La imprescindible batalla cultural
Con el pretexto de defender un supuesto “progresismo” con ideas que no funcionaron en ningún lugar, la Argentina descendió al punto más bajo en el concierto de las naciones
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La pregunta que Mario Vargas Llosa puso en boca del otro Mario en su célebre “Conversación en la Catedral” (1969) se hizo más famosa que la misma obra y vale también respecto de la Argentina: “¿En qué momento se jodió el Perú?”. Pues sin identificar esa causa para corregirla, ningún cambio será sustentable, ni allí ni aquí.
Nuestro país progresó, como lo señaló Javier Milei en su primer mensaje presidencial, con las ideas de la Ilustración introducidas por la Generación del 37 y puestas en práctica por la Generación del 80. Confianza en el progreso y en el esfuerzo, en el marco de la regla de derecho, respeto a la propiedad, libertades individuales y división de poderes.
Esos valores comenzaron a mellarse con la reacción nacionalista ante el aluvión de extranjeros que atentaban contra el “ser nacional”. Esa semilla continuó con la Liga Patriótica de 1930 –predecesora de Tacuara (1957) y de Montoneros (1970)– hasta fructificar en 1943 cuando, para evitar dar apoyo a los Aliados, ocurrió el golpe militar que marcó a fuego la cultura corporativista vigente, con breves interregnos frustrados.
Nuestro país progresó, como señaló Javier Milei en su primer mensaje presidencial, con las ideas de la Ilustración introducidas por la Generación del 37 y puestas en práctica por la Generación del 80
En paralelo, se incubaba otro nacionalismo inverso, de corte marxista, que solo considera “nacional” al proletario, fuere gaucho, obrero o indígena (Juan Carlos Mariátegui, John W. Cooke, José Hernández Arregui, entre otros), que confluyó con el modernismo de José Martí, Rubén Darío, José Enrique Rodó y José Vasconcelos. Estos señalaron a Estados Unidos como propulsor de un materialismo mercantil ajeno al humanismo latino. El grupo Forja (Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz) dio “letra” pegadiza al primer peronismo con música parecida. Pero en lugar de promover educación de calidad, previsibilidad jurídica e inserción en el mundo para mejorar las condiciones de vida, se invocó “la Patria Grande” (Manuel Ugarte, 1922), para unir la pobreza de toda América Latina contra el gran país del Norte.
Con el triunfo de la Revolución Cubana (1959), viró a la izquierda la doctrina peronista a través del socialismo nacional, que tuvo vigencia con Héctor J. Cámpora en 1973 y que el propio Perón repudió después. Continuó la dictadura militar, el advenimiento de la democracia en 1983 y los 40 años posteriores, con sus luces y sus sombras. Pero la autarquía, el estatismo y los grupos corporativos permanecieron.
Al caer el Muro de Berlin (1989) y disolverse la Unión Soviética (1991) pareció que el marxismo iba a desaparecer del mapa. Pero no fue así. Con Antonio Gramsci y los filósofos posmodernos se reemplazó al proletariado como clase social explotada, por otros grupos sociales con reclamos identitarios, abriendo un frente adicional contra las ideas de la Ilustración. Un ataque más avieso que los fusiles del Che Guevara, al intentar subvertir valores tradicionales que –según aquellos– responderían a una cultura implantada por la clase dominante. Más libretos para los filósofos de la liberación.
La verdadera soberanía se logra con una sociedad vital, emprendedora y capaz de generar riqueza
Todo ese relato fue comprado por el matrimonio Kirchner a Ernesto Laclau y Chantal Mouffe para expandir su poder en forma transversal, dando soporte ético a su burda expoliación de los dineros públicos. La alianza con los organismos de derechos humanos fue un capítulo fundamental de esa estrategia diseñada para captar voluntades y ocultar delitos. Cristina Kirchner se declaró hegeliana en defensa del Estado hegemónico, única forma de “eticidad” frente al egoísmo de la sociedad civil. Los bolsos del convento, los cuadernos de Centeno y los billetes de la Rosadita harían infartar al idealista alemán.
La Argentina ha perdido ochenta años sosteniendo ideas y creencias que bloquearon su potencial, degradaron su nivel de vida y le hicieron errar de camino. Una cultura que, en nombre del “progresismo”, la hizo descender al lugar más bajo en el concierto de las naciones. Y que, simplemente, no funcionan ni aquí ni en ningún lugar del mundo. Los ejemplos de Cuba, Nicaragua y Venezuela son contundentes. Y el progreso de Estonia, Irlanda, India o Polonia, también.
