para salir al cruce del flamante reclamo del presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, al rey Felipe VI y al papa Bergoglio, de que se inclinen en perdón por la violencia habida en los años de la conquista. Por aquello de la espada y la cruz, claro. Si hay un elemento central en la cultura que identifica a pueblos diversos, esa es la lengua y, en este caso, las bondades de un fenómeno cultural compartido hoy por 500 millones de personas y por cuya unidad se vela en congresos como el de Córdoba. El mensaje infortunado e inoportuno de López Obrador al monarca español y al Papa había sido, por el contrario, el de la desunión y la dispersión, bien que con más astucia demagógica que real resentimiento. ¿Con qué autoridad para exteriorizar tales sentimientos?
Es lo que Vargas Llosa desnudó en filosa elipsis: México lleva cinco siglos incorporado al mundo occidental. En sus 200 años de vida independiente "tiene todavía millones de indios pobres, marginados y explotados". ¿No habría sido más oportuno -se preguntó el escritor peruano que López Obrador se hubiera interrogado a sí mismo en vez de haber planteado a terceros tan relevantes la delicada cuestión? Podrían reflexionar sobre esto mismo otros presidentes latinoamericanos.
En los prolegómenos del Congreso se habían levantado voces provenientes de colegios antropológicos, con la preocupación de que el celo por la unidad de la lengua española conspire contra la diversidad plurilingüística de América Latina. Se trata, en verdad, de un tema atizado en las últimas décadas incluso desde Europa por las controversias que allí se dirimen entre nacionalidades en pugna. No hay, sin embargo, una sola voz responsable en el mundo hispanohablante que ignore el valor enriquecedor de cualquier lengua o de sus formas dialectales o que olvide lo que para siempre se pierde cuando muere el último de sus hablantes.
En el vasto territorio argentino, en no pocos casos ceñidos a sus últimos confines, perviven no menos de una docena de lenguas indígenas: ava-guaraní, aymará, quechua, wichí, guaraní, chané, mocoví, mapuche o mapudungun, qom o toba.
Nadie, tampoco, podrá ignorar lo que significa para 500 millones de seres preservar la coherencia de la lengua común, por la cual unos y otros se entienden en español sin las dificultades observadas entre hablantes de otros grandes idiomas de Occidente. Ese ha sido mérito encarnado, desde Felipe V, en monarcas que han perseverado, como asiéndose a una irrenunciable responsabilidad histórica, en la misión de custodiar la homogeneidad de un idioma que fortalece ante el mundo el espíritu creativo de quienes lo hablan y escriben. Desde las letras y la política hasta la economía y las ciencias.
El presidente Macri, Felipe VI, escritores, lingüistas y académicos participaron a sala llena de esta reunión en la que se exaltó, en palabras de Carlos Fuentes, la lengua española como la de la rebelión frente al coloniaje y de la esperanza por el horizonte que se abría con la independencia de los nuevos países independientes.
Los viejos desafíos han mutado, sin embargo, de naturaleza, pero no de complejidad. Este ha sido el Congreso en que se abordaron las derivaciones de tecnologías que han incorporado a la inteligencia artificial como uno de los actores centrales de los tiempos actuales, aunque en modo alguno perfectos: los algoritmos de los correctores automáticos, denunció José María Álvarez-Pallete, presidente de Telefónica, tienden a viralizar errores como el de calificar de incorrectos a 7500 de los 93.000 vocablos del diccionario de la RAE.
La historia no avanza en línea recta. Aun así, logra progresos que impresionan: "El teléfono que tienes en la mano insistió el empresario español tiene 300.000 veces más capacitación de computación que la NASA cuando envió un hombre a la Luna, en 1969".