La defensa de las instituciones y los ciudadanos de bien
La grotesca marcha de anteayer debe ser leída como la desesperada estrategia de quienes, a sabiendas de su culpabilidad, exigen ser perdonados
- 5 minutos de lectura'
Con inusitada frecuencia durante sus mandatos como presidenta de la Nación, Cristina Kirchner solía denunciar distintos tipos de supuestos golpes de Estado. Hasta nos ha sugerido increíblemente alguna vez que, si le pasaba algo, miráramos al norte. Osciló así entre vaticinar golpes duros y golpes blandos con la misma facilidad con que alguien se abriga cuando hace frío o usa prendas claras cuando el calor apremia.
Esos golpes, según la actual vicepresidenta, ya no los provocan integrantes de las Fuerzas Armadas, aunque su mirada ha ido cambiando a lo largo de los años. En 2015, decía públicamente y con tono enfático: “Se terminó la etapa en que los militares realizaban golpes de Estado, en las últimas décadas se realizan corridas bancarias y cambiarias”. Hace pocos días, en Honduras, su dedo acusador cambió de dirección. “Del mismo modo que se financiaban golpes militares, ahora se financian golpes judiciales”, dijo la vicepresidenta.
Podría resultar solo una anécdota –o muchas en su caso– que un mandatario denuncie sistemáticamente que, hoy unos y mañana otros, quieran sacarlo por la fuerza del puesto para el que fue elegido democráticamente. Esa estrategia, no obstante, no debería ser entendida como un mero cuento, producto de la fragilidad emocional de algunas personalidades frente a presuntos fantasmas que las acosan. En el caso del kirchnerismo, son narraciones debidamente pensadas, articuladas y llevadas a la práctica, que apuntan a crear un clima de zozobra, de desasosiego, de intranquilidad ciudadana con el único objetivo de conseguir impunidad para sus múltiples delitos. Tratar ignominiosamente a la Corte Suprema como lo hicieron anteayer los principales amanuenses de la vicepresidenta en un acto vergonzoso es una muestra más del aberrante método del que se valen para victimizarse y crear un estado de cataclismo imaginario.
El consabido relato kirchnerista es básicamente eso: machacar una y otra vez con hipotéticos espectros malvados que atenazan el futuro de bienestar y progreso que solo ese sector asegura que está destinado a garantizar. Con una superficialidad rayana en el desvarío, trata de imponer en el imaginario colectivo que los medios de prensa independientes son malos, entonces hay que atacarlos, amordazarlos y asfixiarlos económica y legalmente. Si la Justicia investiga la corrupción de funcionarios y exfuncionarios es porque está en alianza con los medios –absurdamente catalogados de hegemónicos–, entonces es apátrida y hay que ajusticiarla porque practica lawfare, aunque el insistente relato no pueda probar la concreción de ninguna acción en ese sentido.
Para el relato kirchnerista, la verdad es accesoria, a la par de molesta. ¿Es gratuita tanta insistencia en denostar los pilares de la democracia? Desde ya que no. Persigue un fin muy claro, que fue notablemente descripto en una reciente nota publicada en LA NACIÓN por Mario Augusto Fernández Moreno. Sostiene el articulista que esas furiosas y constantes embestidas “cabría leerlas en clave de ‘acusación en espejo’, pues la historia muestra que los constantes e infundados ataques contra las instituciones del Estado (en este caso, la Justicia) u otras que le son inherentes (la prensa) son un método eficaz para tornar sospechoso su proceder, restarles credibilidad, disminuir así su autoridad moral y, en definitiva, socavar la confianza de la sociedad en ellas, sea para debilitarlas y conquistarlas o, en el peor de los casos, deslegitimarlas y destruirlas.
“La ‘acusación en espejo’ –puntualiza Fernández Moreno– puede definirse como la estrategia que consiste en achacarle al otro lo que uno está planificando hacer (…) El necesario proceso de demonización previo de quienes son los blancos de la acusación y la correlativa victimización de quienes dispusieron todo el dispositivo acusatorio les permiten a los victimarios ocultar su verdadero rostro y ganar tiempo, antes de que se descubra la puesta en escena, para después ejecutar los actos atribuidos a las víctimas. Es un ataque encubierto como defensa, que toma la forma de una ‘denuncia’ que anticipa el mal que está por venir”.
Hay un ejemplo clarísimo en la que encaja esa descripción: el fracaso kirchnerista por “democratizar la Justicia”, fracaso que por otro lado es previo a su mala performance en las últimas elecciones legislativas. Como no pudo hacer los cambios por los medios legales ante la falta de apoyos en el Congreso, buscó arrastrar a la Justicia al barro de la pelea más baja, convalidando que se hiciera la grotesca marcha de anteayer contra la Corte Suprema, convocada y llevada adelante por dirigentes kirchneristas imputados, procesados y hasta condenados por graves delitos de corrupción pública cuando eran funcionarios o tenían a su cargo el manejo de dineros del Estado.
Son enajenaciones propias de quienes se creen superiores. Baste con recordar los dichos del Presidente tras las marchas de ciudadanos comunes en protesta por el desmanejo sanitario del Covid-19. Dijo por entonces Alberto Fernández: “El día que termine la pandemia habrá un banderazo de los argentinos de bien”. ¿Son argentinos de bien los de frondoso prontuario que promueven voltear a la Corte, cuya manifestación pública de anteayer fue avalada –aunque después se le quiso bajar el tono– por el propio jefe del Estado?
Mañana habrá una “contramarcha” de quienes prefieren pararse en la vereda de un republicanismo sano, con instituciones robustas, de quienes rehúsan ser funcionales a los verdaderos cultores de golpes de todo tipo. Socavar las instituciones es dañarnos a nosotros mismos y atentar contra el futuro de todos los argentinos por igual.