La Argentina desacoplada: la utopía selenita
Es hora de que quienes se encargan de impartir órdenes lo hagan desde la razonabilidad y no desde consignas vacías, proyectos quiméricos o asociaciones ilícitas
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El Principito, esa gran obra de Saint Exupéry, debería reemplazar a El Príncipe como material de lectura kirchnerista. En lugar de seguir en la luna, con sus utopías selenitas, sus militantes podrían observar el asteroide 325 y aprender de aquel rey solitario, cuyos únicos súbditos eran los planetas y las estrellas.
Según relato del príncipe viajero, el rey creía que los ciclos astrales se cumplían por obediencia a sus órdenes. Pero, como era sabio, tenía muy claro que su autoridad se respetaba solo si daba órdenes razonables, conforme a las leyes naturales y a las evidencias de la razón. Una enseñanza mejor para militantes que las tácticas del florentino para acumular poder sin importar cómo.
Esa obviedad, que ha hecho sonreír a padres y maravillar a niños, no resulta tan obvia en la República Argentina, donde se pretenden torcer los incentivos humanos mediante leyes u órdenes irrazonables, dispuestas por neófitos selenitas, que tratan a una gran nación como un pequeño asteroide.
¿Qué se puede esperar de un gobierno que ha desacoplado a nuestro país de las democracias de Occidente para alinearse con las peores dictaduras del mundo?
La expresión “desacople” se puso de moda cuando la inflación, originada en la emisión monetaria, comenzó a licuar los ingresos populares. Primero la usó la exdiputada Fernanda Vallejos, quien sostuvo que la Argentina tiene la “maldición de exportar alimentos” y que estos deben desacoplarse de los precios internacionales para adecuarse al bolsillo, cada día más flaco, de los argentinos. Acompañarlos hacia abajo, rozando la gratuidad, en su caída a la pobreza nacional y popular.
El secretario de Comercio Interior de la Nación, Roberto Feletti, quizás temiendo que la verborrágica economista lo apostrofara de “mequetrefe” por su impotencia ante los estragos de la inflación, ensaya fracasados e inútiles mecanismos de “desacople”: precios cuidados, cupos de exportación, mayores retenciones, fideicomisos y cruzamiento de precios.
Hace rato que el kirchnerismo “desacopla” precios arruinando todos los sectores donde mete su mano. Lo ha hecho con el mercado cambiario, los activos bancarios, los ahorros previsionales, las tarifas de energía y de transporte público, la transmisión de fútbol, los celulares y los servicios de internet (estos últimos casos, frenados por la Justicia). Lo hizo también con la agricultura, la ganadería, la lechería, el petróleo, el gas y los alquileres.
La ignorancia o la impotencia selenitas siempre lleva a reiterar fracasos. El “desacople” es una utopía de quienes viven en la luna para reemplazar la realidad por ficciones. La contundencia de la oferta y la demanda, por tramoyas de la peor política. Pero los mercados siempre están, simplemente porque reflejan la preferencia humana por maximizar beneficios y reducir costos. Se ajustan, se acomodan y se adaptan. Eso no puede obviarse, por más resoluciones que se dicten.
Hay quienes en la Argentina pretenden torcer los incentivos humanos mediante leyes u órdenes irrazonables dispuestas por neófitos selenitas que tratan a una gran nación como si fuera apenas un pequeño asteroide
Se sabe, desde hace siglos, que los controles de precios provocan lo contrario a lo deseado. Causan retracción de la oferta y aparición de mercados negros a precios más elevados. Los precios regulados (como las tarifas de luz, los alquileres o el dólar oficial) incentivan una mayor demanda, el consumo descuidado o la presión cambiaria.
Y cuando hay bienes escasos administrados por el Gobierno, como los créditos blandos, los dólares oficiales, los permisos de importación, las adjudicaciones de obras, los regímenes de promoción o las vacunas contra el Covid, se forma un mercado entre funcionarios, intermediarios e interesados en el que se transa con comisiones, retornos o privilegios. Desde el vacunatorio vip a los sonados casos de corrupción.
