La Copa América, entre luces y sombras
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La selección argentina de fútbol sumó en la madrugada de ayer su cuarto título internacional en tres años y parece haber acostumbrado a la victoria a sus seguidores en nuestro país y en el mundo entero. Pero la admiración que cosechan los jugadores y el cuerpo técnico de este equipo que, con su consagración en la Copa América realizada en los Estados Unidos, ha agigantado su leyenda encuentra una explicación: no se trata de ganar siempre, sino de no darse por vencidos nunca.
El conjunto argentino sigue dando muestras de esfuerzo, constancia, resiliencia y trabajo en equipo, por encima de las brillantes cualidades individuales de algunos de sus integrantes, desde las habituales genialidades de Lionel Messi hasta las infartantes atajadas de Emiliano Martínez y desde el despliegue incansable de Ángel Di María –quien cerró con un broche de oro su exitoso paso por la selección– hasta el sacrificio de todos, sin olvidar la cuota de mesura y humildad que aporta un director técnico como Lionel Scaloni para sacar lo mejor de cada miembro de este grupo.
Más allá de la alegría que ha brindado a los argentinos este evento deportivo, el torneo que acaba de concluir será lamentablemente recordado por una pésima organización por parte de la Conmebol y del país anfitrión, que deberá trabajar mucho si quiere llevar a cabo con éxito el campeonato mundial de fútbol previsto para 2026, junto a México y Canadá.
A hechos inconcebibles en un torneo de esta trascendencia como el pésimo estado de los campos de juego en la mayoría de los estadios, causante de no pocas lesiones evitables, se sumó el peligroso papelón que representó el ingreso del público al Hard Rock Stadium de Miami en oportunidad del partido final entre los seleccionados de Colombia y la Argentina.
El operativo de seguridad de la Conmebol y las autoridades policiales de Miami provocó desórdenes pocas veces vistos en un encuentro internacional de esta magnitud. Hinchas sin tickets que se colaron en el estadio ante la ausencia de anillos de seguridad; otros tantos que, aun habiendo adquirido sus costosas entradas, no pudieron ingresar; corridas, apretujones, avalanchas, enfrentamientos con supuestos guardianes del orden y desmayos que incluyeron a mujeres y niños fueron parte de un escándalo que, milagrosamente, no se convirtió en una tragedia y que obligó a retrasar el inicio de la final por la Copa América por ochenta minutos.
Estos hechos, sumados a las insuficientes medidas de prevención que se vieron en la semifinal entre uruguayos y colombianos, que derivaron en enfrentamientos en una tribuna, con la insólita participación de jugadores de Uruguay, constituyen una señal de alerta de cara al Mundial 2026, de la que sus organizadores deberán tomar debida nota.
Felizmente, el equilibrio y la ejemplar conducta de los integrantes de la ya histórica Scaloneta contrastan con la barbarie que, por lo que se ha visto, los fanatismos despiertan en vastas regiones de nuestro continente.