La careta del falso progresismo
Solo habrá progreso real con libertades individuales, división de poderes, respeto por el derecho de propiedad, mercados libres y un verdadero espíritu empresario
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En años posteriores a la Revolución Rusa, una ola de intelectuales creyó haber encontrado en la dictadura soviética la panacea igualitaria con prosperidad económica. John Steinbeck, Sinclair Lewis, Ezra Pound, André Malraux, André Gide, Bertolt Brecht, Jean Paul Sartre, estuvieron entre ellos. Ernest Hemingway, quien luchó en España con los republicanos, se distanció de su amigo John Dos Passos, encandilado por el relato estalinista. Al revelarse las masacres ordenadas por el dictador georgiano, todos se arrepintieron y las posteriores revelaciones de Nikita Kruschev condenaron ese período luctuoso al destierro del universo bienpensante.
En ocasión de las recientes elecciones en Venezuela, otra ola de “intelectuales” nacionales y populares, como aquella de 1917, apoyó el fraude cometido por Nicolás Maduro para perpetuarse en el poder. En ese listado de “notables” con poncho, bombilla y mate, se destacan el silencio de Cristina Kirchner y las expresiones de Andrés “Cuervo” Larroque, Hugo Yasky, Roberto Baradel y Daniel Catalano; Atilio Borón, Víctor Hugo Morales, Alicia Castro, Luis D’Elía y Fernando Esteche; Eduardo Sigal, Ariel Basteiro y Carlos Raimundi, entre otros partidarios de la cómplice ambigüedad kirchnerista que no puede ocultar su turbia relación con Hugo Chávez durante la Revolución Bolivariana (1999-2013). La diferencia entre los actuales secuaces del timo y los literatos del pasado siglo, es que Sartre y Malraux desconocían la deriva autoritaria que tendría el estalinismo, mientras Larroque y Yasky apoyan a Maduro precisamente por conocerla.
Nadie que se juzgue progresista puede identificarse con el siniestro régimen que Nicolás Maduro pretende perpetuar en Venezuela, alineado con las peores dictaduras del mundo
Cuando cayó el Muro de Berlín, la experiencia soviética manchó de sangre el curriculum marxista y muchos socialistas, para no cargar con el estigma del Gulag, prefirieron entrar al siglo XXI con otras denominaciones. La preferida fue “progresismo”, para blanquear aquel derrumbe con reivindicaciones singulares, sustituyendo al proletariado, devenido burgués, por distintas minorías ajenas al debate por la alienación y las plusvalías. Y así, el marxismo fracasado incorporó a militantes de los derechos humanos, del garantismo, del feminismo, de la igualdad de género, de los pueblos originarios, del matrimonio igualitario, de la comunidad LGBT, del lenguaje inclusivo y del aborto legal. Continuaron la lucha contra el capitalismo, pero con banderas de otros colores, sin hoces ni martillos, aprovechando las libertades políticas que anteriormente no conocían.
Ello fue posible en Europa, Estados Unidos y América Latina, donde rigen democracias liberales y el despliegue de esas banderas no es reprimido con bastones policiales ni con la deportación.
El llamado progresismo solo puede prosperar donde tienen vigencia los principios de la Ilustración, basados en la tolerancia y el respeto recíproco, sin que los gobiernos impongan creencias ni rituales a su población. Esa tradición cultural, tan frágil y expuesta a la aparición de dictadores, es una rara avis que existe solo en Occidente, siendo sus pilares el respeto a los derechos individuales, la división de poderes y la independencia de la Justicia. Sin embargo, quienes usan y abusan de ella, como si hubiese nacido de un repollo, desconocen que fuera de sus confines deberían callar y obedecer, como en la tierra de Maduro o de Fidel.
Les guste o no a los críticos del capitalismo liberal, solo habrá progreso real con libertades individuales donde haya derecho de propiedad, mercados libres y espíritu empresario. Solo así podrá generarse riqueza para alimentar, educar y abrigar, además de hacer posibles las conquistas del “progresismo”. Nunca tendrán una favorable realidad sin crecimiento económico, pues cualquier forma de “Estado presente” es costosa y solo puede sostenerse - sin sacrificar libertades - en el marco de las democracias liberales.
