La Amazonia en llamas: el grito de la Tierra
La solución para la preservación de la selva amazónica es un imperativo que requiere un amplio compromiso internacional
La emergencia suscitada a raíz de los incendios que consumen desde hace días extensas zonas de la Amazonia brasileña ha instalado en el mundo un impostergable debate sobre la protección del ecosistema más importante del planeta. Por la magnitud de la tragedia, cuya proporción aún no se puede calcular, pues el fuego sigue avanzando, el incendio en la selva amazónica ha despertado masivamente una conciencia ambiental colectiva. "Nuestra casa arde, es una crisis internacional, nuestro oxígeno está ardiendo", declaró el presidente francés, Emmanuel Macron,
La gravedad del tema es evidente. No solo por el daño que está causando, sino también por las consecuencias globales. La región amazónica, a la que se conoce con la denominación de pulmón de la Tierra, es un santuario de la biodiversidad y tiene un papel esencial para la regulación del clima por su capacidad de absorción del dióxido de carbono. Se extiende por una superficie de 5,5 millones de kilómetros cuadrados repartidos entre nueve países y el 63% de esa superficie se encuentra en Brasil.
Según el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil (INPE), que contabiliza los incendios mediante imágenes satelitales, los focos de fuego en todo el país en lo que va de este año superan en un 83% los del mismo período de 2018. El informe precisó que entre el 1º de enero y el 18 de agosto se registraron 71.497 focos de incendio en el país, el 52,5% de ellos en la Amazonia.
Cuestiones eminentemente económicas han llevado a deforestar sin miramientos y a provocar incendios forestales, ya sea para facilitar la ampliación de las fronteras agrícolas, ganar terreno para la ganadería o extender los cultivos ilícitos. Si la tasa de deforestación continúa siendo constante -tan solo en Brasil alcanzó la escandalosa cifra de 5879 kilómetros cuadrados en el último año-, los expertos pronostican que en 50 años la selva amazónica habrá perdido su condición de pulmón del planeta. Sin embargo, es importante destacar que la deforestación en la Amazonia de Brasil no constituye un hecho novedoso. En los años 2003, 2005 y 2007 se produjeron récords de deforestación, con cifras más alarmantes que las actuales, solo que en ese entonces los medios de comunicación y las redes sociales no le asignaron la misma gravedad que en este momento.
Incluso cabe destacar que en estos días se han difundido numerosas fotografías falsas de esta tragedia ambiental que no corresponden ni al lugar ni al momento. Este uso irresponsable de la información no hace sino vulgarizar una problemática que merece la máxima atención de nuestras autoridades y ciudadanos. El compromiso de LA NACION en este sentido es claro y celebramos nuestra incorporación al consorcio de medios, periodistas y plataformas que comprometen el abordaje de la cuestión ambiental para motorizar urgentemente los cambios que demanda el futuro de las próximas generaciones. La joven sueca Greta Thunberg, con solo 16 años, se ha convertido en ícono contra el cambio climático, y el movimiento Fridays for Future, que lidera, se extiende por el mundo.
El daño ecológico es irreparable y enorme; las hectáreas de bosques quemados arrasaron con especies naturales y afectaron el equilibrio del área y la calidad del suelo. Se trata de una crisis que, por sus efectos, podemos calificar de internacional, tal como lo han hecho importantes mandatarios de todo el mundo. Y no por razones políticas, que las hay, sino porque es imprescindible admitir que desde el punto de vista ambiental en el planeta existe una interdependencia tal que lo que sucede en la Amazonia de Brasil afecta gravemente al resto del mundo.
La preservación de la selva amazónica es un imperativo que requiere el compromiso de gobiernos, ambientalistas, empresarios y organismos específicos. La solución tiene que ser pensada entre todos y el apoyo debe ser global. En este sentido, cobra particular importancia lo resuelto por los líderes del G-7 reunidos en Biarritz, que acordaron ayudar a los países afectados por los incendios en la Amazonia "lo más rápido posible".
Una medida para proteger el Amazonas, si realmente se lo quiere preservar de hechos similares, bien podría ser la prohibición del uso del suelo y de las maderas en las áreas incendiadas. Esto impediría que se continúe premiando a quien destruye un recurso esencial para la humanidad. Como lo hemos destacado en esta columna editorial, y dadas las múltiples interrelaciones que se activan en torno a la naturaleza, se requiere una nueva comprensión sistémica de los recursos planetarios. Es por eso que hemos de preguntarnos acerca de las responsabilidades que les caben a los mandatarios de los países como a la hora de resguardar de manera duradera bienes que conforman el patrimonio natural mundial y que, como tales, contribuyen a la salud y a la preservación de la humanidad. Somos parte de un mundo interdependiente: hoy es el Amazonas; mañana, podrían ser nuestros mares, ríos, glaciares, con imprevisibles efectos sobre todos los ecosistemas cuya vida depende de ellos. No hay plan B porque no tenemos un planeta B. Debemos instalar y respetar definitivamente y sin dilaciones nuevos paradigmas de cuidado, respeto y protección de nuestra madre tierra para hacer realidad el cuidado, el respeto y la protección de cada ser humano en este planeta. Ante el cambio climático, ¿cuánto más demoraremos en cambiar nosotros?