Incrementar los días de clase
Urge recuperar el tiempo perdido poniendo a la educación en el centro de la escena y dejando atrás el descrédito para el mérito
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El 86% de los chicos argentinos asiste a jornada simple de cuatro horas en la escuela primaria; apenas el 14% tiene jornada completa o extendida.
En una reunión del Consejo Federal de Educación, las provincias acordaron la semana pasada avanzar en la implementación de una propuesta del Ministerio de Educación de la Nación, consistente en sumar una hora más de clase por día en las escuelas primarias de jornada simple.
Cada distrito verá cómo instrumentar la medida, que llevaría de 720 a 950 las horas de clase al año, el equivalente a 38 días más en el calendario escolar, e incluso evaluaría involucrar a escuelas con jornadas más extensas. El proyectado diseño horario garantizará un mínimo de 25 horas de clases semanales y podría alcanzar a unas 10 mil escuelas, con una inversión nacional de 18 mil millones de pesos.
En estos días, la ONG Argentinos por la Educación presentó un durísimo informe en el que asegura que apenas un promedio del 16% de los alumnos termina la escuela con conocimientos suficientes de lengua y matemáticas, con porcentajes más altos solo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (33%), Córdoba (24%) y Tierra del Fuego (21%). De cada 100 que inician el primer grado, apenas 53 completan su secundaria, con un 25% que lo hace con sobreedad. Está claro que sumar una hora más a la jornada, destinada fundamentalmente a reforzar matemática, lengua y lectura, no resolverá un problema tan profundo como el de la calidad educativa, pero pocos se atreverían a quitarle validez al aporte.
Como era previsible, más allá de las justificadas dudas de algunos respecto de la forma de implementación en algunos lugares del país, fueron los sindicatos los primeros en alzar sus voces críticas. “El ministro de Educación se está arrogando una representación que no le corresponde”, afirmó Sergio Romero, titular de Unión Docentes Argentinos (UDA). La Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina (Ctera) y el inefable Roberto Baradel, conductor del Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de la Provincia de Buenos Aires (Suteba), por su parte, apuntaron contra el Gobierno y rechazaron la medida, argumentando que se trataría de una “sobrecarga de trabajo para los docentes”. No sorprende, cuando la crisis de representatividad y la proximidad de elecciones sindicales obligan a extremar los esfuerzos por captar votos esquivos.
En un reportaje reciente, Guillermina Tiramonti, investigadora de FLACSO, planteaba su mirada sobre el origen de la decadencia educativa que nos aqueja. Señalaba como responsables a los políticos y a los sindicatos: “Los sindicatos no existirían si no hubiera habido funcionarios que no sabían qué hacer en educación y lo que intentaron hacer es acordar con el sindicato para no tener inconvenientes”. Hoy los sindicatos se han adueñado de la escena, incluso al punto de plantear fracturas con gobiernos como los kirchneristas que a lo largo de 14 de los últimos 18 años apañaron los abusos del poder docente, el desvergonzado adoctrinamiento en las aulas, el descrédito para el mérito y el esfuerzo y el afán por estigmatizar las evaluaciones tanto como los aplazos.
Con ciclos lectivos gravemente afectados por la pandemia y clases virtuales que promovieron la deserción de muchos por falta de acceso a conexiones y tecnología, urge recuperar el tiempo perdido poniendo a la educación en el centro de la escena. La batalla cultural en la que pretenden enrolarnos quienes entienden que la educación del soberano atenta contra sus personalísimos intereses debe llegar a su fin. Debemos poner en manos de expertos el rediseño del sistema educativo para dar respuesta a las verdaderas demandas del presente y del futuro, enseñando a nuestros jóvenes a pensar con autonomía y capacitarlos para trabajar y actuar con libertad y respeto. No hay futuro sin educación, cada minuto cuenta. Son horas decisivas.