La insólita misa partidaria del kirchnerismo
Sería beneficioso que quienes promueven los discursos de odio que tanto critican convoquen a consensuar programas de largo plazo
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La llamada misa por la paz y la fraternidad convocada por el kirchnerismo y celebrada el sábado pasado en la Basílica de Luján sigue provocando controversias. La Conferencia Episcopal ha optado por el silencio, aunque el propio arzobispo de Mercedes-Luján, Jorge Scheinig, a cargo de la ceremonia, reconoció su error: “Metí la pata”, admitió tardíamente.
La realización de la misa, a la que concurrieron numerosos funcionarios y dirigentes del justicialismo, encabezados por el presidente Alberto Fernández, había sido gestionada ante el obispo de la diócesis por el intendente de Luján, Leonardo Boto, del Frente de Todos, y promocionada por este sector como un encuentro contra el odio y en apoyo a la vicepresidenta Cristina Kirchner tras el episodio del que fue víctima el 1º de septiembre.
Se trató, sin dudas, de un desacierto desde todo punto de vista, que dejó a la Iglesia Católica pegada a una fracción partidaria y a una maniobra del oficialismo que apuntó a sembrar división en la oposición, por cuanto algunos representantes de Juntos por el Cambio fueron invitados, aunque finalmente ninguno concurrió. El canciller Santiago Cafiero lamentó la ausencia de los dirigentes opositores, pero lo cierto es que la gran mayoría de ellos ni siquiera habían sido convocados.
En cada conato de convocatoria se ve la intención oficial de alcanzar solamente una espuria transacción para poner un punto final a las causas judiciales que involucran a Cristina Kirchner
Así, lo que buscó presentarse como un acto amplio y fraterno terminó convirtiéndose en un acto partidario y por lo tanto faccioso que, por si fuera poco, alteró la vida normal de los vecinos y turistas que se acercaron ese sábado a Luján, como consecuencia de las fuertes medidas de seguridad por la presencia del primer mandatario, de la mayor parte de los integrantes de su gabinete y de autoridades bonaerenses lideradas por el gobernador Axel Kicillof.
La convocatoria causó malestar en distintos sectores eclesiásticos –incluso en la cúpula del Episcopado y en la feligresía–, pues se consideró que hubo un intento de apropiarse políticamente de una ceremonia religiosa, agravado por tratarse de un ámbito muy cercano a los afectos de los católicos.
En lugar de una misa, bien se podría haber recurrido a una oración ecuménica, como las que en otras ocasiones han dado lugar a encuentros interreligiosos.
La utilización de una ceremonia litúrgica como un acto partidario desnaturaliza la misión de la Iglesia y desnuda las burdas estrategias de los que lejos están de buscar la paz social
Claro que sería más productivo y beneficioso para la salud de la república que el Gobierno convoque a un diálogo genuino y sincero a la oposición sobre puntos concretos. Lamentablemente, con cada conato de convocatoria, como la mencionada días atrás por el ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, surgen las desconfianzas, frente a la posibilidad de que solo se trate de buscar una espuria transacción donde el objetivo último de la coalición gobernante no sea otro que poner un punto final a las causas judiciales en las que se halla imputada la vicepresidenta de la Nación y conseguir impunidad para los acusados de graves hechos de corrupción.
La utilización de una ceremonia litúrgica como un acto partidario desnaturaliza la misión de la Iglesia. Hubiera correspondido una rápida aclaración del Episcopado sobre lo acontecido, tanto como declaraciones más contundentes de las autoridades eclesiásticas frente al fuerte deterioro de la convivencia cívica y del clima de violencia que, desde hace bastante tiempo, se vive en la Argentina.
Al margen del gravísimo hecho que se produjo dos semanas atrás frente al domicilio particular de la vicepresidenta de la Nación, la sociedad asiste regularmente a demasiados episodios de violencia. Hablamos de los interminables hechos delictivos que provocan muertes, de los escándalos que involucran a dirigentes políticos con el narcotráfico, de las permanentes ocupaciones ilegales de tierras ante la indiferencia oficial y de los cada vez más violentos piquetes y bloqueos de todo tipo y color. También nos referimos a los ataques contra la Justicia y los medios de comunicación que no actúan con la docilidad que el Gobierno pretende de ellos, y a acusaciones como las vertidas por un prominente dirigente kirchnerista contra la oposición por “estar viendo quién mata al primer peronista” o a los cánticos extorsivos que advierten sobre las terribles cosas que ocurrirían “si la tocan a Cristina”.
En este contexto de creciente tensión política y social, sería positivo que las autoridades de la Iglesia evitaran mirar para otro lado y se pronunciaran con la necesaria firmeza para advertir sobre los riesgos del presente estado de violencia que pretende instalarse desde algunos sectores.
Frente a la corrupción sistémica y a los ataques directos o indirectos hacia las instituciones de la república, la Iglesia no puede pararse del lado equivocado. La Iglesia no puede prestarse a actos facciosos.