Los recientes avances de la ciencia imponen su uso de modo responsable y transparente, sin ahogar un desarrollo tecnológico que ha exhibido bondades
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Desde comienzos de los años 40, y más intensamente desde los 70, los científicos han hablado del desarrollo de redes neurales capaces de imitar la mente humana o el funcionamiento del cerebro. En 2012 la ciencia había avanzado lo suficiente como para crear redes neuronales con la habilidad de reconocer objetos en imágenes de manera tan exacta como sorprendente.
Hoy, el mundo comienza a notificarse de que estamos frente a una de las novedades científicas más extraordinarias en la historia de la humanidad. Lo que Bill Gates comparó en importancia al invento de las computadoras.
Como suele suceder, la tecnología avanza a pasos gigantescos. Mientras tanto, la política y la Justicia, es decir, los gobernantes y los jueces, el orden interno de las naciones y el orden internacional se desperezan frente a las nuevas realidades de impacto impresionante en las sociedades, y se preparan, casi a ciegas por momentos, siempre con vacilación, para responder a situaciones ajenas a la historia y al conocimiento humano acumulado a lo largo del tiempo,
El historiador y filósofo israelí Yuval Harari ha recordado que la democracia es una conversación y que las conversaciones se basan en el lenguaje, de modo que si la inteligencia artificial (IA) se apropiara del lenguaje, podría destruir nuestra capacidad de tener conversaciones significativas. Dicho de otro modo, podría destruirse la democracia.
La comprensión cabal de las conquistas científicas no se produce de un día para otro y eso explica la variedad de interpretaciones radicalmente distintas entre sí que ha abierto en la comunidad mundial la aplicación concreta de la inteligencia artificial, en particular por el ChatGPT, de Microsoft, y por Bard, de Google. Situaciones análogas se vivieron en el pasado.
Alexander Graham Bell inventó el teléfono en 1876. Solo cinco años después, en la Argentina de veloz desarrollo de la generación liberal de fines del siglo XIX, el presidente Julio Argentino Roca y su ministro del Interior, Bernardo de Irigoyen, realizaban en 1881 la primera conversación telefónica en el país. Sin embargo, casi al cabo de un cuarto de siglo del descubrimiento, cuando el mundo cruzaba de un siglo a otro, todavía se dudaba sobre la verdadera naturaleza del teléfono. Lo ejemplifica un comentario hecho en 1900 por el jefe de Correos de Londres, el más profesionalizado entonces en el mundo: “Los norteamericanos enloquecen por el teléfono. Nosotros disponemos del suficiente número de chicos hábiles para distribuir a tiempo la correspondencia…”.
Los estudios del gran tema en debate dicen que la IA puede cambiar la economía, la relación competitiva entre las naciones, las relaciones sociales, la política, la educación y hasta el desarrollo de otras ramas de la ciencia. “Puede cambiar la forma en que pensamos”, advirtieron con dramatismo los 350 científicos de Estados Unidos y Europa que llamaron a sus gobiernos a abocarse de inmediato al estudio de los impactos que la nueva tecnología podría ocasionar en el desenvolvimiento humano.
La IA puede cambiar la economía, la relación competitiva entre las naciones, las relaciones sociales, la política, la educación y hasta el desarrollo de la ciencia
Una de las propuestas en danza es obligar en el plano legal a las empresas a informar sobre los fenómenos a cuya resolución están aplicadas. Un estudio de la consultora McKinsey ha estimado que, por obra de la inteligencia artificial, podría agregarse anualmente a la producción mundial el equivalente a una suma que oscilaría entre 2,6 y 4,4 billones de dólares a la economía mundial. Pero el mismo estudio advierte que los trabajadores mejor pagados son los más vulnerables a perder empleos y que tener altos índices de calificación acaso no sea en el futuro tan necesario como hoy. La innovación científica se haría cargo de esos trabajos.
Los medios tradicionales de comunicación perdieron décadas en defender debidamente sus derechos de propiedad intelectual frente a los grandes buscadores. Aleccionados por esa experiencia, hoy están discutiendo con OpenAI, Google, Microsoft, Adobe y otras empresas sobre el contenido de los chatbots y los generadores de imágenes. Se ha hecho notar que en los albores de internet la prensa cometió el error de hasta ofrecer artículos en línea de forma gratuita a los buscadores, pero ahora se manifiesta de otro modo ante el avance de la inteligencia artificial. Lo hace con la seguridad que el Financial Times resume en estos términos: “Los derechos de autor son un tema crucial para los editores”.
Robert Thomson, de News Corp, ha dicho que la inteligencia artificial ha sido diseñada para que el lector nunca visite un sitio web de periodismo, con las consecuencias inevitables sobre el oficio. Elon Musk incluyó su nombre entre las personalidades que han reclamado detener por seis meses los avances prácticos de la IA a fin de que los gobiernos investiguen fehacientemente los daños irreparables que pudieran provocarse. La ciencia y la política se aunaron años atrás en la proclamación de que la clonación humana es un límite que la moral y el destino de la especie humana impiden traspasar. La pregunta del millón, por lo tanto, es si hay algo más para colocar en ese terreno excepcional.
¿Quién usa las nuevas tecnologías y cómo? ¿Esperaremos los primeros daños para actuar con la fuerza de la ley y de un consenso social suficiente? Ogilvy, la gran agencia de publicidad internacional, ha dispuesto usar una marca de agua en sus contenidos para hacer saber que ha trabajado con inteligencia artificial. En la India, el Consejo de Normas Publicitarias ha reglado los contenidos de influencers generados por IA. Por su parte, la Comunidad Europea estudia un proyecto de ley sobre restricciones en defensa de la privacidad y la transparencia.
Una de las definiciones aceptadas sobre la IA es que consiste en la simulación de la inteligencia humana en máquinas creadas para pensar como los humanos o imitar su comportamiento. Deep Blue, máquina preparada con un objetivo específico, logró ganar a fines del siglo XX la partida de ajedrez que jugaba con un gran maestro. Ahora, valida de grandes conjuntos de datos y del potencial de algoritmos que aprendieron a analizar esos conjuntos, la máquina ya no solo simula ser una mente. “Es una mente”, proclamó un experto en IA.
Martin Wolf, notable columnista del Financial Times, escribió que la mayor parte del empleo actual se encuentra en nuevas especialidades laborales inexistentes en 1940. Es un recordatorio que alivia tensiones y constata que la humanidad ha sabido recrear en todo tiempo sus habilidades artesanales, profesionales, artísticas y logísticas. Ya veremos de qué manera el hombre se planta ante los nuevos desafíos y por eso la cautela, la prevención y la atención sobre lo que ocurre resultan indispensables, pero no al precio de ahogar un desarrollo tecnológico que ha demostrado bondades incluso en el arduo campo de las intervenciones quirúrgicas.
Se requerirá, sin duda, de un contralor humano riguroso sobre aspectos inquietantes de la IA, como la reproducción de datos faciales y de registro de voz en la difusión de imágenes falsas. Eso sucede de forma creciente en la red global y hasta gravita de manera alarmante en campañas electorales como la de Estados Unidos, desnaturalizando los fundamentos de la democracia.
Si se reproducen de manera asombrosa, como se ha hecho notar, los cuerpos humanos y los atributos por los que se los reconoce es porque nuestra inteligencia tiene relación con nuestra capacidad sensorial y motora. El secreto ha de estar, pues, en la reafirmación del papel que la humanidad ha de seguir cumpliendo como actora central e indiscutible de la historia.
LA NACION