Inclusión, mucho más que letras
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Un video protagonizado por el general de división Guillermo Olegario Pereda circuló ampliamente en redes sociales estos días causando no poca sorpresa. El jefe del Ejército se dirigió a “soldados y soldadas voluntarias” que se incorporaban a una brigada militar en la provincia de Misiones, contrariando lo admitido por la Real Academia Española e incurriendo en un uso incorrecto de dichos vocablos.
El lenguaje inclusivo, casi sin reglas ni lógica, se extiende peligrosamente en ámbitos oficiales, en escritos, discursos y declaraciones, exponiendo la voluntad de muchos por subirse a las corrientes en boga y a las bajadas de línea del poder de turno. Carente de fundamento lingüístico, se recurre así a un uso de tintes marcadamente sociopolíticos e ideológicos, tal como lo describió Alicia Zorrilla, quien preside la Academia de Letras, crítica acérrima de estas nuevas prácticas tan ajenas a las reglas gramaticales del idioma español.
Huelgan ejemplos que podrían mover a risa si no confirmaran cuán disparatado y abusivo se ha vuelto el uso de estas nuevas voces. La académica recordó, por caso, un cartel que decía: “Todes les abuelites ingresarán pronte en la sala”. Desde la ignorancia más peligrosa y con un idioma extendidamente mal hablado como el castellano, el uso de la E, la X, la @ y el asterisco no se limita a los sustantivos o adjetivos, sino que empezamos a ver cómo se extiende a adverbios que, como el “pronto” de la frase, no admiten accidente de género y número. Las pretendidas nuevas concordancias solo conducen a tropiezos y a trabalenguas verbales en la oralidad. Tampoco se respetan los verbos, señala Zorrilla: “Querides chiques, les amemes”. Frente a una a y una o que amenazan con entrar en peligro de extinción basta recordar que una lengua demanda un consenso social que le dé su verdadero sustento.
La historia ha demostrado que la realidad lingüística no se modifica por decreto ni se impone desde el sectarismo o la ideología. Desgraciadamente, se pretende también con insistencia asociar el lenguaje inclusivo con un mal entendido progresismo. Desde estas columnas ya hemos reflejado nuestra posición contraria a que numerosas casas de estudio hayan aprobado el uso del lenguaje inclusivo para trabajos prácticos y exámenes universitarios, haciendo también gala de intransigencia e intolerancia hacia quienes no comparten su parecer y se oponen a su obligatoriedad. El derecho individual a adoptarlo o no debería, ante todo, respetarse. Sin embargo, distintas dependencias trabajan o ya han producido guías de lenguaje inclusivo también para la administración pública.
El valor del respeto por las normas de género en ámbitos como el castrense y tantos otros no está en duda. La inclusión siempre será una sana práctica que hemos de fomentar y apoyar calurosamente. Pero no deberán pasarse por alto aquellas ligadas a la edad, la etnia o las capacidades diferentes, por solo mencionar algunas, que reiteradamente se siguen desconociendo. La discriminación no se resuelve con el uso extendido de una letra. Pensar en términos inclusivos es el verdadero desafío que enfrenta nuestra sociedad. Que no nos distraigan.