Guillermo Moreno: del garrote a las penas de prisión
Es de esperar que, de una vez por todas, el patotero exfuncionario kirchnerista pague por todo el daño que provocó al país con su reiterado accionar delictivo
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Guillermo Moreno, el brutal exfuncionario kirchnerista que apelaba a violentos métodos para imponer sus abusos y mentiras en el ejercicio de la función pública, se topó esta semana con una nueva sentencia judicial condenatoria a tres años de prisión condicional y seis de inhabilitación para ejercer cargos en el Estado. Esta vez fue por los “dibujos” que, durante su gestión como secretario de Comercio Interior se hicieron en el Indec con el objetivo de fraguar el índice inflacionario: un secreto a voces que ahora la Justicia se encargó de confirmar.
Previamente, había sido condenado por el uso de fondos públicos para adquirir el “cotillón” que utilizó para atacar al diario Clarín (dos años y seis meses de prisión en suspenso e inhabilitación absoluta y perpetua para ejercer como funcionario estatal) y por sus tan feroces como inaceptables arremetidas verbales y físicas contra directivos de Papel Prensa (dos años de prisión en suspenso y seis meses de inhabilitación para ejercer cargos públicos por el delito de amenazas coactivas).
Además de Moreno, la exdirectora del Índice de Precio al Consumidor (IPC) Beatriz Paglieri también fue penada con tres años de prisión condicional y seis de inhabilitación para ejercer cargos en el Estado. Ambos deberán fijar residencia y someterse a la supervisión de un patronato.
A pesar de la multiplicidad de condenas, por el momento Moreno seguirá en libertad, ya que apeló las dos primeras y se estima que hará lo mismo con la referida al Indec.
En esta última causa, en la que fue hallado culpable por los delitos de abuso de autoridad, destrucción e inutilización de documentos públicos y falsedad ideológica, el fiscal Diego Luciani había pedido cuatro años de prisión y 10 de inhabilitación. La condena no ha estado lejos de lo reclamado, lo cual da cuenta de la gravedad del delito cometido y la falsedad de la que se ha venido regodeando el impresentable Moreno al decir que nadie contaba con pruebas para acusarlo.
Precisamente, pruebas fueron las que abundaron en este juicio, atiborrado de declaraciones de exempleados públicos, directa o indirectamente vinculados a Moreno, y de representantes del sector privado, quienes no vacilaron en relatar con lujo de detalles sus feroces aprietes. Entre ellos, figuran varios técnicos del Indec de entonces que describieron la obsesión de Moreno por forzar la muestra estadística tomando como base los valores que él negociaba con algunas cámaras empresarias, los que la mayoría de las veces no se encontraban en las góndolas. Una vil estrategia que repitió hasta el cansancio y que les costó el puesto a muchos colaboradores que se negaron a obedecerle.
Todo en su gestión fue garrote en mano. La imagen más conocida y, por tanto, recordada de su tan perverso como patoteril proceder fue cuando se presentó en una asamblea de Papel Prensa repartiendo cascos y guantes de boxeo en clara incitación a una pelea, pecheando a los miembros de la empresa, gritando y amenazando fuera de sí. Esa fue apenas una muestra –gravísima, por cierto– de su accionar. Si así se mostraba puertas afuera de su despacho es fácil imaginar cómo actuaba puertas adentro cada vez que convocaba a un funcionario o a un técnico del Indec para lograr que sus aprietes surtieran el efecto al que se había comprometido, en primera instancia, con el entonces presidente Néstor Kirchner cuando este le pidió que hiciera lo que fuera necesario para que la inflación no superara determinado porcentaje.
“En cuanto a la inflación, que esté debajo de un 11″, le dijo Néstor Kirchner en 2006. Moreno –quien fue funcionario durante los tres gobiernos kirchneristas que transcurrieron entre 2003 y 2015– asintió. Antes de irse, Kirchner lo volvió a llamar para reclamarle: “Usted me dijo muy rápido que sí. Sería mejor llegar a un 10″, lo conminó. “Así será”, le respondió Moreno, en una muestra de servilismo delincuencial, pues haber fraguado ese índice alteró indicadores vitales, afectando directamente las mediciones de pobreza e indigencia, además de sepultar la credibilidad en las estadísticas oficiales.
Ese diálogo está incluido en el alegato en la causa por la intervención del Indec que durante meses prepararon Luciani y su colega José Ipohorski, un documento de 500 páginas basado en las investigaciones que oportunamente habían realizado Carlos Stornelli y Manuel Garrido.
Entre otras declaraciones obrantes en la causa figura la de una técnica del Indec que relató cómo se reía Moreno cuando le informaban el resultado de los relevamientos que realizaban periódicamente. La mujer describió la sorna que trasuntaba en gestos y palabras y las amenazas que profería, como cuando le preguntó si sabía quién era él, si entendía el poder que tenía como para no contradecirlo, demostrando que estaba dispuesto a hacer con el Indec y con el necesario respeto profesional lo que le viniera realmente en gana.
Cada ruptura de los procedimientos estadísticos iba acompañada de aprietes y amenazas. Moreno llevó la simulación a su expresión más acabada conduciendo al país a la ruina estadística, ahuyentando inversiones, alentando la ilegalidad laboral y profundizando la situación de muchísimas personas marginadas de todo tipo de progreso, entre el enorme cúmulo de nefastas consecuencias que todavía estamos pagando.
Seguramente, como alguna vez dijo Axel Kicillof, también para Moreno la seguridad jurídica sea un “concepto horrible”. Es de esperar que, de una vez por todas, la Justicia los conmine a pagar por el desastre al que llevaron al país quienes, con sus viejas y actuales acciones, pretenden seguir burlándose de todos los argentinos.