Gracias, maestro
Fiel custodio de la República, el doctor Fayt, al presentar su renuncia a la Corte desde el 11 de diciembre, respondió a la insolencia con ejemplar compostura
El más antiguo de los jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación le ha hecho saber ayer a la presidenta de la República que renunciará el 11 de diciembre próximo al cargo que ocupa desde hace 32 años. Una leve sonrisa apareció en muchos semblantes, un hálito colectivo de sosiego cívico acompañó ayer por la mañana, como un gran eco ciudadano, la difusión de la noticia.
En esas pocas líneas de la carta del doctor Fayt a Cristina Fernández de Kirchner se ha condensado una sabiduría personal experimentada en más de setenta años de servicios a la democracia y a la República; a la sociedad, en suma. Lo dicen todo, diciendo tan poco en su severa concisión.
Esas líneas nos han hecho entender que el doctor Fayt hará un esfuerzo más, en los elevados años de una vida acreedora desde hace tiempo al descanso que reclama el cuerpo frágil y fatigado. Sólo cuando este gobierno concluya, el 10 de diciembre, se diluirá en el viejo magistrado la certidumbre en un temor que desde aquí compartimos: una nueva vacante en la Corte Suprema, antes de esa fecha, obraría como incentivo agónico del régimen que se difumina como el ave de presa que irremediablemente se aleja, pero que hasta última hora sobrevuela sobre el más esquivo de los tesoros: el sitio garante de la independencia judicial en la Argentina.
Bravo, maestro. Saludamos la levedad de la ironía que ha opuesto, en el anuncio de tan circunspecta como filosa despedida, la sutileza del florete a la brutalidad del armamento enemigo. Lo que opuso por años en la imaginación colectiva lo opondrá por tres meses más en la defensa de una posición sobre la que debió soportar disparos atronadores de un régimen cuyos principales patronos y descarada servidumbre no constituyeron ante usted, aun validos aquéllos de todos los recursos del Estado, más que un verdadero frente para la derrota.
Bravo, maestro. Ha dejado usted, a lo largo de muchas décadas, una lección de ascetismo y compromiso ciudadanos que le valen el reconocimiento rotundo de los conciudadanos. Va cerrando usted un larguísimo ciclo en el que ha dejado, casi sin proponérselo, enseñanzas a derecha y a izquierda. Fue atacado usted, cuando se conoció la decisión del presidente Raúl Alfonsín de proponer su nombramiento al Senado de la Nación, por una reacción que se negaba a admitir que había llegado la hora de que la Corte Suprema expresara un amplio abanico de ideas políticas y sociales. Incomodaba su antigua militancia socialista y su pasado liderazgo en las filas de la Asociación de Abogados, de importante predicamento en el foro local a mediados del último siglo.
Después lo atacó a usted una izquierda cleptómana, de cuyo paso por el Estado habría que hacer un cuidadoso inventario hasta de los ceniceros, si no fuera por las normas que desde hace tiempo prohíben el hábito de fumar en los espacios públicos. Lo atacó sin piedad ni justicia un falso progresismo que deja en todos los renglones de los negocios públicos -seguridad, educación, distribución de ingresos, política exterior, ineficiencia y desmesura del gasto público, inflación y déficit fiscal alarmantes, deuda pública en sostenido crecimiento una situación de gravedad a quienes sean los próximos gobernantes. A todos, incluido el candidato presidencial de este oficialismo cuyo relato se ha deslizado más y más hacia el tono inconfundible, sensiblero e inverosímil de anacrónicas radionovelas de la tarde.
Gracias, maestro, por haber custodiado durante tantos años valores supremos de la nacionalidad. Gracias por la ejemplar compostura con la cual respondió la insolencia de quienes terminaron martillando en el vacío cuando quisieron mancillar su nombre. Lo han hecho invariablemente con la voluntad de arrebatar un sitial de honor en el más alto tribunal del país y, de tal modo, rebajarlo en la promoción de causas tan inadmisibles como las del sometimiento del Poder Judicial a las arbitrariedades de la Casa Rosada. Mintieron así hasta el hartazgo como Goebbels, pero tal vez con menos profesionalidad.
Como inspirador de campañas callejeras de educación cívica, como docente y publicista de derecho político, como juez, como ciudadano de vida intachable, más no podría habérsele pedido, doctor Fayt.