El énfasis en la soberanía como “liberación” de la dependencia, en lugar de fortaleza económica para gravitar en el mundo, ha sido otro concepto nocivo que heredamos tanto de los coroneles del ‘43 como de los barbudos de Sierra Maestra. Es sabido que los gobiernos autoritarios suelen utilizar esa muletilla para distraer a la población y violar el Estado de Derecho. La verdadera soberanía se logra con una sociedad vital, emprendedora y capaz de generar riqueza para bancar sus sueños colectivos.
El legado del socialismo nacional se reflejó en la alianza de la Argentina con Cuba, Venezuela y Nicaragua, así como en los vínculos estrechos con China, Rusia e Irán
El propio Karl Marx, en su Manifiesto Comunista (1848), se admiró de la potencia creadora del capitalismo y su revolución industrial. Creyó que ese progreso era fruto del avance de las ciencias y no advirtió que esos inventos y desarrollos se debían a los incentivos de un sistema basado en la propiedad privada y la libertad contractual.
Desde 2003 en adelante, se educaron dos generaciones con una versión alterada de la historia argentina conforme a los principios del socialismo nacional, como la lucha de clases, la explotación capitalista, la apropiación de plusvalías, el trabajo alienado y el “capital financiero” con su imperialismo del dinero, sumado al legado gramsciano que considera a la justicia como artilugio de clase; la educación como herramienta de adoctrinamiento y la seguridad como represión del disenso. La lengua fue deformada por la censura feminista y la diferencia de sexos fue negada por considerarla una creación cultural.
El legado del socialismo nacional se reflejó en la alineación de la Argentina con Cuba, Venezuela y Nicaragua, así como en los vínculos estrechos con Rusia, China e Irán. Esas alianzas con países totalitarios tuvieron por objeto lograr apoyos estratégicos para ocultar el carácter delictivo del kirchnerismo desde 2003 hasta el presente.
Durante las gestiones del kirchnerismo, se sacó el monumento a Cristóbal Colón, se cuestionó la obra histórica de Bartolomé Mitre, se denigró la figura de Julio Argentino Roca y se denostó a Domingo Faustino Sarmiento en favor de caudillos y mapuches, desertores y tirapiedras
Así se redactaron planes de estudio, manuales de historia y textos de ciencias sociales, se bajó línea a maestros y profesores y se diseñó la programación de los canales oficiales. Se generalizó la crítica a la Generación del 80, se sacó el monumento a Cristóbal Colón, se cuestionó la obra histórica de Bartolomé Mitre, se denigró la figura de Julio Argentino Roca y se denostó a Domingo Faustino Sarmiento en favor de caudillos y mapuches, desertores y tirapiedras. No se enseña a los estudiantes que la Argentina tiene un inmenso territorio que era minúsculo antes de Roca y que la Ley 1420 eliminó el analfabetismo en pocos años, promoviendo la movilidad social ascendente. Pero de verdad.
Al identificar orden con dominación o represión, se quebró el pacto social, la seguridad jurídica y el sistema de premios y castigos. Se desintegró la moneda y con ello, el ahorro y la inversión. Se denostó al comercio y estigmatizó al comerciante, privilegiando las reivindicaciones conflictivas sobre los intercambios voluntarios; las tomas de tierras sobre el esfuerzo de productores; el insulto a profesores sobre el respeto a la docencia; la no repitencia sobre la excelencia escolar; el “garantismo” sobre la virtud de la sanción penal y la liberación de presos sobre la prudencia de Themis. La justicia social es ahora pobreza igualitaria y la mano a los excluidos, marchas con choripán.
Será difícil introducir cambios estructurales en la Argentina, que le permitan crecer, educar e incluir, si no se revierte la cultura de la decadencia aún vigente. Es solo sentido común, pues la exaltación del mérito, el aplauso al esfuerzo, el respeto a la ley, el orgullo por el trabajo, la estima por el estudio y la admiración por el progreso son reglas que hacen avanzar a todos los países exitosos, democráticos o autoritarios. Solo la Argentina, este país tan exótico, prefirió tomar otro camino y malversar sus recursos adoptando valores ajenos a su historia para convertirla en una tragedia incomprensible y autoinfligida.