Haití, sumido en la barbarie
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Haití, un país tan pobre como inestable, acaba de ser testigo de un magnicidio. El presidente Jovenel Moïse y su esposa, Martine, fueron objeto de un atentado, de un ataque planificado, que le costó la vida al primer mandatario y dejó malherida a la mujer. Una enorme tragedia que golpea, una vez más, al país caribeño, asolado por catástrofes naturales y, en esta época de pandemia, también por la falta de vacunas.
El hoy asesinado presidente había estado inmerso en una controvertida campaña para extender temporalmente su mandato, aferrándose al poder, como otros tantos dirigentes que deciden gobernar por fuera de la ley para eternizarse en el cargo.
Durante su gestión como primer mandatario, suspendió a dos tercios de los senadores y a todos los miembros de la Cámara baja, así como a los alcaldes. Su forma de consolidar poder ha sido también sumamente controvertida. Tras disolver el Parlamento, gobernó por decreto.
Además, desde que asumió, enfrentó numerosas acusaciones de corrupción y de complicidad con actos violentos, en lugar de garantizar la seguridad de los habitantes de su país.
Se lo ha cuestionado también por la manera en que reprimió las movilizaciones realizadas en su contra y por no haber podido detener la creciente ola de crímenes y secuestros padecida por la población.
Hacía ya tiempo que Moïse se victimizaba ante la ciudadanía, denunciaba la existencia de inminentes golpes de Estado y acusaba a un magistrado del Tribunal Supremo y al propio jefe de policía de participar en los intentos de deponerlo.
El primer ministro de Haití, Claude Joseph, aseguró ayer que, alrededor de la 1, un grupo de personas no identificadas atacó la residencia privada del presidente en el barrio de Pelerin, en la capital haitiana, e hirió de muerte al mandatario.
Sostuvo además que los magnicidas se comunicaban entre ellos en inglés y en español, y que fue un ataque perfectamente coordinado con el fin de lograr el objetivo de asesinar a Moïse.
Tras lo sucedido, Haití ha quedado sumergido en una suerte de vacío de poder y caos creciente. Se trata de un país que durante décadas ha sido objeto de constante apoyo externo y que hoy vuelve a necesitarlo con suma urgencia.
Hasta el momento, todos los esfuerzos internacionales por tratar de ordenar esa nación han fracasado. Las organizaciones internacionales, y particularmente las regionales, serán convocadas para ayudar a serenar al país más pobre de la región.
El camino por andar no sea sencillo ni se esperan resultados inminentes a juzgar por la serie de fracasos acumulados. Quienes pueden proporcionar ese auxilio se sienten descorazonados, mientras crece la sensación de que Haití es casi ingobernable.
Tras el acto de barbarie cometido, las autoridades en ejercicio del poder decretaron el estado de sitio. El asesinato del presidente profundiza aún más el drama de una nación hundida en una temible mezcla de violencia, falta de confianza, desprecio por la ley y temores de toda índole, con una población sumida en la pobreza y el sufrimiento más extremo.