La FAO y los alimentos transgénicos
Hace muy pocos días, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) dio a conocer un largo y esperado informe sobre la cuestión de los alimentos producidos con semillas genéticamente modificadas. El texto se denomina "Biotecnología agrícola: atendiendo las necesidades de los pobres".
En relación con este importante tema, corresponde lamentar dos cosas. Primero, que ese tipo de alimentos no se haya difundido adecuadamente y que, por lo tanto, no se esté aprovechando todo el potencial de las nuevas técnicas para atender rápidamente las urgencias de los muchos sectores que en el mundo viven afectados por la pobreza.
Lo segundo que debemos deplorar es que los esfuerzos de la biotecnología respecto de esos alimentos se hayan concentrado sólo en un puñado de granos, que son los que suscitan mayor interés comercial. Concretamente, que el uso de las nuevas técnicas se haya limitado al maíz, la soja y el algodón. El organismo internacional que produjo el informe considera que similares esfuerzos deberían haberse canalizado hacia la producción de trigo, arroz y papas.
Según la FAO, las nuevas técnicas pueden contribuir no sólo a incrementar significativamente la oferta alimentaria, sino también a mejorar su calidad nutritiva, dada su capacidad para incorporar un mayor contenido vitamínico a los productos tradicionales. El informe sostiene que los alimentos modificados son, en principio, seguros para la salud. Eso no significa desconocer que su flujo continuado, si se lo descuida, puede causar algún problema de orden ecológico, atento a que los genes modificados pueden llegar a transmitirse a la cadena natural.
En rigor, las nuevas modalidades alimentarias son capaces de producir, incluso, un efecto ambiental agregado positivo, dada su capacidad de reducir el volumen total de herbicidas y pesticidas tóxicos que se utilizan en el mundo.
Recordamos que el noventa y nueve por ciento de este tipo de alimentos se produce en unos pocos países: la Argentina, Brasil, Canadá, los Estados Unidos, China y Sudáfrica. Para todas esas naciones el informe es, ciertamente, bienvenido, en la medida en que contribuye a despejar falsas leyendas.
Es altamente probable que quienes, desde el seno de la Unión Europea o desde algunas organizaciones no gubernamentales, atacan continuamente a los alimentos transgénicos no se conformen con el reciente informe de la FAO y hasta lo cuestionen.
No debería sorprender, pues es sabido que esta cuestión se utiliza -desde hace rato ya- para esconder, disfrazadas de barreras sanitarias, medidas restrictivas del intercambio, en el contexto de una estrategia que, desde hace más de cuatro décadas, viene definiendo un dañino perfil proteccionista. Contra esta política, que ha perjudicado muy fuertemente a economías como la argentina, muchos países productores siguen luchando a brazo partido en distintos frentes y, con especiales bríos, en el seno de la Rueda de Doha, de la Organización Mundial del Comercio.
El diálogo abierto y racional y la negociación en los foros internacionales correspondientes siguen siendo los instrumentos adecuados para que el mundo entero se beneficie con los adelantos tecnológicos, empleados con las debidas precauciones y con el pensamiento puesto en el bien de la humanidad.