Kiss y Cromagnon: un espejo en donde no volver a mirarse
Las tragedias en Brasil y en Buenos Aires dejan expuestos el incumplimiento de normas básicas y los distintos grados de sensibilidad de los gobernantes
La tragedia fue casi calcada: un boliche con habilitación vencida, falta de controles estatales, inexplicable uso de pirotecnia en un lugar cerrado y avidez empresaria por ganar dinero a cualquier precio, entre otras atrocidades, clausurando puertas que hubieran significado un salvoconducto vital para centenares de jóvenes que terminaron muertos .
El fatal incendio en la disco Kiss , en la ciudad de Santa María, estado de Rio Grande do Sul, en Brasil, que se cobró el domingo pasado la vida de más de 230 personas mientras otras cien siguen luchando en terapias intensivas de distintos centros de salud, y la trágica noche del 30 de diciembre de 2004, en la que 194 asistentes al boliche Cromagnon en la zona de Once murieron asfixiados por la inhalación del humo de la combustión de paneles acústicos a raíz del lanzamiento de una bengala, tienen muchas similitudes y una enorme diferencia.
Ante la totalmente evitable tragedia de Once , el entonces presidente Néstor Kirchner prefirió quedarse descansando en la Patagonia. Frente al también eludible drama de Rio Grande do Sul, la presidenta Dilma Rousseff voló urgentemente desde Chile, donde se encontraba participando de una cumbre, para estar con las víctimas y con los deudos de Brasil.
¿Cambia en algo la situación física de las personas con la presencia del principal conductor político de un país apenas ocurrida una tragedia? No, para nada. Eso depende básicamente de los médicos y demás profesionales que intervengan. En cambio, en lo afectivo, en lo sentimental, en definitiva en lo humano, esa imagen es fundamental para quienes no sólo deberán afrontar el resto de sus vidas sin un ser querido o heridos por la ineptitud y negligencia de quienes debieron controlar todo para que nada malo pasase, sino para todos los ciudadanos que esperan de sus gobernantes la cuota de responsabilidad y coraje mínimos que les haga sentir confiados en que representan algo más que un voto el día de elecciones.
Podrá criticársele a Dilma Rousseff haber tardado dos días, apenas asumida como presidenta, en visitar la zona serrana de Río de Janeiro, sacudida por lluvias y aludes que dejaron más de 100 muertos en 2011. Rousseff, en todo caso, parece haber aprendido la lección. "Frente a lo ocurrido, quien necesita hoy de mí es el pueblo brasileño, y es ahí donde tengo que estar", dijo la presidenta de ese país al abandonar la reciente cumbre realizada en Chile.
El camino inverso lo hizo Cristina Kirchner con su prolongado silencio tras la tragedia ferroviaria de Once hace casi un año, en la que murieron 51 personas y más de 700 resultaron heridas, y en la que algunos de sus funcionarios trataron incluso de desviar las responsabilidades a las propias víctimas del luctuoso hecho.
¿Qué pasó con la Cristina Kirchner que, en febrero de 2009, volaba con presteza de España a Buenos Aires y de allí mismo a Tartagal, Salta, para acompañar a las víctimas de un alud de barro, agua y troncos que arrasó numerosos barrios de esa ciudad, cobrándose dos vidas y dejando sin techo a centenares de personas? Seguramente, haya quienes crean que no se corren riesgos políticos cuando la tragedia es consecuencia de un fenómeno natural y que, en cambio, pueden ser enormes cuando la hecatombe es producto de la ineficiencia del propio Estado.
Los músicos de la banda brasileña Gurizada Fandangueira reconocieron haber tenido responsabilidad en el incendio por haber utilizado un aparato pirotécnico sobre el escenario. Cuatro personas ya han sido apresadas, entre ellas un músico y el productor de la banda, y diversos controles posteriores al hecho determinaron la clausura de no pocos locales bailables.
En nuestro país, los músicos nunca se hicieron cargo de haber permitido que bengalas ingresaran por los controles del boliche de Cromagnon, que estaban a su cargo. Por la tragedia de Once fue destituido por la Legislatura el entonces jefe de gobierno de la ciudad, Aníbal Ibarra, y fueron condenados judicialmente el gerenciador del lugar, los músicos de Callejeros, el jefe policial que hizo la vista gorda y los funcionarios de menor rango que Ibarra, por haber eludido su labor de control.
Aún es temprano para saber qué decidirá la justicia brasileña. Pero no lo es para tomar conciencia de que en uno y otro caso pasó lo que pasó como producto de la imprudencia, la impericia, la negligencia y hasta la impunidad con que creen contar funcionarios, empresarios y sectores del público que no toman conciencia de los riesgos a los que se someten y que, fundamentalmente, exponen a los demás. Es triste, pero pareciera que no aprendemos de estas dramáticas lecciones.
En cambio, no es temprano para advertir que en cuestiones de sensibilidad y responsabilidad hay una diferencia enorme entre el gobierno de Rousseff y los de los Kirchner.