La enseñanza de Carlos Fuentes
Aleccionadoras resultaron las palabras del escritor mexicano sobre democracia, prohibiciones y corrupción
HA dejado una vez más su estela luminosa el paso por Buenos Aires del escritor mexicano Carlos Fuentes. Los grandes intelectuales iluminan con ideas e imágenes a las sociedades a las cuales se dirigen. Ha sido ése, desde hace muchos años, el caso de quien ha ejercido con igual valía tanto la condición de novelista como la de autor de notables ensayos.
El pensamiento de Fuentes se ha situado a la izquierda del ideario doctrinario que se expresa en esta columna, pero ese rasgo ha sido insuficiente para empañar las coincidencias de principio y de formulación de estilo que han sido una constante en la perspectiva desde la cual se ha tomado aquí nota de lo que él ha tenido para decir sobre las cuestiones capitales. Entre el novelista, por un lado, que supo condenar antes de que fuera tarde al imperialismo soviético, y por el otro, el diario que sigue, sin apartarse de la linealidad de los hechos de la actualidad, hay siempre una complementación indispensable en favor del conocimiento general. En palabras de Fuentes, la novela termina diciendo lo que no puede decirse de otra manera. Y lo ha señalado de manera clásica: Crimen y castigo era una breve noticia de prensa, pero la historia sólo pudo calibrarla en su dimensión gigantesca con la imaginación y conciencia intelectual de Fedor Dostoievski.
El autor de Terra Nostra pisa con igual soltura que el de la novela el terreno del ensayo. En este género sistematiza las tendencias dominantes de la época. Sabe ver, pues, por la hondura de la inteligencia racional y la vastedad de la imaginación de que se abastece entre la novelística propia y la ajena, lo que otros comprenderán más tarde.
En la conferencia magistral que brindó en la Feria Internacional del Libro y en sucesivas entrevistas, el visitante exaltó la continuidad cultural de América latina por oposición a la discontinuidad política y económica de la región. Nadie negará la experiencia argentina para entenderlo: cuando todo parecía perdido en la crisis extrema de comienzos del siglo XXI, brilló la cultura vernácula: diarios de relieve internacional, músicos y pintores que se destacan en el mundo, cinematografía que conquista mercados, diseño y arquitectura de creatividad competitiva, jóvenes escritores y científicos que triunfan por todos lados, agricultores con una cultura agronómica que se anticipa a la de los congéneres de países en otros sentidos más desarrollados.
Fuentes no es un hombre comprometido con la cultura chauvinista, sino con la abierta y universal que crece de las raíces profundas de la nacionalidad asumida. Mexicano como el que más, ha resuelto que cuando muera lo entierren en el cementerio parisino de Montparnasse. Jamás se aplicará a él la ocurrencia de Samuel Johnson, en el siglo XVIII: el nacionalismo es el último refugio de los canallas, por más que sea una libertad que debamos respetar, desde el espíritu universalista, como derecho a la deshonra.
Se explica, entonces, el asombro que Fuentes manifestó cuando un cronista de La Nacion le preguntó qué tenía para decir sobre la prohibición de importar libros impuesta en la Argentina. Contestó que los libros deben circular libremente y advirtió, ya en el terreno de las realidades políticas concretas: "No se puede caer en la tentación de prohibir para ser prohibido". "¿Para qué buscar represalias?", sugirió. La imaginación del creador de tantas fantasías literarias pareció a punto de zozobrar después de que el mismo cronista dijera que esas restricciones se habían fundado en que la tinta resulta peligrosa. Extrañado, el escritor, cuya vida ha transcurrido entre libros, inquirió: "¿De todos los libros del mundo? ¡Válgame Dios!".
Con un discurso más sutil y menos contencioso que el de Mario Vargas Llosa a su paso por Buenos Aires para la Feria del Libro 2011, Fuentes dijo que "una democracia se mide por la forma en que tanto quien ejerce el poder como quienes piensan diferente tienen la posibilidad de expresarse". Cada uno habrá sacado las cuentas sobre lo que sucede al respecto en la América latina. Menos duda todavía dejó al afirmar, con cierta resignación, que corrupción hay en todas partes, pero que el punto central está en "cómo se la controla, se la limita y se la castiga".
¿Se controlará mejor la corrupción pública en la Argentina si prospera en el Congreso de la Nación la propuesta de designar, como procurador general de la Nación, a un candidato seriamente cuestionado por la gravedad de diversos sucesos que protagonizó en la esfera pública? Sobre ese punto nuestros legisladores nacionales seguramente sepan algo más que el celebrado intelectual que no ha hecho más que un paso fugaz por Buenos Aires.