Intereses públicos y delirios ideológicos
Nuestra Cancillería no escatima elogios y cortesías hacia regímenes totalitarios y muestra nula adhesión a los principios democráticos
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Asistimos desde hace tiempo a una errática y fantasiosa conducción de las políticas públicas en materia económica bajo las cuales, por ejemplo, el Estado vende dólares baratos a los importadores, pero castiga a los exportadores, o destina fondos públicos para la compra de títulos en moneda extranjera de los que, a poco de andar, se va a pérdida.
Fundadas en simpatías ideológicas personales y circunstanciales y no en la preocupación por los intereses colectivos de la Argentina a largo plazo, esas políticas no solo deterioran nuestra vida cotidiana, sino que también afectan y perjudican nuestras relaciones exteriores. Nuestra Cancillería no escatima elogios almibarados y cortesías exageradas hacia regímenes totalitarios y se esfuerza por mostrar nuestra escasa adhesión a los principios democráticos que rigen en la mayoría de los países civilizados. No es necesario referirse a cuestiones puntuales como la última y escandalosa comedia de errores en Ecuador o los constantes roces y tropiezos con Chile. Basta con observar la actual política exterior argentina: de poca monta y entidad, ejercida con impericia e improvisación como resultado de anteponer el aplastante peso de la ideología partidaria a cualquier estrategia debidamente analizada.
El Gobierno se compromete en cuestiones intrascendentes y posicionamientos poco claros y parece complacerse en llevar a cabo políticas declamatorias de corte netamente autodestructivo. En lugar de aplicar medidas económicas adecuadas que nos aseguren buenos socios comerciales, cultivando relaciones diplomáticas enriquecedoras, ahondando en la identificación y consolidación de mercados donde colocar nuestros productos, cultivando una imagen de país cumplidor de sus obligaciones, el resultado más visible de nuestra veleidosa política exterior demuestra una consistente incapacidad de generar confianza en la Argentina.
Nuestra relación con China es ejemplo de esto. El tamaño de su mercado debería justificar cualquier esfuerzo para convertirnos en un proveedor confiable de los productos que ese país demanda. Por el contrario, la incapacidad y torpeza política y diplomática de las actuales autoridades son tales que nuestra desacertada relación con ese país llama la atención de observadores internacionales que notan con preocupación la obsesión del actual gobierno argentino por convertirse, antes que en un proveedor consistente y confiable, en un aliado político y sin acciones que nos resulten provechosas en materias diversas.
Esas veleidades ideológicas mezclan lo que debería ser una simple relación comercial con cuestiones geopolíticas y estratégicas sobre las que la Argentina debería mantenerse cautelosa. No solo porque eso complica innecesariamente nuestras relaciones internacionales al irritar y preocupar a terceros países –muchos de ellos de tradicionales vínculos con la Argentina–, sino porque, en algunos casos, nos ha llevado a suscribir pactos y contratos oscuros para realizar obras faraónicas a precios astronómicos o para la instalación de bases con propósitos sospechosos y ajenas a cualquier control. Entre los últimos desaciertos en ese campo figura la pretensión de construir o ensamblar aviones de combate chinos en nuestro país o de ofrecer a China facilidades portuarias exclusivas en Tierra del Fuego. Por suerte, momentáneamente estos delirios no parecen haber pasado de un alarde.
Otro aspecto negativo y no menor de nuestra pretendida sintonía con los intereses chinos es el de la eventual identificación de nuestra política hacia las Islas Malvinas con la posición que China pueda adoptar respecto de Taiwán. La prudencia de nuestro gobierno en este punto debería ser extrema.
Necesitamos con urgencia una política exterior de largo plazo que combine realismo con sensatez, en alianza firme con las democracias occidentales con cuyos valores nos hemos identificado siempre, de modo de no poner en riesgo nada más y nada menos que nuestra soberanía. Intentar complacer la inconsistencia ideológica de personajes pretenciosos que, desde su supina ignorancia, pretenden erigirse en modelo de aplicación universal nos puede llevar a cometer errores irreversibles.