Hablar salva vidas
Los suicidios de niños y adolescentes constituyen un tema que requiere tanto de políticas de Estado como del necesario diálogo en la mesa familiar
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En un reciente artículo, The New York Times hizo referencia a un proyecto de investigación a partir de inteligencia artificial (IA) que rastrea a cientos de personas en riesgo de cometer un suicidio utilizando información de sus teléfonos inteligentes y dispositivos con biosensores que puedan detectar períodos de mayor peligro para intervenir. Los detractores cuestionan lo que entienden que sería una invasión a la privacidad de grupos que pueden ser considerados vulnerables, mientras también se pone en duda que los algoritmos puedan predecir la angosta ventana que antecede a un intento de suicidio.
Un informe epidemiológico del Ministerio de Salud en el período 2010-2019 reportaba que en la Argentina había un suicidio cada tres horas. El último informe disponible de Estadísticas Vitales, correspondiente a 2021, confirmaba 68 suicidios entre chicos de 10 y 14 años y 301 en la franja de 15 a 19 años. A fines de 2022, Unicef reportaba que en el primer semestre de 2021 uno de cada cinco jóvenes de 15 a 24 años refería estar deprimido o con síntomas de desinterés, reflejando una realidad mundial. Está claro que el extremadamente largo confinamiento en pandemia agravó entre nosotros el estado de cosas y, como bien señalan numerosos profesionales locales, basta observar cómo la práctica asistencial registró importantes aumentos, al punto de hablar de duplicación en patologías de variables asociadas a depresión y suicidio, más casos de fobia social, adicciones, trastornos de la alimentación, trastornos de ansiedad y obsesivo compulsivo, y ataques de pánico. Además, la escasez de recursos en el área de salud mental se traduce, por ejemplo, en falta de lugares de internación psiquiátrica infanto-juvenil.
Las tecnologías y el desmedido consumo de redes sociales también impactan fuertemente sobre jóvenes que transitan inseguridades y vulnerabilidades propias de su edad, con plataformas que distorsionan y disfrazan una realidad, al punto de convencerlos respecto de que todos serían más felices que ellos. Los rituales de inclusión y pertenencia pueden también convocar a peligrosos desafíos que ponen vidas en riesgo. Mucho se recomienda atender a cómo se expresan los jóvenes en redes a fin de no tener que esperar que un dolor, tantas veces encubierto, se muestre intenso para intervenir. El valor de la ayuda profesional se potencia; no basta con el afecto o la cercanía para poder intervenir a tiempo: ante una situación de advertencia es clave recurrir a quienes puedan ayudar a salir del dolor.
Se trata de un tema sensible que preocupa y que debería poner en alerta a una sociedad exigente, incapaz muchas veces de reparar en cuánta presión puede resistir un ser humano cuando su salud mental se encuentra debilitada. Instalar conversaciones abiertas con los más jóvenes y mostrarse emocionalmente accesible son recomendaciones de la guía editada por Fundación LA NACION.
Así como en algún tiempo se entendía que era mejor evitar el tema, hoy los expertos consideran que, por más que sea doloroso, el abordaje es indispensable, ofreciendo una escucha activa, atenta e incondicional sin carga punitiva. Hablar alivia la angustia ante un dolor psíquico que se vuelve intolerable. Entre los muchos mitos a rebatir está el de creer que quien amenaza con terminar con su vida solo quiere llamar la atención y que no llegará a concretar su anuncio. Es importante reconocer el riesgo real, empatizar sin juzgar ni minimizar y evitar dejar sola a la persona. También es un error asumir que el suicida, o quien se autolesiona, atraviesa una depresión, algo que no siempre es así pues hablamos de cuadros de origen multicausal. Sí es cierto que hay una relación estrecha entre la ideación suicida y el acoso escolar o el bullying, sobre todo en la adolescencia, por lo que también hay que hacer foco en la intervención de las instituciones escolares.
En las últimas semanas, dos episodios de suicidios protagonizados por jóvenes en la ciudad de Buenos Aires ofrecieron la oportunidad de instalar el tema en las mesas familiares. Podría ser útil preguntar a los chicos qué opinan o sienten frente a lo ocurrido y si alguna vez imaginaron quitarse la vida. Porque hablar salva vidas.
Hace tiempo también que se cuestiona que la ley de salud mental no ofrezca el marco de respuesta a las necesidades de enfermos y familias. Además de que no distingue entre sufrimiento psíquico y enfermedad mental, establece que la internación involuntaria de un paciente es un recurso “excepcional” que deja fuera la posibilidad de intervención de familiares antes de la profundización de una crisis. Se trata de una realidad complicada que también en este plano la próxima gestión gubernamental deberá atender sin demoras para que los padecimientos de muchos encuentren debido cauce.