La preferencia de nuestros “notables” de poncho, bombilla y mate por Venezuela, Cuba y Nicaragua, los agentes de Irán, China y Rusia en la región, demuestra que su falso progresismo fue solo una estrategia para acumular poder liso, llano y carente de principios
Nadie que se juzgue progresista puede identificarse con el régimen de Nicolás Maduro, alineado con las peores dictaduras del mundo, como la República Islámica de Irán, una teocracia integrista donde las mujeres carecen de derechos; con la Federación Rusa, donde gobierna Vladimir Putin, un exespía homofóbico, xenófobo, misógino, sexista y racista, o con la República Popular China, un régimen totalitario que no permite ningún disenso y somete a minorías étnicas por la fuerza. Además, en Venezuela no solo faltan la comida y el agua potable. Tampoco hay aborto legal ni identidad de género ni cupos femeninos, ni Asignación Universal por Hijo (AUH) ni jubilaciones dignas ni los derechos que el “progresismo” ha logrado en la Argentina.
Ahora, en Caracas, acaba de soplar un huracán cuya fuerza llegó hasta aquí, haciendo volar las caretas de miles de falsos progresistas quienes, tras el aforismo “la patria es el otro” simulaban idealismo y compromiso social para apropiarse de lo público y destruir lo privado. Militantes, cabecillas, dirigentes, acomodados, mandamases y gerifaltes varios, quienes, tras sus máscaras de Eternautas y durante tres gobiernos kirchneristas, ocuparon espacios de poder, gestionaron millonarias cajas estatales, designaron parientes, administraron subsidios, cobraron retornos y viajaron por el mundo en nombre de valores que ignoraban, mientras sumergían a la Argentina en una escandalosa pobreza.
Al volarse las caretas, la realidad se ha revelado. La preferencia por Venezuela, Cuba y Nicaragua de nuestros “notables” de poncho, bombilla y mate, los agentes de Irán, China y Rusia en la región, demuestra que su falso progresismo fue solo una estrategia para acumular poder liso, llano y carente de principios. Su ideología visceral es el añejo “socialismo nacional” de John W. Cooke y Alicia Eguren, actualizado por el “socialismo del siglo XXI” de la gesta bolivariana. Nicolás Maduro aún vocifera contra el “imperio” como si Estados Unidos fuera responsable del drama de su país, de igual forma que Cuba culpa al embargo y Cristina Kirchner sugiere “mirar hacia al Norte” y no a Oriente si algo le ocurriese.
Nunca tendrán una favorable realidad sin crecimiento económico, pues cualquier forma de “Estado presente” es costosa y solo puede sostenerse, sin sacrificar libertades, en el marco de las democracias liberales
Los resultados de esos experimentos totalitarios están a la vista: en La Habana, los jubilados cobran cinco dólares por mes y deben trabajar hasta su último suspiro para poder comer. En Caracas, donde faltan la luz y el agua, el salario mínimo es de tres dólares y hablar allí de jubilación es una broma: los adultos mayores, cuando han quedado solos, revuelven la basura para poder subsistir. Los millones que no pudieron votar esta vez, votaron antes con sus pies en busca de paz, pan y trabajo.
El aplauso al régimen de Maduro y la reticencia kirchnerista a condenar el fraude en los resultados de las urnas demuestran su alineamiento estratégico con regímenes autoritarios, donde se ignoran los derechos humanos y se impulsan conflictos globales para demoler las instituciones de la cultura occidental. No es ya solo un asunto interno de Venezuela, sino parte de una confrontación mayor que afecta el destino de toda la región.
Su nefasto accionar va dejando en el camino a muchísimas personas empobrecidas cultural y materialmente. Algunas intentan buscar alivio en otras latitudes a un costo altísimo, abandonando seres queridos en una diáspora que parece no tener fin. Otras ni siquiera tienen fuerzas para escapar de las garras de semejante mentira
En los 70, los grupos subversivos que tomaron el poder durante la gestión de Héctor Cámpora, en nombre del “hombre nuevo”, impulsaron la avanzada de la URSS en América Latina a través de Cuba; 50 años más tarde, ya no existe el comunismo y la ofensiva de Rusia, China e Irán no es ideológica, sino geopolítica. A través de La Habana y de Caracas intentan preservar áreas de influencia que excluyan a los Estados Unidos, mientras –paradójicamente– familias enteras siguen emigrando en busca de refugio cruzando el Rio Grande. Pues saben que solo donde gobiernan instituciones occidentales encontrarán libertad y futuro para sus hijos. Han aprendido bien y de la forma más dolorosa, que cualquier otro “progresismo totalitario” es un fraude.