Julio Grondona, una gestión agotada
El resultado adverso que le impidió al seleccionado de fútbol de la Argentina llegar a las instancias definitorias del último Campeonato Mundial de fútbol movió, como suele ocurrir en estas circunstancias negativas, a reflexionar acerca del porvenir de esa actividad rentada en que el deporte suele confundirse con el mundo del espectáculo que pretende avasallarlo. Las estructuras de las competencias son así y sería imposible retrotraerlas a épocas no tan distantes, menos lucrativas, pero más transparentes. Esta consideración, tangible y ajustada a la realidad, no implica fosilizar a la institución que en nuestro medio rige el fútbol profesional y lo representa en el exterior.
La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) se encuentra estancada y no atina a encontrarle una salida a esa situación. No se trata de otra cosa que de la consecuencia previsible de cómo su titular, Julio Grondona, sigue aferrado con uñas y dientes a la presidencia de la institución, cargo y perdurabilidad que, además, le han servido para escalar posiciones en el seno de la Federación Internacional de Fútbol Asociación (FIFA) hasta llegar a ocupar la vicepresidencia primera.
El presidente de la AFA no ha asumido la responsabilidad de erradicar ese cáncer futbolístico que son las barras bravas, apañadas por gran parte de la misma dirigencia complaciente que vota de manera automática su reelección. Esa actitud condescendiente alimenta la soberbia de las auténticas hordas que, por ejemplo, acaban de dejar en Alemania otro crudo testimonio de su desprecio por las reglamentaciones -afortunadamente, así les fue-, al igual que hace pocas horas en Asunción del Paraguay y en Rosario, donde dieron renovadas muestras de su salvajismo.
Y, como remate, Grondona ha inducido a Boca Juniors a que rompa su relación contractual con Alfio Basile, para que el ex futbolista se haga cargo de la dirección técnica del seleccionado nacional a pesar de que este conjunto sólo jugaría dos cotejos en cuanto resta del año actual. Al margen y en otro terreno, en diversas oportunidades y merced a su reconocida habilidad política, Grondona consiguió para la AFA y los clubes que la integran injustificados regímenes de excepción en materia de cumplimiento de obligaciones fiscales y previsionales, privilegios que -casi de más está decirlo-, no se encuentran al alcance del resto de los contribuyentes.
Es prolongadísimo el lapso en que Grondona se ha hecho cargo del liderazgo de la dirigencia de nuestro fútbol: más de un cuarto de siglo, porque fue elegido por primera vez en 1979. Tanto tiempo de gestión ha dado magros resultados en términos reales. Durante esos veintisiete años, el seleccionado de fútbol de la Argentina sólo logró imponerse en un campeonato mundial, el de 1986, al margen, por supuesto, de la medalla dorada de los Juegos Olímpicos de 2002 y los éxitos de los juveniles, importantes, sin duda, pero sin la extraordinaria jerarquía de aquella competencia.
Otro de los éxitos más concluyentes que ha obtenido Grondona gracias, también, a su habilidad política, es esa eternización en el cargo a pesar de cuanta iniciativa ha sido impulsada para desalojarlo. Permanencia récord que hasta se ha permitido esterilizar alguna propuesta que, proveniente de altos niveles de gobierno, planteaba modificaciones estatutarias de confederaciones, federaciones y entidades deportivas, a fin de que sus dirigencias no pudiesen ocupar posiciones preeminentes por más de dos períodos consecutivos.
Ejercer el poder en forma interminable puede satisfacer meras ambiciones individuales, pero desgasta a las instituciones. Es el patético caso de la AFA, entidad que, más que a un deporte, rige a un multitudinario ejercicio de apasionamiento. Julio Grondona, no hay dudas, ha sido elegido mediante el voto de sus pares, requisito que le da una mano de democrático barniz a su interminable dominio del feudo futbolístico. Los hechos, en cambio, son demostrativos de que esa gestión está agotada y que, en bien, justamente, de nuestro fútbol, el prudente eclipse de su titular debiera dejarle campo franco a la honda renovación que este deporte necesita. El todavía titular de la AFA debería seguir el ejemplo del director técnico José Pekerman, quien, al no conseguir su objetivo, renunció sin que nadie tuviese que pedírselo.