La lengua, acosada por el infantilismo ideológico
La Academia Nacional de la Educación ha llamado con acierto a no forzar las estructuras lingüísticas para convertirlas en espejo de una ideología
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Las voces autorizadas sobre el uso correcto de la lengua española han sido más que categóricas en el rechazo a proposiciones que, con el pretexto de velar por la igualdad de géneros, tienden a afearla y a destruir su morfología. Nadie discute tampoco el sabio principio de la Constitución nacional que establece que todos somos iguales ante la ley.
Sin embargo, es evidente que hay sectores empeñados en arrasar con tradiciones y costumbres –excepto las establecidas por el anquilosado pensamiento proveniente del marxismo y sus derivaciones populistas– para quebrantar la cohesión y prestancia de la gran lengua de Cervantes. Como bien advierte la Academia Nacional de Educación, que preside Guillermo Jaim Etcheverry, “no deben forzarse las estructuras lingüísticas del español para que se conviertan en espejo de una ideología”.
Es tan cierta esa observación como que la mismísima diputada nacional del Frente de Todos a cuya desventurada intervención se debió la introducción en la ley de la palabreja que creó el absurdo conflicto del oficialismo con los laboratorios Pfizer fue dos años atrás quien impulsó una iniciativa para imponer el uso del lenguaje inclusivo en los medios de comunicación pública. Todo mal, diputada Cecilia Moreau.
Al sumarse explícitamente a lo ya dicho en términos categóricos por la Academia Argentina de Letras, la institución encabezada por el exrector de la Universidad de Buenos Aires advirtió que “la gramática que estudiamos no coarta la libertad de expresarnos o de interpretar lo que expresan los demás”. La lengua es el medio de comunicación por excelencia, y si lo que procuramos decir no se entiende o se convierte en galimatías, no habrá comunicación alguna ni mensaje que llegue al destinatario al que se dirige.
La lengua de Racine tampoco se rendirá a caprichos que propenden a imponerse con invocaciones democráticas cuando su manipulación por motivos ideológicos fue cosa de regímenes totalitarios como el soviético y el nazi. Nada se tema, pues, de los vientos que soplan desde una sociedad pionera en materia de emancipación femenina: la Académie Française y el Ministerio de Educación de Francia han expresado con lucidez que la aberración inclusiva es perjudicial para la práctica y la inteligibilidad de la lengua francesa. Ha sido oportuno en ese sentido que nuestra Academia Nacional de Educación lo recordara.
Instituciones de tanto calibre intelectual no podían sino coincidir en que debe cerrarse el paso a formas de expresión que perturban el sano sentido común de la sociedad. O que lejos de contribuir a señalar la igualdad de sexos, sugieren, por el contrario, la existencia de una rivalidad y no de un encuentro fundamental y profundo entre ambos.
Reténgase este nombre: Susana Mirassou. Como presidenta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), ha dado curso a un manual de estilo interno entre cuyas recomendaciones, siempre en aras del “espíritu” de igualdad de géneros, está la de evitar las palabras “marido” y “mujer”, y reemplazarlas por “cónyuges”. En el lenguaje barrial ese tipo de ideas entrarían en categorizaciones brutales, más para la burla que para un comentario editorial en el diario fundado por quien sembró el país con colegios nacionales.
Como la propuesta hecha por la conducción del INTA se dirige, según se afirma en el discurso oficial, a eliminar la violencia contra la mujer, una respuesta apropiada aquí sería de este tenor: ¿por qué con ese criterio no se apremia con mayor ahínco al Gobierno a terminar con la creciente ola de femicidios que asuela al país? ¿O es que en el INTA, tan silencioso frente a los ataques gubernamentales que padece el campo, apañan la doctrina de la “Justicia garantista” que ha contribuido con su influencia a la inseguridad física que agobia a todas las franjas sociales?
Quienes pierden el tiempo proponiendo que se diga “los y las trabajadores y sus familias”, en lugar de “los trabajadores y sus familias”, deben reflexionar que el prolongado uso del masculino genérico, según afirman con lógica elemental los académicos del ámbito educativo, se halla lejos de pretender desdeñar a la mujer. Con solo tomar distancia del infantilismo ideológico, se hace evidente que el uso de la @ o de las letras “e” y “x” como supuestas marcas de género son ajenas a la morfología del idioma español.
No podía esperarse de la Academia Nacional de Educación sino la referida ácida advertencia que calurosamente aplaudimos.