Nadie regala nada. Y, si no, pregunten a Cristina Kirchner, quien movió cielo y tierra (además del averno para evitar la apelación del PAMI) en su reclamo por acumular dos suculentas pensiones. Cobra así, casi cien veces más que la jubilación mínima. Nadie regala nada, ni ella tampoco. El instinto maximizador, que estudió Adam Smith, también motiva a la lideresa, igual que a los financistas y los especuladores.
Hace rato que el kirchnerismo “desacopla” precios, arruinando todos los sectores donde mete la mano: mercado cambiario, activos bancarios, ahorros previsionales, tarifas de energía y de transporte público, transmisión de fútbol, celulares, servicios de internet, agricultura, ganadería, petróleo, gas y alquileres
Otro personaje que no leyó El Principito y continúa en la luna es el director nacional de Políticas Integradoras del Ministerio de Desarrollo Social, Rafael Klejzer, del Movimiento Popular La Dignidad, quien se cortó solo, proponiendo crear una Empresa Nacional de Alimentos (ENA), para trabajar directamente con los productores en la planificación, producción, análisis de costos y comercialización de alimentos. El sueño oficial de la “sociedad sin patrones”.
Una empresa regida por la política opera sin atención a los costos, pues sus fines no son lucrativos. La ENA pagará caro a los productores y venderá barato para cumplir sus funciones. Consumirá su capital en directores inútiles, personal redundante, viáticos inflados, publicidad innecesaria, contratos amañados, honorarios injustificados e inversiones improductivas. Cuando lo agote, y el Estado no haga nuevos aportes, habrá tomas, cortes y piquetes. Nada nuevo bajo el sol, pero ignorado en la luna kirchnerista
Klejzer debería saber que las utopías para “desacoplar” la economía de la disciplina capitalista existen desde antaño. Se llamaron “falansterios” (Charles Fourier, 1772-1837) o colonias de “Nueva Armonía” (Robert Owen 1771-1858), entre otras utopías fracasadas. En 1871, la Comuna de París aplicó los principios de la Primera Internacional para “desacoplarse” de la Tercera República y el hambre fue tal que hasta los elefantes del zoológico Castor y Polux fueron sacrificados para alimentar parisinos.
Una buena gestión económica requiere prever los efectos que provocarán las órdenes antes de darlas y, sobre esa base, crear marcos institucionales que encaucen los incentivos por el camino del trabajo productivo, la inversión y el desarrollo, acoplando esfuerzos a sus resultados
Fidel Castro no logró la zafra de 10 millones de toneladas de azúcar en 1970, por más que motivó a la población con la punta del fusil. Y, en Venezuela, además del Ministerio para la Suprema Felicidad del Pueblo, existe otro, igualmente absurdo, para concretar la felicidad con platos de lentejas. Es el Ministerio del Poder Popular para la Alimentación, instrumento chavista para la corrupción, que no puede alimentar a los venezolanos, azotados por la inflación y la falta de divisas, como la Argentina. El inspirador de estos ensayos de colectivización, Vladimir Lenin, fue autor de la hambruna rusa de 1921-1922, que terminó con millones de muertos, por falta de comida y la represión a los campesinos (kulaks).
Una buena gestión económica requiere aplicar la sabiduría del buen rey en su asteroide, porque ni los planetas ni las estrellas alterarán su orden cósmico por más que Vallejos, Feletti o Klejzer lo ordenen, desde la luna. Una buena gestión requiere prever los efectos que provocarán las órdenes, antes de darlas. Y, sobre esa base, crear marcos institucionales que encaucen los incentivos por el camino del trabajo productivo, la inversión y el desarrollo, acoplando los esfuerzos a sus resultados.
¿Qué se puede esperar, de un gobierno que ha desacoplado a nuestro país de las democracias de Occidente, para alinearse con las peores dictaduras del mundo? Ha desacoplado los ingresos, del trabajo; el progreso, del mérito; el patriotismo, de la historia; la historia, de los hechos, y el ilícito, de la sanción. Hasta la función presidencial ha sido desacoplada del poder real, ejercido por la vicepresidenta.
Y, aunque mucho lo ha intentado, no ha logrado aún desacoplar a la Justicia de las leyes; a la prensa independiente, de la verdad y, a la población, de la libertad de pensar.