La inteligencia emocional y las declaraciones de Elisa Carrió
Ante los desvaríos del Gobierno, a la principal coalición opositora se le debe demandar tanto transparencia como prudencia y cuidar lo construido
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Desde que Daniel Goleman, gran columnista de temas científicos de The New York Times, publicó en 1995 un libro de vasta repercusión mundial que diferenció la inteligencia racional de la inteligencia emocional, muchos pasaron a tomar en cuenta a esta última, y no solo a la primera, en la búsqueda de recursos humanos.
Apenas faltan 14 meses para las elecciones generales de 2023. La visión distante de la realidad con que actúa Alberto Fernández y, por si fuera poco, la labilidad con que salta de un concepto a otro contradictorio con el primero alertan también sobre cuestiones de orden psicológico en la gestión. La poderdante del Presidente, la vicepresidenta Cristina Kirchner, en nada ha mejorado las vulnerabilidades orgánicas de aquel mandatario; las ha potenciado sin que se hubieran sobresaltado como correspondía sectores todavía amplios de la sociedad: la señora Kirchner, en tiempos en que estaba en el Congreso –primero, en Diputados; después, en el Senado–, anonadaba a legisladores de otras filas por el maltrato que infería a sus propios compañeros de militancia.
¿Nada nos dice esto de la psiquis de quien ha ejercido el poder real en el peronismo desde 2010, y a la que solo las desventuras del gobierno del que es de nuevo responsable comienzan a pasarle al fin las facturas de las que dan cuenta las encuestas de opinión pública?
Se podrá argüir, en mérito de fenómenos de la política vernácula, que la demolición de las viejas estructuras políticas es parte de una ola general perceptible en el mundo, con excepción de democracias consolidadas como las de Estados Unidos o el Reino Unido. Esa ola ha producido múltiples consecuencias indeseables. Las nuevas tecnologías han favorecido de un soplo la irrupción en posiciones encumbradas de figuras poco menos que desconocidas salvo en los ámbitos específicos de su actuación.
De brumas insondables, el libertario Javier Milei emergió como una figura resonante en ruptura de convenciones elementales de la política, sin que se supiera bien si eso sucedía a raíz de sus ideas y estilo o por derivación del hartazgo social con la casta política dominante.
O el caso de Facundo Manes, que tercia en la constelación de eventuales candidatos presidenciales por la UCR sin otra base que el nombre afianzado en amplias audiencias por la condición de neurocientífico. Si esto último ocurre en un partido como el radical, del que poco podía esperar un afiliado fuera del curso de honores que comenzaba por el modesto cargo de concejal, imagínese la forma en que se toman decisiones de esta naturaleza en agrupamientos constituidos por apenas un jefe promotor, un teléfono y una lista de adherentes, tantas veces de autenticidad discutible, para lograr la personería política en un distrito.
Frente a un jefe de Estado que se ha ufanado de no creer en los planes económicos, las sociedades maduras habrían estallado de estupor. Fue tal la magnitud de la sorpresa, con todo, que produjo esa revelación reiterada en el transcurso del tiempo, que cabe pensar en el casillero de la inteligencia emocional como lugar indicado para su exacta cabida.
No ha sido un dato superfluo el túnel del tiempo descubierto en el acto de asunción de Massa. Fue difícil de tragar que hubieran reaparecido allí tantos empresarios ligados en la memoria colectiva a situaciones nefastas. Se comprenden, pues, las prevenciones abiertas al respecto y que Carrió, con singular estilo y valentía, se apresuró a denunciar
Semanas atrás, la vicepresidenta aludió en términos impropios no ya en la tradición política, sino en relación con las exigencias mínimas de convivencia social, al celular del presidente Fernández. Nadie desmintió después lo que todos entendieron: que en la agenda de ese celular hay registros de una inconveniencia de la que no tiene razones para preocuparse la vicepresidenta en cuanto a llamadas que hace o recibe. Corrió así hasta límites infranqueables el desparpajo al que nos tenía habituados.
La cuestión planteada por Elisa Carrió tuvo, por su parte, la repercusión condigna con haber jugado entre la vaguedad y la denuncia explícita, que reiteró más tarde sobre más de media docena de dirigentes de Juntos por el Cambio. La preserva todavía el agradecimiento ciudadano, porque con ese mismo empuje y su coraje impulsó, en circunstancias de silenciamiento todavía generalizado, las investigaciones cuyos resultados apabullantes sobre actos de corrupción pública están exponiendo hoy los fiscales. La figura más relevante entre los imputados por una asociación ilícita es Cristina Kirchner. Acaso sin Carrió habría sido imposible, en cambio, la ventilación de esa concatenación de hechos de la magnitud histórica a la que asistimos hoy.
Ahora bien, si el camino de la política debe ser tan transparente como bien propone Carrió, es necesario trazarlo. La construcción de ese sendero es una obra que demanda paciencia, sacrificio, prudencia y sabiduría, y cuidado, también, en evitar la destrucción de lo construido.
Todos quienes consideren que sus postulaciones como candidatos presidenciales por Juntos por el Cambio pueden aportar una contribución mejoradora de la alianza cuentan con el derecho de hacerlo. Pero debe subordinarlos a todos una condición inexcusable: una vez realizada la competencia interna, sería imperdonable otra actitud que la solidaridad activa con el vencedor.
Quienes constituyan un obstáculo a la transparencia política por la eventual comisión de ilícitos deben ser apartados antes de la contienda electoral, como bien propone la demorada Ficha Limpia. Por eso es deseable que esas cuestiones, que existen, sean expuestas previamente, con franqueza y buena fe, ante los órganos que regulan el funcionamiento interno de los partidos o coaliciones.
Las diferencias de otro orden pueden tener, según la vara con que se las mida, entidad moral, y corresponderse con los avatares naturales del juego cívico. Si la situación apremiante del peronismo fomenta la dispersión de sus fuerzas, es lógico que en la oposición haya no solo dirigentes dispuestos a cazar palomas en vuelo sin destino, sino también otros preocupados por incorporaciones que podrían desnaturalizar la razón de ser de una oposición de muchos años al kirchnerismo y de búsqueda de mayor limpieza y eficiencia en la política.
Otra cosa es la relación con el peronismo que ha dado firmes probanzas de republicanismo, y que se encarna en hombres como el exsenador Miguel Pichetto. Nadie se escandalizó en 2019 cuando Mauricio Macri lo aupó a la fórmula que encabezaba. Y nada se diga, por cierto, de los entendimientos que Juntos por el Cambio podría establecer con el liberalismo, del que es rector Ricardo López Murphy.
No ha sido un dato superfluo en tal sentido el túnel del tiempo descubierto en el acto de asunción de Sergio Massa como ministro. Fue difícil de tragar que hubieran reaparecido allí tantos empresarios ligados en la memoria colectiva a situaciones nefastas de aquel período. Se comprenden, pues, las prevenciones que se hayan abierto al respecto y que Carrió, con singular estilo y valentía, se apresuró a denunciar.